Narrando la Revolución
Habrá que preguntarse un día si ese terremoto sistémico que llamamos “revolución” no fue más que un fenómeno exclusivo de un periodo histórico preciso y limitado: el que empezó en cierto modo con la revolución inglesa (1642-1689), siguió con la Ilustración y las Luces en el siglo XVIII, y se prolongó hasta el fin de la era industrial en los años 1970. Durante esos dos siglos y medio, se produjeron todas las grandes revoluciones: la americana (1776), las francesas (1789, 1830, 1848, 1871), la mexicana (1910), las rusas (1905, 1917), la espartaquista de Alemania (1918), las españolas (1934, 1936), la china (1949) y la cubana (1959).
Desde entonces, o sea desde hace ya unos sesenta años, excepción hecha de algunos avatares surgidos aquí o allá, no ha habido más revoluciones sistémicas de ese tipo. ¿Las habrá de nuevo en el futuro? Es improbable, aunque Fidel Castro, en su reciente intervención en la clausura del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, pronosticó: “No deberán transcurrir otros setenta años para que ocurra un acontecimiento como la Revolución rusa, para que la humanidad tenga otro ejemplo de una grandiosa revolución social”1 [1. Cf. “Discurso completo de Fidel Castro en la clausura del VII Congreso del PCC”, La Habana, 19 de abril de 2016.
Por ahora, digamos que un periodo histórico parece terminarse. En particular en América Latina, en donde tres sucesos mayores están transformando el panorama. Por una parte, la propia revolución cubana entra inevitablemente en una nueva etapa después del restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Por otra parte, en Colombia, la firma próxima de un acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC estaría cerrando el “largo ciclo de las guerrillas” en todo el continente. Y finalmente, las derrotas electorales recientes de los gobiernos progresistas en Argentina, Venezuela y Bolivia (además del golpe de Estado parlamentario contra Dilma Rousseff en Brasil) también parecieran indicar que se acaba el ciclo iniciado en 1999 con el presidente Hugo Chávez de Venezuela.
El momento era, pues, propicio a un balance. No forzosamente político, sino narrativo. Es la idea original que tuvo el gran periodista y escritor Jon Lee Anderson quien, bajo el lema Narrando la revolución, convocó el mes pasado en Nueva York2 [2. El simposio –cuyo título exacto era Storytelling the Revolution. Narrative and Latin American Revolutionnary Politics 1959-2016–, tuvo lugar en el Centro Rey Juan Carlos I de España, de la New York University, los días 21 y 22 de abril de 2016.] a una treintena de testigos (periodistas, fotógrafos, escritores, cineastas, académicos, blogueros) de diferentes generaciones –entre los que se hallaban: Richard Gott, Susan Meiselas, Miguel Littín, Gustavo Petro, Blanche Petrich, Francisco Goldman, Martín Caparrós y Diego Enrique Osorno– para que dijeran cómo habían narrado los conflictos latinoamericanos, qué cambiarían sabiendo lo que saben hoy, qué errores no volverían a cometer.
No fue fácil establecer una línea de separación entre el análisis del relato y la reflexión sobre los conflictos propiamente dichos (Colombia, América Central, México) o las dictaduras (Argentina, Chile). Y tampoco faltaron las expresiones pasionales tratándose de temas (Cuba, Venezuela) que siguen siendo de una actualidad controvertida.
Fue interesante observar que las nuevas generaciones de periodistas miran aquellas guerras y aquellas gestas con ojos desapasionados y no dudan en ser extremadamente críticos. En diversos testimonios y en algunos debates emergió la constatación de que ciertas experiencias guerrilleras tuvieron poco de heroico y fueron a su vez pasto de la corrupción y del autoritarismo. Pero, en general, se constató que, después de 1959, el recurso a la lucha armada fue “inevitable” porque la vía electoral para proponer programas de justicia social y de auténtica democracia quedó cerrada por exigencia de Washington en el marco de la Guerra Fría. Y la experiencia frustrada de Salvador Allende y su Gobierno de la Unidad Popular confirmó la regla.
También se constató que esos conflictos tan crueles tuvieron su reflejo mediático en una “guerra de la información y de la desinformación” que aún sigue, en particular en lo que respecta a Venezuela.
No se trataba de imponer una lectura sobre la otra. Ni de trasladar enfrentamientos dolorosos a las salas de la New York University. Aunque, por momentos, las discusiones se calentaron bastante. Es natural porque, como diría nuestro amigo Eduardo Galeano, las venas de América Latina siguen abiertas…
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