Javier Pérez de Cuéllar se ha ido pero permanece

Foto: Wikimedia Commons
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Ha muerto a los 100 años Javier Pérez de Cuéllar, ex Secretario General de las Naciones Unidas (1982-1991), artífice, entre otras muchas realizaciones importantes, de los procesos de paz de Mozambique, con la Comunidad de San Egidio,  el de El Salvador y  reiniciar el de Guatemala.

En los dos últimos participé activamente, siguiendo sus directrices como Director General de la UNESCO (1987-1999). Su serenidad y mesura iban siempre acompañadas de una gran firmeza y acción decidida, con una gran capacidad logística. Era muy exigente en el ejercicio del multilateralismo democrático. Creía en el valor y la fuerza de la palabra, del encuentro, de la mano tendida.

Trabajar con él fue una experiencia muy aleccionadora. Su clara visión, su convencimiento de que la solución radica en el encuentro, en el diálogo, en la mediación y conciliación constituyen un luminoso legado que podría esclarecer muchos desafíos, algunos potencialmente irreversibles, que la humanidad tiene planteados actualmente.

Estamos en “…tiempos de dudas y renuncias en los que los ruidos ahogan las palabras”, como tan bellamente escribió Miquel Martí i Pol en 1981 (en L’ámbit de tots el ámbits). Empeñados por igual en la libertad de expresión y la no violencia, cuando se acallan las voces de las Naciones Unidas y de sus Instituciones, cuando – como entre Calvino y Castellio- hay que defender el principio de la palabra frente a la espada. El silencio de “la voz del mundo” va en contra de los intereses generales porque propicia la frustración, la exclusión, la radicalización.

Incansable viandante de conciliación y de concordia, su vida siguió el hilo conductor de sus principios. De su paso por la Organización es importante destacar el haberla hecho eficaz, lo cual no es fácil dada su complejidad y el momento histórico en el que desempeñó su cargo con especial entrega y visión de futuro.  A pesar de los logros alcanzados, “la mayoría de la humanidad vive todavía en condiciones de pobreza… y excesos humanos amenazan el medio ambiente del que todos dependemos… Habrá conflictos en el mundo hasta que las aspiraciones humanas puedan satisfacerse en mayor medida…”, escribe en la introducción de su libro “Peregrinaje por la paz”, publicado en Nueva York en 1997.

Sus reflexiones sobre el Consejo Económico y Social (ECOSOC) y el Consejo de Seguridad, las relaciones con los Estados Unidos y el papel de las ONGs y la sociedad civil podrían ayudar hoy a reconducir la gobernanza mundial, puesta irresponsablemente en las manos de grupos plutocráticos, cuando se producen mortíferas invasiones basadas en la mentira, se margina al Sistema de las Naciones Unidas y proliferan los brotes de xenofobia, supremacismo y racismo, se incumple la acogida de los refugiados y se reduce a mínimos vergonzosos la cooperación para el desarrollo.

En la reunión del ECOSOC del 7 de julio de 1988 en Ginebra sobre la política económica y social a escala internacional, tuve ocasión de apreciar directamente la insólita habilidad del Secretario General. Participé en el debate en el que intervinieron los Estados Unidos, el Administrador del PNUD, Grecia en representación de la Comunidad Económica Europea, el Reino Unido, Alemania, Túnez (en nombre del Grupo de los 77), Canadá, el Director Ejecutivo de UNICEF, China, Unión Soviética…

Antes de asumir la Secretaría General de las Naciones Unidas había logrado ya grandes éxitos, como el que alcanzó en 1974 cuando, como Comisionado de la ONU, fue capaz de alcanzar en Chipre un acuerdo entre los líderes griegos y turcos.

Javier Pérez de Cuéllar, se ha ido pero se queda, como en el verso de Miguel Hernández, que también se hizo invisible en un día aciago, pero sigue siempre entre nosotros: “Me voy, me voy, me voy, pero me quedo…”.

En octubre de 1987 recibió el Premio Príncipe de Asturias “por promover la cooperación iberoamericana”. En febrero de 1989, el Premio Nehru “de entendimiento internacional”.

El 19 de enero del año 2000 participé en Lima, con el “Discurso de Orden”, en el homenaje que le rindieron al cumplir los ochenta años las universidades limeña y salmantina. En estos últimos veinte años, hemos estado permanentemente en contacto y ha dado su apoyo a múltiples iniciativas en favor del multilateralismo.

Termino con un verso que le dediqué  en 1989:

“Tenemos que construir todo

en un lugar que se  halla

en medio de la nada,

junto al abismo.

Más allá, al borde

de las tierras prósperas, 

las ciénagas ignotas.

(No, ignotas no,

las ignoradas ciénagas

donde nuestro pasado

se hunde

progresiva,

cotidianamente

ante  los ojos

indiferentes

y distantes

de los desvalidos

que no pueden,

que no saben,

de los acomodados

que no oyen,

que no quieren…).

Para conservar la memoria,

las huellas del hombre,

sus caminos,

para esclarecer

sus pasos de mañana

tenemos, hijos míos,

       amigos míos,

       desconocidos míos,

que construir todo

junto al abismo,

en el lugar

áspero y único

de nuestro futuro,

única riqueza

compartible”.

Las personas con tan extenso recorrido e inusitada actitud dejan huella imperecedera. Un día, se ausentan y devienen invisibles pero permanece lo que más importa: ciudadanos del mundo, siguen iluminando los caminos del mañana e impulsando nuevos rumbos en las generaciones venideras.

 

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