In memorian

Luis Ramón Igarzabal nació el 13 de febrero de 1948 en una Colonia de nombre Rossell y Rius, en el departamento de Durazno. Hijo de vascos campesinos, agricultores, fue maestro rural, escritor, poeta y encantador de tiempos y silencios. Periodista en el semanario Panorama en la ciudad de Durazno y en el periódico Río Negro de la ciudad General Rocca, en el sur patagónico; allí nacieron las Cartas a Nicolás, que editó en 1990 Banda Oriental en Montevideo con prólogo de José María Obaldía y fotos de Carlos Contrera. También se desempeñó como bibliotecólogo en la Casa de la Cultura duraznense y como periodista en el diario Acontecer, del mismo departamento.

El pasado 2 de octubre, en un cuarto menguante, después de batallar casi dos años contra una cruel enfermedad, eligió habitar/estar en otro lugar. Para nosotros no será fácil asumir esta realidad nueva. Permanece como guía su legado escrito, lo vivido,lo conversado y compartido, hasta ese pequeño gran milagro de todos los días. Siempre nos ayudó a ser mejores. Nos hacía creer que nos necesitaba, cuando éramos nosotros quienes le necesitábamos. Tenía un duende brillando con luz intensa. Necesitábamos su palabra, la voz desde el corazón y la ternura, el tiempo sin medida ni apuro. Hablaba con la voz del nosotros –había que conjugarlo–, decías y eso te hacía accesible y peligroso para algunos burócratas de escritorio. Enseñaste la humildad sin falsas modestias y desnudaste las tristezas para vestirlas de poesía. Nos enseñaste la crítica constructiva como herramienta de superación con la valentía de la exigencia.

Hoy sos pan, sos paz, sos más, en el corazón de quienes te conocimos y en quienes te leen y te leerán encontraremos a nuestros hermanos. «Soy pan, soy paz, soy más» lo musicalizó el argentino Piero y lo cantó magistralmente Mercedes Sosa. (Para Luis el mejor pago y regalo fue escuchar sus propios versos en la voz de La Negra). Lector y escucha de los incansables. «He pasado vidas escuchando y leyendo», decías… Serrat, Zitarrosa, Chico Buarque, entre sus preferidos.

Pero lo más importante: escuchaba a todos los niños del planeta. Padrino de todos incluido Alvarito y Yamandú.

La vida lo premió con el regalo mayor: Lucía, Ignacio y la pequeña Valentina en quienes dejó sus mejores atenciones y desvelos. Maestro de todas las horas. Eso es Luis o Ramón, o Bebe. Estoy seguro que aquellas flores de manzanilla que recogía en los tiempos de los trigales para su mama (sin tilde), y los maizales y las gaviotas y hasta las piedras sueñan a este hombre, de la misma forma que él los soñó. Allí también estará Luis. *

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