Los brazos, el corazón, la cabeza, los testículos y el pene, reposaban sobre el pecho abierto de la víctima

Al "Cosita" le cayó mal la Navidad y se descargó desmenuzando a un preso en el Penal de Libertad

Doce menos cinco en el Penal de Libertad. Algunos lloran, otros ríen, todos gritan. Los policías hace rato que se comieron el budín inglés y los presos, ocultos tras las sombras, festejan brindando con un vaso rebozante de «escavio», la bebida de fabricación casera que se consume en las prisiones. Pero en el módulo 106 algo raro pasa. «El Cosita» y su fiel compañero «El Sapo», están recostados contra la pared sin hablar y con la cabeza gacha.

Pasado el alboroto y ya con la Navidad a cuestas, los presos regresan a sus celdas y mareados por el alcohol se tiran sobre los ropajes y frazadas que sirven de colchones.

La guardia interna regresa a sus tareas y los encargados de custodiar el penal caminan por los patios observando con atención que no haya ningún «retrasado».

No hay nadie. Todos duermen. A las dos de la mañana el silencio en el penal de Libertad es absoluto. Dos policías que vigilan un sendero charlan y se lamentan por no haber podido pasar la Nochebuena con sus familias ya que les tocó estar de guardia.

En la parte más oscura del camino, uno de los agentes tropieza con algo «blando y resbaloso». Al iluminar el objeto con la linterna descubren el más macabro asesinato de todos los tiempos en una cárcel del Uruguay. Dos antebrazos empapados en sangre dan claras señales de que no todo estuvo tan tranquilo como parecía. Los policías corrieron despavoridos y tras refugiarse en una garita pidieron ayuda. Inmediatamente seis guardias caminaron al lugar señalado y siguieron el rastro de sangre que los llevó al módulo 106. En el interior, los presos estaban estupefactos, rodeando lo que una vez fue el cuerpo de un hombre. Los guardiacárceles se tomaron la cabeza e impresionados retrocedieron ante la barbarie.

El tronco de Ruben Julio Domínguez La Luz, «El Caramelero», que estaba procesado junto a otros dos hombres por haber participado en el comentado asesinato de Leticia Medeiros en el Monte de la Francesa en el año 2003, estaba completamente abierto de arriba a abajo y en lugar del corazón se encontraban los testículos y el pene. Al costado derecho estaba tirada la cabeza y del otro lado el corazón.

Diego de León Conde, alias «El Cosita», y Rafael García Rodríguez, conocido como «El Sapo», ambos en prisión por haber violado, golpeado y matado a María del Carmen Alcoba Núñez (32) el 8 de agosto y a Ximena Britos (15), el 12 de setiembre-, seguían recostados contra la pared, pero ahora bañados en sangre. En sus manos tenían un corte carcelario y una hoja de afeitar. Los policías les gritaron que se tiraran al piso con las manos en la cabeza y, tranquilamente, los reclusos obedecieron. En ningún momento negaron ser los autores del atroz acto. Cuando eran conducidos a la sala de interrogatorios, «El Sapo» gritó «se lo merecía, era un tipo que no servía para nada, un hijo de puta», mientras que «El Cosita» asentía con la cabeza. En sus declaraciones los asesinos explicaron que lo que realizaron «no fue un horror, fue un castigo». Dijeron que «Domínguez habló demasiado. Hay códigos que se tienen que seguir. El no puede explicar cómo violó y mató a la pobre gurisa. Una cosa es abusar, maltratar y matar, que son cosas que están mal, pero peor es hablar y boquillar contando cómo lo hiciste, sacándote cartel con eso». Algunos investigadores aseguran que nadie mata por algo así, que la verdad debe estar oculta en una venganza personal o costeada por alguien «de afuera» que quería que Domínguez muriera de la peor manera posible. En el día de hoy, ambos reclusos serán nuevamente interrogados para tratar de determinar fehacientemente qué fue lo que activó el poder destructivo del Cosita y del Sapo que en plena Nochebuena dejaron una marca jamás vista tras las rejas de una prisión. *

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