EXCLUSIVO: Julio Abreu habla por primera vez para que se reabra el caso judicial y se sepa la verdad

El sobreviviente de los fusilados de Soca rompe un silencio de 30 años

Calló durantre tres décadas, que implicaron un insilio en el que el miedo, la culpa y el egoísmo le fusilaron día a día la conciencia. Da públicamente su testimonio a LA REPUBLICA porque cree que ahora se puede. «Sé a lo que me expongo, pero como estoy diciendo la verdad, no me importa», afirma.

Julio Abreu, es el único testigo vivo del grupo de uruguayos que secuestrados en Buenos Aires en 1974 fueron trasladados ilegalmente a Montevideo en el «vuelo cero», y sus cuerpos aparecieron acribillados cerca de la localidad de Soca un día después del asesinato en Francia del coronel Ramón Trabal.

Ese 20 de diciembre, en Canelones, se encontró muertos a los tupamaros Graciela Estefanell Guidali, Héctor Brum Cornelius y su esposa María de los Angeles Corbo Aguirregaray (embarazada de cinco meses), y Floreal García Larrosa con su esposa Mirtha Yolanda Hernández, padres de Amaral García.

Amaral, quien sólo tenía entonces tres años de edad, quedó en manos de una familia de policías hasta 1985 cuando gestiones del ex senador Germán Araújo permitieron que recuperara su identidad y regresara a Uruguay, donde hoy trabaja como camarógrafo de una televisora por cable.

Abreu era blanco, votante de Wilson Ferreira Aldunate, y había viajado a Buenos Aires para trabajar en un laboratorio. El 8 de noviembre de 1974 fue invitado a un cumpleaños donde había otros uruguayos. Salió a comprar un pollo y un comando vestido de civil lo secuestró a plena luz del día.

Junto a los cinco fusilados de Soca, vivió el calvario de permanecer más de cuarenta días desaparecido, durante los cuales fue llevado a tres centros de represión en Argentina, y otro de Uruguay. A él no lo asesinaron y, amenazado de muerte, lo liberaron aquel 24 de diciembre en el balneario Neptunia.

LA REPUBLICA lo entrevistó acompañado del propio Amaral García, con quien se había conectado un año atrás para decirle su verdad. Durante la conversación, el joven Amaral revivió el relato de su propia pesadilla y hasta recordó la última vez que pudo ver con vida a sus padres.

El testimonio de Abreu impulsa ahora una reapertura de la investigación judicial sobre la primera ejecución masiva de civiles indefensos, cuyo homicidio sólo implicó una alevosa coartada de la dictadura para cubrir el verdadero origen del asesinato político del coronel Trabal.

 

1 – «Un cumpleaños en el Once»

-¿Dónde estaba en noviembre de 1974?

-Estaba en Buenos Aires. Había viajado en agosto para trabajar en Ciba Gagy como ayudante de químico.

-¿Cómo se conectó con otros uruguayos que estaban exiliados entonces en Argentina?

-A través de mi hermano que ya estaba radicado.

-¿Tenías militancia política en Uruguay?

-Sí, dentro del Partido Nacional. Trabajé en 1971 por Wilson Ferreira Aldunate, pero nunca había tenido problemas de ninguna especie. Políticamente nunca, nada…

-Aquel mes de noviembre de 1974 usted fue a un cumpleaños que le cambiaría la vida… ¿Dónde fue?

-Cerca del barrio Once. Un día antes había llegado un primo. Nos vinimos al centro de Buenos Aires, un viaje largo desde González Gatán donde estaba viviendo. Mi hermano me comentó que al día siguiente había un cumpleaños donde se reunía un grupo de uruguayos que se conocían de trabajar en la fábrica de Cuopar. La noche anterior con mi primo nos fuimos al teatro, terminamos como a las dos de la mañana y no me servía volver a González Gatán para regresar al cumpleaños, así que esa noche me quedé en el colectivo 60, que hacía un largo recorrido circular y donde por el precio de un boleto podía dormir algunas horas. Ese viaje era algo que hacían mucho los uruguayos. A media mañana fui al lugar, no me acuerdo el nombre de la calle…

-Formosa, era en la calle Formosa, donde después me fue a buscar Germán Araújo (acota Amaral García).

-¿Conocía de antes a Floreal García y Mirtha Hernández, los padres de Amaral?

-Sí. A Floreal lo habría visto dos o tres veces cuando había ido a visitar a mi hermano en González Gatán, donde vivía en una casa prefabricada de madera. También habían ido Héctor Brum y la señora María de los Angeles Corbo. Yo entonces no los conocía por el nombre.

-¿Qué pasó aquel 8 de noviembre en el cumpleaños?

-Era la casa del Quique y cumplía años la hija. Cuando yo llegué mi hermano ya estaba. Se alegró de que hubiera ido. Era temprano, así que salí y me corté el pelo en un local que había visto. Cuando volví mi hermano me dijo: «Mirá, Julio, no creo que alcance la comida… ¿Por qué no vas acá a la vuelta que hay un spiedo y comprás un pollo?». Le dije que sí, y cuando iba a salir, Floreal se levanta y me dice: «Te acompaño». Salimos los dos desde el apartamento y cuando dimos vuelta en la esquina, se terminó el mundo…

-¿Cómo fue?

-Fuimos tirados, golpeados. Era personal de civil.

-¿Reconoció voces de uruguayos?

-En ese momento no. Yo no sentía ni voces. Me oriné encima. Fueron gritos, golpes, insultos, caímos al suelo. Era de día, pero prácticamente no hubo tiempo de ver nada. Me esposaron a una mano de Floreal. No puedo precisar cuántos eran. Creo que nos deben haber metido en un Falcon, porque nos pusieron en la parte de atrás de un coche muy amplio. Uno me puso el pie arriba y nos apuntaba. No sé otros detalles, cuando digo que se termina el mundo es porque fue lo que sentí. Iba a comprar un pollo y me aparece todo eso, como si se me cayera una pared. Yo no entendía nada. En el auto, Floreal me dijo: «Nos van a matar». Los otros nos gritaban «Calláte, ¡hijo de puta!… Así que robando coches»…

 

2 – El cuartito de un garaje

-¿Entonces no sabía que Floreal era tupamaro?

-No. Sabía que Floreal había tenido problemas políticos, como había tenido todo el Uruguay, unos más o menos comprometidos. Yo me quedé con eso de que nos llevaban por robar autos. Uno quiere creer lo que quiere creer. Pensaba en que me irían a reconocer y no tendría problemas, porque yo no había robado nada… después me di cuenta que era por lo político.

-¿Adónde los llevan?

-Dimos un montón de vueltas y no sé dónde era. Llegamos a un lugar y uno pide las llaves de las esposas, el otro no las encontraba y le dice: «Cortále el brazo igual»… A mí automáticamente me dejan en un lugar que tenía apenas un metro por un metro. Era como si alguna vez hubiera sido un baño.

-¿Pudo ver algo del lugar?

-Quedé en esa piecita. Pude pasarme las manos para adelante, porque me habían esposado a las espaldas y con un buzo me taparon la cara, no me pusieron capucha. Llegué a mirar por la rendija de abajo. No recuerdo cerradura. Lo que pude ver eran dos o tres coches de frente y más atrás una cortina, como si fuera un garaje… Al rato llegaron con más gente. Uno le dijo a otro: «Le pegué una patada en la panza que casi le saco al chiquilín por la boca». Eso me dejó muy mal, porque mi cuñada, la esposa de mi hermano estaba embarazada a término… Después supe que no era ella, que era María de los Angeles Corbo, la señora de Brum, que también estaba embarazada.

-¿Escuchó los interrogatorios?

-Sí, a lo lejos escuché la tortura: la música fuerte y los gritos. También habían traído a Brum. Uno dijo: «Lo fui a agarrar del pelo a este pelado y me quedé con la peluca en la mano». Brum usaba peluca. Yo creo que era el único que estaba ah
í abajo. En un momento me dijeron: «Estamos esperando al doctor y ahora vas a pasar a la biaba…». Pero no me hicieron nada.

-¿Sintió que estaba Amaral?

-Sí. Lo sentía que andaba con los guardias. Le decían «Quedáte tranquilo, que papito se está divirtiendo». No sé si no había un televisor cerca de ese lugarcito en el que estaba yo. Ellos creo que miraban televisión.

-¿Vos, Amaral, recordás algo de lo que señala Abreu?

-Tenía tres años, no me acuerdo de mucho. Los autos sí. Había autos. Lo del televisor, siempre había tratado de encajarlo en un lugar dentro de mi memoria. No lo asociaba al garaje. Sé que me hacían un juego de palabras con el televisor. No sé si decían «película» y yo decía «polícla» o cualquier cosa y ellos se reían. (…) Sí recuerdo de bajar por una escalerita donde yo me encontraba con mis padres y debajo había un garaje. Era una escalera recta, bastante empinada y con baranda.

 

3 – Un celdario en el centro

-¿Abreu, cuánto tiempo estuvieron en ese lugar?

-No creo que haya sido mucho tiempo. Tres o cuatro días quizás. Después nos llevaron a otro lugar. No he podido recordar en qué me trasladaron. El segundo sitio era algo preparado. Las puertas eran de chapa como un celdario.

-¿Podía ser una unidad policial?

-Podía ser. Era algo preparado como para tener gente presa.

-¿Qué pasa con usted?

-Me metieron en una celda. Era un espacio más grande. Había una puerta de metal con algún tipo de abertura por la que me dieron mate cocido. No había cama. No había ventanas… Muchas cosas no las sé. No me fijé en detalles y cosas que he querido recordar en estos años. No estaba preparado.

-¿Cuánto tiempo estuvo allí?

-Más tiempo. Sentía la voz de Floreal y la esposa como si estuvieran a un par de celdas de mí. Yo estaba bien sobre una punta. Los escuchaba a mi izquierda.

-¿También estaba Amaral en ese sitio?

-Yo escuchaba a los padres. Si no estaban juntos, tenían las celdas pegadas, porque cuando Amaral salía al corredor y después volvía como un ventarrón con los guardias, yo escuchaba que le hablaba desde atrás de la puerta a Mamá y a Papá. Yo siempre estuve encapuchado. Había un fuerte olor a desinfectante.

-¿Amaral, vos recordás algo de ese segundo lugar?

-Del celdario algo me acuerdo. Salía con alguien más, no me acuerdo quién. Sí recuerdo esa puerta de chapa roja, como de antióxido, que tenía una ventanita sin vidrio a la que le pusieron un diario y le hicieron un agujero con una llave… También recuerdo a mi madre y mi padre durmiendo en el piso y yo en el medio. Era un lugar completamente bañado de creolina.

-¿Tenían uniformes, Amaral?

-No. La gente que me llevaba para un lado y para el otro estaba vestida de civil; a lo sumo, podría haber tenido ropa de fajina, pero no uniformes.

-¿Abreu, a usted tampoco lo torturaron allí?

-No. Lo que había era tortura psicológica. Uno me habló en la celda y me dice: «Quedáte tranquilo, a vos no te van a matar porque te dejaron el reloj». Eso fue muy fuerte, porque uno se trata de aferrar a algo. Mi vida era el reloj. Pero después vino otro, me ordenó levantarme y me sacó el reloj. Eso provoca terror… Después me hacían como falsos fusilamientos.

-¿Cómo?

-Era un juego para ellos. Te ponían algo en la sien y te preguntaban con qué te estaban apuntando. Vos decías un arma y ellos te llevaban la mano hasta hacerte tocar un dedo. Y si decías un dedo, te hacían tocar un revólver. También me decían que estaban haciendo sufrir a mi madre que tenía entonces hemiplejía.

-¿Alguna vez lo interrogaron?

-No. Interrogar no.

-¿Las voces que escuchaba eran siempre de argentinos o había uruguayos?

-De lo que escuchaba sí, no todos eran argentinos. Pero conmigo sólo hablaron argentinos.

 

4 – Casas rodantes y aviones

-¿De ahí, a dónde los llevan?

-A unas casas rodantes. Ahí nos sacan sin capucha. La que faltaba era la gorda (Graciela Estefanell). A mí me pusieron en una camioneta, atrás. Una pick up. Estábamos separados de la cabina. Después trajeron a Brum y a Floreal. «Quedáte tranquilo, me dice el petiso Floreal, que a vos no te van a matar». Recuerdo haber visto un estacionamiento grande con una escalera o una rampa que subía. Era de día. Cuando salimos, doblamos a la izquierda y me pareció ver como un centro comercial en la calle.

-¿Pudo ver algo del camino?

-No recuerdo nada, hasta estar en una casa rodante que estaba cerca de un aeropuerto, porque nos pasaban aviones por arriba. Había muchos árboles y por lo menos tres casas rodantes. En una estábamos Floreal, Brum y yo. Teníamos un guardia argentino, pero estábamos encerrados en lo que sería el dormitorio de la casa rodante. Ahí fue donde pude ver cómo los habían dejado.

-¿Ellos le muestran cómo habían sido torturados?

-Sí. Floreal estaba destrozado. Tenía quemados los testículos y el pene, él nos mostró. No sé dónde no lo habían tocado. A Brum también le habían dado mucho. Me impactó mucho cómo estaba Floreal.

-¿Allí también escuchó la presencia de Amaral?

-No. A él dejé de escucharlo después del segundo cautiverio.

-¿Recordás algo de eso, Amaral?

-Sí. No fui a las casas rodantes. En el celdario fue la despedida de mis padres… Yo no estaba con mis padres. Me tenían en otro lado y me llevaron en un auto. Había una rotonda antes de llegar. Bajé del auto y me llevaban a upa. Entré en un lugar lleno de azulejos blancos, con un piletón. Abrieron una puerta y estaban mi madre y mi padre en un colchón, tapados con una frazada. Me paran junto a mis viejos. Ellos estaban comiendo churros y me convidan… Eso es lo que tengo en la memoria como la última vez que veo a mis padres y que fue como una despedida. No tengo el audio de lo que me pudieron decir. Hoy comprendo que era una despedida, porque si no los milicos no le hubiera dado churros para que me convidaran… No lo puedo armar de otra forma.

-¿Abreu, cuánto tiempo están en las casas rodantes?

-Uno o dos días solamente.

-¿Piensa que pudo ser Aeroparque o Ezeiza?

-Por la cantidad de aviones que pasaban podía ser Aeroparque, pero creo que bosques también hay en Ezeiza. Era un lugar tranquilo y seguro para ellos, por la forma en que nos trasladaron.

-¿Cuándo los trasladan?

-De noche. Cuando a mí me bajan, nos estaban encandilando cinco o seis coches, por eso le digo que ellos tenían que estar seguros. Sólo veíamos recortadas las figuras de los que estaban armados. Me trasladaron a otra de las casas rodantes y me hacen subir. Ahí había un médico, me bajan los pantalones y me dan dos inyecciones.

-¿Los inyectaron? ¿Con qué?

-No sé lo que me dieron. Después de mí, trajeron a la gorda Estefanell. También estaba en un estado lamentable, no la habían higienizado y probablemente estaba con su período… A ella la torturaron mucho, porque tengo idea de que se había resistido a tiros. Escuché que habían roto toda una casa, incluso la estufa a leña, por plata del botín de guerra…

 

5 – El «vuelo cero» a Montevideo

-¿Cómo fue el traslado?

-Después que nos inyectaron, nos metieron en una camioneta y luego recuerdo escenas ya dentro del avión. Eran asientos de a dos, como
en un ómnibus. Me dejaron solo y, de pronto, alguien se me sentó al lado y me dijo «¿Cómo te llamás? Y yo no tenía mis documentos encima. Ahí sentí que nos estaban entregando. La voz era de un uruguayo. Me tomó los datos y me dejó solo. Atrás mío escuché a Floreal.

-¿Recuerda algo especial de aquel vuelo?

-Del vuelo no. Al bajar, que nos pusieron en una camioneta que tenía asientos largos a los lados atrás… Cuando estamos parados ahí siento que alguien dice «Bienvenidos al Uruguay»… En todo esto, yo me desmayé varias veces o hubo algo que me durmió. Esa fue una de ellas. Sentí que estaba acá y que, no sé, que estaba a salvo…

-¿Los «camellitos»?

-Probablemente. Subimos ahí y viajamos… Recuerdo que al ingresar al lugar donde nos llevaban, sentí como que pisábamos unos fierros o algo metálico, como un alcantarillado con algo de metal arriba. Al ingresar había un desnivel, una bajada después de los fierros. Estoy convencido de que era la Casona de Punta Gorda. Mucho después fui a ver el lugar por fuera, pero lo que más recuerdo es el interior.

-¿Como era el lugar?

-Sé que hay una escalera. Nosotros estábamos arriba. Subiendo, íbamos hacia la derecha por un corredor y allí un cuarto a la izquierda. Una pieza grande, no sé si no tenía una estufa a leña. Allí se sentía el mar y, por las noches, música fuerte de algún local cercano. Estaba encapuchado y con esposas diferentes a las anteriores. Estas tenían un fierro al medio que te dejaban separadas las manos.

-¿Allí estaban todos?

-Todos menos la gorda, Graciela Estefanell. La trajeron después.

-¿Qué más recuerda?

-Tenían permanentemente encendida Radio Colonia. Ellos nos hacían el teatro y yo lo seguía de que no estábamos en Uruguay, sino en Argentina. Lo otro que recuerdo era el ruido de la tortura a la gorda. A los demás no recuerdo que los torturaran allí, a la gorda sí. Se escuchaba como un tchac chac chac chac chac, que sonaban como chasquidos. Eso con la radio a todo volumen y con los gritos de ella.

-¿Allí ya todos eran uruguayos?

-Sí. La mayoría personal joven. Hubo uno que se me acercó y me dijo: «Yo sé que vos sabés que estás en Uruguay. Yo sé que vos no tenés nada que ver. Quedáte tranquilo que te van a soltar». Ese me levantó la capucha. Yo no lo quería ver, sólo pude ver que era negro.

-¿Le dijo algo más?

-Sí, que era porque si mañana yo lo encontraba en la calle supiera que él sabía que yo no tenía nada que ver.

-¿Recuerda a alguien más?

-Al que nos daba de comer. Creo que le decían el abuelo.

-¿Otros nombres o apodos?

-No. Todo eran órdenes de mando y respuestas tipo «negativo» o «afirmativo».

 

6 – Despedida antes del asesinato

-Pasan los días…

-Sí. A mí es al único que lo dejan leer. Ahí leo algo del Chacal…

-¿El Día del Chacal?

-Ese, sobre un atentado a De Gaulle, que tenía algo que se les escapó: un sello de Librería Ruben, la de Tristán Narvaja… Eso me decía que estaba en Uruguay, aunque seguía el juego contrario.

-¿Había otros datos que confirmaban que era Montevideo?

-Sí. Se escuchaba el grito de «Â¡Para hoy!» de los basureros, cuando a fin de año piden la propina. Eso lo escuchaba en esos días. Hoy tocan la bocina, antes gritaban desde los camiones… Y eso es de Montevideo.

-¿Qué hacían los otros detenidos?

-A ellos los obligaron a hacer «los deberes»…

-¿Qué era eso?

-Escribir, creo que lo que pensaban hacer en sus vidas, con sus familias… Uno de los que leía lo que escribían dijo con ironía: «Ché, ¿pero todo el mundo se pensaba escapar de la organización?»… Yo supongo que era un discurso que ellos tenían preparado para decir si los capturaban. Se nota que todos escribían lo mismo.

-¿Cómo recuerda el momento en que a ellos los ejecutan?

-Hubo algo previo. Unos hacían la guardia buena y otros la guardia mala…. Un día, vinieron unos y nos dijeron: «Bueno, los vamos a dejar hablar entre ustedes. Así que a los dos matrimonios los vamos a dejar charlar solos en los cuartitos de enfrente. Pero esto no se lo digan a nadie». Y pasaron los padres de Amaral y el otro matrimonio. Entonces uno dijo: «¿Y a la gorda con quién la ponemos?» y el otro contestó «Ponéla con este nabo, que vaya a hablar».

-¿Lo llevaron a solas con Graciela Estefanell? ¿Qué le dijo?

-Me llevaron. Ella fue la que habló. Me dijo: «Mirá, Julio, a vos no te van a matar. Lo único que te pido es que cuando salgas le avises a la organización que no se habló nada, que no se dijo absolutamente nada ni nada por el estilo. Que no somos traidores, que echamos para adelante». Todo sobre la organización habló. Ellos ya sabían que los iban a matar. Después a mí la guardia me volvió a decir que no comentara nada…». Mirá que no serías el primero que se cae por la escalera para abajo», me amenazaron.

-¿Fue como una despedida antes de que los asesinaran?

-Eso fue un día… Después, recuerdo que una noche había silencio, mucho silencio. Era como una espera. Las guardias iban y venían pero como con tensión. Al día siguiente, las cosas se empezaron a endurecer, se impuso la disciplina.

-¿Sería el día que mataron al coronel Ramón Trabal?

-Supongo que sí. Fue unos días antes de que los mataran a ellos. Eran más rígidos en las cosas. Nosotros no nos enteramos nada de Trabal entonces. Con el que a veces discutían o hablaban era con Floreal. Por la muerte de los soldados en el jeep, por ejemplo.

-¿Cómo se los llevaron?

-Fue una noche. Sentíamos un ruido de armas, como que encasquillaban, trac trac, un ruido fuerte. Entraron y dijeron: «Â¡Levántense, tupamaros!». Nosotros estábamos cubiertos con ponchos verdes del Ejército. Cuando yo me levanto, me dicen «Â¡Dije tupamaros, no tarados!»… No sé, algo así me dijeron y me dejaron ahí… A ellos se los llevan y al otro día de mañana -pese a la capucha uno tenía ya noción de la noche y el día- siento que sube el de la voz más fuerte, el que mandaba. Una voz dura, imperativa, enérgica… Dice: «Bueno ya los matamos, están todos muertos estos comunistas».

-¿Había quedado solo o se sentía la voz de otros detenidos?

-No. Por lo menos arriba, quedé yo solo.

 

7 – Un falso traslado a Uruguay

-¿Qué recuerda de aquel mandamás?

-Me llevaron a hablar con él. Estaba subiendo a mano derecha, en una pieza que tenía como un escritorio. Cuando entro era un día muy luminoso y se veía la claridad por atrás de la capucha. «¿Me viste?, ¿Me viste?», me preguntó. Fue por atrás mío, me puso una mano en el hombro y me dijo: «Vos quedáte tranquilo, a vos no te vamos a matar porque no sos comunista. Nosotros matamos a los comunistas», o algo por el estilo.

-¿Alguna vez le dijo algo más ese oficial?

-Lo único fue que yo no dijera nada y que no me fuera del país. Pero eso me lo dice cuando mi liberación.

-¿Cuándo lo liberan?

-Fue medio simultáneo con la llevada de Floreal y los otros. Yo hasta ese momento no creía que los hubieran matado. Entonces, vino uno y me dijo: «Quedáte tranquilo que mañana te liberamos».

-¿Y al día siguiente?

-Me preparan como para soltarme. Me dieron mi ropa, la lavé en el baño. Nos dejaban bañarnos, en eso de
la higiene se estaba bien. Me pusieron algodón en cada uno de los ojos, como parches, y un par de lentes negros. No podía ver nada. Me dijeron: «Bueno, te vamos a llevar al Uruguay en barco». Creo que era de noche, cuando me sacan. Otra vez escuché ese ruido a fierros al salir. Me llevan y recuerdo que era cerca del agua. De pronto, se corta todo y me dicen: «Bueno, vámonos». Me llevaron al mismo lugar y otra vez sentí aquel ruido a metal.

-¿Qué le explicaron?

-Que no había salido lo del barco. El trato era muy coloquial. Creo que ese día hasta me dieron queso y dulce. Me dijeron: «Te vamos a llevar mañana, pero en avión»… Me dicen que al otro día era 24 de diciembre. Unos días antes me habían preguntado dónde querían que me liberaran y yo dije en Neptunia, donde estaba la casa de mi madrina. Cuando me enteré que era Navidad, les dije que me dejaran en mi casa de Montevideo, pero me dijeron que no, que ya estaba preparado el plan y no se podía cambiar… No daba para discusiones.

-¿Y lo subieron a un avión?

-Al otro día, después de volver a ponerme los parches en los ojos y los lentes. Me llevaron en un auto. Yo iba atrás. Adelante iba manejando el de la voz mandante y al lado el guardia que había quedado casi permanentemente conmigo desde que se llevaron a los otros. Volví a sentir los fierros en el piso. Llegamos a un lugar, donde había una guardia o un control. Frenaron, hablaron y seguimos. Volvimos a frenar y me hacen subir a una avioneta, algo chico. El piloto y el capo adelante, el guardia y yo atrás. Despejamos, subimos y al ratito bajamos.

-¿No pudo detectar algo de dónde estaba?

-Cuando me volvieron a subir al auto, por un costado pude ver algo parecido a unos hangares que quiero creer que eran amarillos o tengo una idea de ese color. Volvimos a pasar una guardia, que sería la misma por la que llegamos. No sé si no estaba en el mismo auto. Tampoco quería ver nada. Sólo esperaba que me liberaran.

-¿Le dijeron algo en el camino?

-Sí. Que no hablara, que no me fuera del Uruguay porque era el lugar más seguro en el que podía estar. Que disculpara por todo lo que había pasado, pero que era por mi propia seguridad, porque si me liberaban me iban a agarrar los tupamaros. Me dijeron que me iban a dar una plata, «porque cuando vos ibas a comprar el pollo tenías una plata y te la sacaron ¿no?», lo que me decía que ellos sabían todo. «Lo que no te podemos devolver es el reloj», me dijo encima.

-Lo llevan a Neptunia y lo liberan…

-Me llevaron y antes de bajar me dijeron que no hiciera la denuncia. «Así como matamos a estos cinco, si hablás, te matamos a vos y a toda tu familia. Esto no lo puede saber nadie. Si no lo sabe nadie, quedate tranquilo que no te va a pasar nada». Después de muchas vueltas me dijeron que me pusiera mirando para atrás en el auto y que no me diera vuelta. Me ordenaron sacarme los tapones de los ojos, que les devolviera los lentes y me quedara así. «No te animes a mirarnos a nosotros, porque te matamos». Quedé mirando para atrás. Pude ver que estábamos en un Peugeot blanco, un automóvil, supongo que un 403. En ese momento estábamos pasando la Turisferia. Era un día soleado. Entramos a Neptunia y a una cuadra y media de lo de mi tía, me hicieron bajar mirando para atrás, me dieron la plata, serían unos 200 pesos de ahora y me ordenaron que esperara unos cinco minutos. Cuando sentí que se fueron, fui a lo de mi madrina. Y por primera vez, volví a respirar… *

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