«Viva el haraaaaapo, señor».

Desde un mantel importado y un vino añejado se lucha muy bien. Desde una mesa gigante y un auto elegante se sufre también. En un amable festín se suele ver «combatir».

(Silvio Rodriguez)

El primer día de Enero de 1959 Fidel entraba en La Habana con los barbudos. Exactamente dos años después EEUU iniciaba el embargo comercial, económico y financiero contra el pueblo cubano, en lo que se transformaría, finalmente, en el bloqueo más prolongado de la historia moderna. Unos meses después la potencia más grande del mundo, rompía relaciones con Cuba. En este período de más de medio siglo, aproximadamente a un ritmo de una vez cada dos años, las Naciones Unidas (ONU) emitía un pronunciamiento condenando, una y otra vez el bloqueo. El tío Sam se hacía el sordo.

Hace un mes los presidentes Obama y Castro, simultáneamente, anunciaron el restablecimiento de las relaciones entre EEUU y Cuba. Lo cual hace inminente el levantamiento del bloqueo. Hablando de tiempo, casi una vida.

El marco y el contexto son infinitamente más ricos, imposibles de atrapar en tan pocas palabras. Los que acumulamos años y nos sentimos protagonistas de este tiempo no podremos substraernos a la experiencia del impacto lleno de vibraciones emotivas que este anuncio implica. Mientras, la prole de la posmodernidad, puede observar sorprendida, tanta alharaca.

Seguramente muchos expertos y analistas, de esos que intuyen por donde van a venir los tantos, podían estar dibujando esta gigantesca novedad, pero no es menos cierto que el hastío y la bronca por la infamia de Goliat contra David ya estaba haciendo cayo y sonando a eternidad.

La mirada de estas reflexiones no va a apoyarse en un sesudo análisis sobre política internacional, no va a hurgar en los componentes históricos de esta agresión, no va perderse en el horizonte especulando sobre lo que va a pasar, en primer lugar, en segundo lugar y en tercer lugar, porque quiero que veamos este acontecimiento desde otro perfil.

Éste notición ha conmovido y provocado la necesidad de varios periodistas, analistas y «opinólogos» (como yo) latinoamericanos por expresar sus ideas, pero sobre todo comunicar sus sensaciones más inmediatas. Se trata de hombres y mujeres de esta zona del planeta, que siempre han tenido un cable enchufado en Cuba, en la revolución y en lo que ella representa, por donde pasa una corriente cargada de una entrañable sensibilidad hacia el heroico pueblo cubano.

Esta visión, que puede verse inclusive en otras columnas de este mismo espacio digital, transmite una cierta nostalgia por lo que se va a perder, es decir algo así: la Cuba que se viene no es la que yo amo, y se manifiesta con lágrimas de despedida.

Las imágenes que se «nostalgian», son algunas como estas: <a) ya no habrá más filas interminables para desayunar en los hoteles, mientras esperamos a que los cubanos encargados del servicio concluyan, a su ritmo, una conversa «compañera». b) ya no podremos apreciar el magnífico paisaje de los almendrones (autos de la década del 50, norteamericanos que funcionan como transporte colectivo), porque seguramente el parque automotor cubano se renovará, c) ya no será necesario armarse de paciencia, para soportar una larga espera de 2 horas en el surtidor de combustible, por un problema de comunicaciones telefónicas, d) ya no experimentaremos el trato especial cubano, en forma de privilegio para turistas latinoamericanos, finalmente seremos tratados igual que los europeos.>

No comulgo con la lógica del mercado, acelerada y consumista , ni con la imposición de una atención «express» que violente las características más humanas de la gente, pero, lo digo respetuosa y fraternalmente no comparto en absoluto esta nostalgia, ni la siento.

Tal vez las imágenes de esa nostalgia anticipada no hayan sido bien seleccionadas por los colegas. No puedo especular con eso. Ante el desafío de rescatar bondades, ejemplos y logros de la revolución hay una lista de un valor superior, son los avances verdaderos, los proactivos, y no los reactivos que inventamos a modo de excusas funcionales a vicios culturales y a estancamientos en el progreso.

El hermano pueblo cubano no merece explicaciones «traídas de los pelos», lo ha pasado muy mal, teniendo que ser el baluarte de la aplicación de nuestros sueños. Mucho de lo que hoy es su modo de vivir no ha sido elección, sino imposición, y no me refiero al modelo ideológico, ni a sus formas políticas, ni a sus estructuras económico sociales, me refiero a las enormes dificultades que en el terreno de las comunicaciones, el transporte, la tecnología y las necesidades básicas ha tenido que soportar. Las terribles limitaciones a las que fue sometido, más allá de su capacidad de tolerarlas con su clásico humor y a ritmo de salsa, no fueron producto de una opción por una vida al margen del consumo, sino de la ejecución de políticas anticubanas por parte del imperio.

Hace años que comprendí los versos de Silvio que encabezan estas líneas y que terminan más o menos así: «Que fácil es escribir algo que invita a la acción…siempre al alcance de la vidriera y el comedor«. Por eso, ya no arengo a pueblo alguno para que cumpla «mis sueños» en austera resistencia, mientras me voy de compras al shopping.

Me siento más alineado con algunos conceptos de la modernidad que con esta posmodernidad que no termina de instalarse, aun así no «nostalgio»; prefiero liberar mi innato, inocente e irremediable optimismo biológico y recitar, sin permiso de Silvio su sarcástico estribillo, «Viva el haraaaaapo, señor».

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