“Móvil-ización” / “móvil-adicción”

Entretenidos y obcecados por el “metaverso”, son muchos los potenciales interlocutores del cambio radical que se precisa que no pueden cumplir con su papel tan relevante para reconducir las tendencias actuales.

Foto: UNsplash / Joe Yates
Foto: UNsplash / Joe Yates

Es ahora posible, por fin, una gran “móvil-ización” que no se vea afectada por la “móvil-adicción”. Pensaba, viajando en un tren rápido, que ahora podía ponerse en marcha lo que en 1945 proclamó la Carta de las Naciones Unidas: “Nosotros, los pueblos, hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra”. En 1945 éramos seres sometidos a un poder absoluto masculino y carecíamos de voz. Ahora, ¡por fin!, se han hecho grandes progresos en la igual dignidad y podemos expresarnos libremente gracias a la tecnología digital. Sí, ahora –pensaba adormecido- ya podemos, ya debemos… Abrí los ojos y quedé perplejo y asustado porque todos los que me rodeaban estaban pendientes de la pantalla de su móvil sin hablar y, seguramente, sin pensar en nada… y, además, no eran pocos los que estaban “disfrazados” de pobres, con ridículos desgarros en sus pantalones… Ante la globalización de los grandes retos que afectan a la humanidad en su conjunto es apremiante e impostergable eliminar la gobernanza plutocrática neoliberal que desde finales de la década de los ochenta ha impedido  que sean “Nosotros, los pueblos” los que tengan en sus manos las riendas del destino común, actuando en virtud de los “principios democráticos” como establece la Constitución de la UNESCO y, sobre todo, mirando a los ojos de los niños y jóvenes para, como recomienda la Carta, tener siempre en cuenta a las generaciones venideras.

Es imprescindible llamar la atención a todos los niveles para que la “móvil-adicción” se transforme en una “móvil-ización” a escala mundial. No es la realidad virtual la que cambiará las cosas y permitirá entrar debidamente en la nueva era sino la realidad “real”, que debe conocerse con detalle y que actualmente se cierne sobre la humanidad con los más oscuros designios.

“Desnortados bajo el aluvión de whatsapps”, titulaba recientemente el suplemento dominical de “Ideas” de “El País”. Sí, aluvión para la distracción, para que grandes colectivos no puedan dar voz a “Nosotros, los pueblos”.

Debemos utilizar adecuadamente la capacidad de conferir progresivamente a toda la ciudadanía la calidad de “actor” de su propia vida en lugar de espectador impasible. Ahora mismo, hoy mismo, se está iniciando la reunión anual de Davos, sin la contrapartida del Foro Social Mundial de Porto Alegre. Es apremiante la convocatoria del Foro, esta vez, por fin, con asistencia virtual de millones de personas, de “Nosotros los pueblos”, que pueden y deben tomar ahora, sin demora, el relevo de la gobernanza plutocrática.

Muchísima atención, porque, como en los años treinta del siglo pasado, el supremacismo está escalando posiciones, y no hay nada más peligroso que “sentirse más” que el prójimo. El nazismo, el fascismo, la superioridad japonesa… la creación de partidos políticos excluyentes y de sentimientos religiosos discriminatorios, como los creados en América Latina frente a la teología de la liberación…, “supremacismo blanco” de los republicanos de los Estados Unidos y de los fervorosos partidarios de Donald Trump en particular, deben superarse sin demora y dar paso a la igual dignidad, sea cual sea el género, la creencia, la ideología, la etnia… “Libertad y responsabilidad”, como define lúcidamente la Constitución de la UNESCO a los “educados”…

Se duplican los gastos militares y la OTAN pasa del Atlántico Norte a todos los océanos… al tiempo que las Naciones Unidas siguen inhabilitadas por el veto casi original  y la Unión Europea por el veto de la unanimidad en la toma de decisiones. Una vez más, la razón de la fuerza, una vez más las armas en lugar de la mediación, del diálogo, de la palabra.

Ojalá progrese la iniciativa indicada recientemente por el Presidente Macron de una Confederación Europea para poder, de una vez, evitar el veto actual de la unanimidad. Ojalá también la “Constitución de la Tierra” que propone Ludgi Ferrajoli permita poner en práctica sin obstáculos, vetos ni reservas, el inmejorable diseño de Franklin D. Roosevelt.

Desde hace tiempo he compartido en diversos escritos mi profunda preocupación, como científico, por la degradación progresiva de las condiciones de habitabilidad de la Tierra, reclamando impostergables decisiones –se trata, en algunos casos, de procesos irreversibles- con una reacción ciudadana en gran escala. También como abuelo y bisabuelo que debe velar para asegurar a las generaciones que llegan a un paso de la nuestra calidad de vida humana sobre el planeta.

Entretenidos y obcecados por el “metaverso”, son muchos los potenciales interlocutores del cambio radical que se precisa que no pueden cumplir con su papel tan relevante para reconducir las tendencias actuales.

Escribía Joaquín Estefanía hace poco que “los ciudadanos sienten que no tienen medios ni poder para diseñar su futuro”. Es tarea perentoria de todos los todavía esperanzados demostrar que las capacidades de cada ser humano –pensar, imaginar, anticiparse, innovar, ¡crear!- son el irrenunciable camino para que “Nosotros, los pueblos” podamos llevar a la práctica el futuro que anhelamos.

Titulaba así  un artículo reciente de “Negocios” de El País (de España): “Quien cuente con los datos dominará el mundo”. No cabe duda de las múltiples ventajas que ofrecen los “big data”… pero lo realmente importante no es acumularlos y ordenarlos sino producirlos. A este respecto, recuerdo cuando el Prof. Hans Krebs –lo he comentado muchas veces, porque ha sido muy importante en mi vida- me dijo en el laboratorio de bioquímica de la Universidad de Oxford cuando yo reunía datos que me permitía una instrumentación de la que carecía en la Universidad de Granada: “Es fundamental tener en cuenta que el progreso no consiste en acumular datos sino en ver lo que otros ven pero pensar lo que nadie ha pensado”.

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*Federico Mayor Zaragoza (Barcelona, 1934)  Doctor en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid (1958), ha sido catedrático en diferentes universidades españoles y ha desempeñado numerosos cargos políticos, entre otros el de ministro de Educación y Ciencia (1981-82). Entre 1987 y 1999 fue director general de la Unesco. Actualmente es presidente de la Fundación para una Cultura de Paz. Texto enviado a Other News por la oficina del autor-23.05.22

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