HOMENAJE

Martín Ponce de León:  una vida enferma de solidaridad

Hace unos pocos días dejó de existir, Martín Ponce de León, uno más de los imprescindibles que van despoblando la militancia por la vida y la igualdad de los seres humanos. Fundador del Frente amplio en 1971 y de los GAU del entrañable dirigente textil Héctor Rodríguez, preso político de la dictadura durante 6 años de su vida, viceministro del gobierno de izquierda y legislador comprometido con su juramento de servicio, todo eso fue Martín, pero sobre todo, militante hasta el último día de su peripecia vital.

Foto: Crysol.
Martín Ponce de León. Foto: Crysol.

Conocí a Martín, recién llegado de Buenos Aires, cuando yo tenía solo 16 años, acompañado de mis dos hermanos, Carlos de 14 años y Francisco de 12 pirulos. Durante unos meses compartimos con él, un breve pupilaje fáctico en el colegio Seminario de los jesuitas en la calle Soriano de la muy fiel y reconquistadora Montevideo. 

Al poco tiempo volvimos a encontrarnos  en el comedor obrero-estudiantil  que regenteaba el Instituto Nacional de Alimentación, donde se almorzaba a precios subsidiados y ahí pude comprobar la grandeza humana de Martín, en la primer algarada social  que pergeñamos juntos con mis hermanos contra la desigualdad cultural que en aquellas épocas de fines de los 50 también hacía de las suyas en cuanta oportunidad se presentaba.

En homenaje a la memoria de Martín quiero reproducir textualmente esta anécdota de aquellos tiempos de 1959, redactada hoy, no por mí, ni por Carlos con sus reconocidas dotes de narrador,  sino por nuestro hermano Francisco Fasano Mertens, el cineasta de la familia, quien apeló a su exquisita memoria para recuperar del pasado esta lección de la vida solidaria. 

He aquí el texto de Franqui: 

¨La quinta década del siglo XX estaba finalizando, tres hermanos adolescentes empezaron a ir al “Comedor obrero-estudiantil” donde con un costo muy reducido se podía almorzar.

Si bien era muy básico y reiterado su menú, permitía alimentarse.

En la casona donde se daba el servicio estaban bien diferenciados los espacios, uno más amplio e interno, destinado a los obreros, y otro más pequeño, con ventanas a la calle, para los estudiantes.

Además de esa diferenciación visualmente clasista, donde no se “contaminaban” los trabajadores corporales con los aspirantes al desarrollo intelectual, había dos aparentemente menores y curiosas diferencias, los estudiantes teníamos un vaso de vidrio donde se nos servía leche, pero los obreros recibían el esencial derivado de la vaca, en uno de aluminio. También en nuestro caso, como agregado VIP, se nos daba una cucharita para comer el postre, una crema muy espesa, ideal para pegatinas nocturnas. En el sector obrero, el mismo postre se comía limpiando la cuchara con la que se había tomado el infaltable plato de sopa, generalmente con un poco de miga de pan, reservada para ese fin.

En esos encuentros de mediodía, convergían Martín y Daniel Ponce de León, con quienes la vida nos volvió a reunir en tantas otras patriadas de búsqueda de justicia. A horas de la partida de Martín, vaya este recuerdo/homenaje.

Esas diferencias, injustificadas, entonces y lo serían ahora también, nos parecieron inaceptables  tanto a Martín como a Daniel y a nosotros tres los Fasano Mertens recién llegados de la vecina orilla y empezamos a movilizarnos consultando a quienes estaban a cargo, y hablar con otros concurrentes, tanto fueran estudiantes como obreros.

En un principio les llamó la atención nuestra preocupación sobre ese tema, al que estaban acostumbrados y no percibían la discriminación (e ideología) que encerraban esas diferencias, algunos se sumaron a la indignación, otros se encogieron de hombros y siguieron comiendo.

No era una gran gesta, pero nosotros lo sentíamos como esencial, pagábamos lo mismo y nos daban ciertos “privilegios” por nuestra condición de estudiantes.

Agitamos todo lo que pudimos, escribimos una nota, solicitamos entrevista, y finalmente el Director de la repartición que tenía a cargo ese servicio público, sin lugar a dudas beneficioso para trabajadores y estudiantes, nos recibió en su despacho, creo que más por curiosidad, para ver las caras de estos “revoltosos” cuyas edades iban de los 14 a los 19 años, que preocupado por el reclamo.

Fue amable, escuchó y nos dijo que iba a resolver ese tema de las diferencias manifestadas entre obreros y estudiantes, era un viernes.

El lunes siguiente ya se había modificado el servicio y su estructura, se logró la igualdad;  ya todos estábamos juntos, no había sectores, cualquiera se podía sentar en cualquier lado, los vasos con leche eran todos de aluminio y las cucharitas para el postre dejaron de existir, la miga de pan había potenciado su presencia limpiadora. Querían igualdad, ahí la tienen.

La mirada de odio de algunos de nuestros colegas estudiantes, por lo que habían perdido, no opacaba la satisfacción de los obreros que podían comer junto a una ventana, ni la nuestra por haber podido reparar la injusticia.

¿Qué el poder siempre que puede, se toma revancha y nivela para abajo?, sí, lo comprobamos ahí y a lo largo de los años posteriores, pero algo quedó claro, nunca toleraríamos los privilegios, lucharíamos contra ellos, eso nos produjo grandes inconvenientes personales (cárcel, exilios, etc.), pero la paz interior de no bajar los brazos, como la miga de pan, nos permitió siempre tratar de limpiar esas suciedades que los poderosos generan día a día.

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