"MOMENTOS CON EMILY" DE MILTON SCHINCA, EN EL TEATRO DEL CENTRO

Emily Dickinson menos su poesía

En estos «Momentos con Emily» apenas escuchamos unos pocos poemas, dichos, tenemos la certeza que erróneamente, en el mismo tono de la conversación. Milton Schinca ha preferido para estos «momentos» mostrar la amistad de Dickinson con su hermano Austin, con Benjamín F. Newton («un recuerdo de amatista» entre los dedos) y con el reverendo Charles Wadsworth, todos ellos interpretados por Levón; y aunque la leyenda de una Emily Dickinson reclusa se demostró irreal con el libro de George F. Whicher «This was a poet: a critical biography of Emily Dickinson», 1938), Schinca parece adherir a ella y aún escribe en el programa que «La vida de Emily transcurrió… con poquísimos contactos humanos y casi sin salirse de su… casa».

De un modo u otro, la obra, escrita al parecer para dos actores, no logra hacer vivir a los tres personajes masculinos; y por reflejo deja en la sombra a la poeta. De Benjamín Newton se sabe muy poco, y lo poco que se sabe es ajeno a la vida de Emily Dickinson: su relación con ella fue probablemente la de un mentor literario que le hizo conocer un mundo de las bellas artes distinto y más avanzado que el de su muy esmerada educación. Se sabe algo más de Charles Wadsworth, el único hombre que fue objeto del amor de Emily como mujer, pero lo que se sabe de él (fuera de la compilación de sus sermones) es, también, poco y de escasa significación; en cuanto al hermano Austin, no resulta nada clara la razón del interés de «Momentos …» en su persona. Ciertamente, es privilegio del dramaturgo la elección de los personajes y la necesaria invención de diálogos y situaciones; pero de la nimiedad de los datos históricos se pasó a diálogos intranscendentes en escenas sin teatralidad, que a nada conducen. En particular, el fracaso del amor de Emily Dickinson por Wadsworth, que en los poemas aparece tan doloroso como para apostrofar a Dios con un sorprendente «Ladrón! ¡Banquero! ¡Padre!», no sostiene ningún «momento» dramático.

Quedan los poemas. Por más enferma de glomérulonefritus que estuviera, nos asombró oír los labios de la misma Emily (Estela Medina) que sus poemas fueron muy pocos: la edición de Thomas H. Johnson («The poems of Emily Dickinson», 1955), que no incluyó a todos los poemas, contiene 1.775. ¿Había olvidado Emily su propia obra, sus cajas con cientos de poemas cada una? Esperábamos de Estela Medina algo más que una muy exacta personificación de Emily Dickinson; esperábamos escuchar su incomparable dicción de la poesía en los poemas, pero no fue así. Los muy escasos versos que dijo fueron vertidos en un tono muy restringido, conversacional a lo más, que se confundía con el hablar corriente. Pero nadie puede decir adecuadamente los poemas de Dickinson, ni de ningún poeta, en el tono y en el registro de la conversación. Cuando Emily Estela Medina comenzó a decir «Morí por la belleza», el primer verso de uno de los más extraordinarios poemas de su personaje, ello apareció como si alguien dijera hoy «morí por esas sedas» o «morí por esa música»; pero la hablante lírica dice desde la tumba. La poesía es necesariamente un lenguaje distinto del corriente; como suspendida que está entre el sonido y el sentido; y por tanto debe estar suspendida entre el tono normal de la palabra y el canto. Emily Dickinson podía ser retraída y modesta, pero en sus poemas habla como una reina.

Debemos reconocer que la obra de teatro que haga justicia a Dickinson, obra ideal a la que tampoco se aproxima «Emily» de William Luce, que interpretó China Zorrilla, será de extraordinaria dificultad. Los poemas de Emily Dickinson, que son, más que en el caso de cualquier otro escritor, su vida y no sus peripecias, no son oscuros ni confusos; sí son muy difíciles de comprender, en parte por su originalidad y en parte por su curioso uso de mayúsculas y guiones. A nada se parecen de lo escrito en poesía, ni antes ni después, si exceptuamos los hermosos poemas que suscitó en su hijo espiritual, Stephen Crane; y tanto la asombrosa potencia intelectual de la poeta como su reinvención del universo en una especie de universo paralelo y portátil, son muy difíciles hasta de concebir. Se dirá que «Momentos con Emily» debe ser juzgada por sus propósitos, pero tal como está ni define a un personaje ni llega a ser siquiera una aproximación a la obra de Dickinson. El espectador, concluida la obra, tiende a desinteresarse de la autora, a dejarla allá, en sus brumas de Nueva Inglaterra. *

 

MOMENTOS CON EMILY, de Milton Schinca, con Estela Medina y Levón. Escenografía de Adán Torres y Ramón Mérica, ambientación de Ramón Mérica, vestuario de Pilar González, iluminación de Claudia Sánchez, música de Renée Pietrafesa Bonnet, dirección de Nelly Goitiño. En Teatro del Centro.

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