Del libro del autor El Derecho y el Revés, Letraeñe ediciones, 2008

A 47 años del golpe de Estado en Uruguay. Oscar López Goldaracena es abogado especialista en Derechos Humanos y Derecho Económico.

militares

 

El golpe

El 27 de junio de 1973, un día frío y con niebla, el presidente Juan María Bordaberry y los militares de entonces dieron un golpe de Estado disolviendo el Parlamento.

Un golpe de Estado es quedarse con el gobierno por la fuerza. En este caso se trató de un “autogolpe”, porque lo encabezó el mismo presidente de la República que desde ese día se convirtió en dictador.

Bordaberry y las Fuerzas Armadas, con tanques del Ejército, aviones de la Fuerza Aérea y buques de la Armada le dieron una patada a la democracia. Bordaberry violó la Constitución y traicionó su juramento de respetarla. Traicionó al pueblo.

El 27 de junio de 1973 fue un día gris, triste. El golpe de Estado instaló una dictadura que duró casi 12largos años, hasta el 1 de marzo de 1985.

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¿Qué es una dictadura? La dictadura es un gobierno al margen de la ley que se impone por la fuerza y bajo la amenaza de las armas. La dictadura es todo lo contrario a la democracia.

En dictadura no existe el Estado de derecho, ni libertad, ni garantías para las personas; en dictadura el pueblo no elige ni puede controlar a quienes ejercen el poder.

Con el golpe de Estado y la disolución del Parlamento dejó de existir un régimen democrático. Dejó de existir, por ejemplo, un Poder Legislativo integrado por ciudadanos electos por el voto popular. Fue sustituido por un Consejo de Estado compuesto por personas designadas a dedo por los militares.

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El 27 de junio de 1973 Uruguay amaneció con una marchita de banda militar en todas las radios y, permanentemente, comunicados de las Fuerzas Conjuntas.

A primera hora de la mañana el Ejército rodeó con carros blindados el edificio del Parlamento. Al Palacio Legislativo ingresaron los generales, los coroneles y los tenientes coroneles con pistolas y ametralladoras en la mano. Entre ellos, el general Gregorio Álvarez (jefe del Estado Mayor Conjunto), con su bigote parecido al de Hitler, augurando que más adelante él también se convertiría en dictador.

No todos los militares en actividad apoyaron el golpe de Estado, porque los había demócratas. Pero quienes no estaban de acuerdo se vieron obligados a renunciar o fueron presos. La misma mañana del golpe, el capitán Óscar Lebel se puso el uniforme de marino y colocó en la ventana de su casa, junto con la bandera uruguaya y la de Artigas, un cartel que decía: “Soy el capitán Óscar Lebel. ¡Abajo la dictadura!”. La gente del vecindario se congregó en la vereda y cantó el himno nacional. Al rato llegaron seis camiones del Ejército y lo llevaron preso.

Tampoco todos los civiles que integraban el gobierno de Bordaberry apoyaron el golpe de Estado. Varios ministros y el vicepresidente de la República renunciaron a sus cargos al conocer la noticia de la disolución del Parlamento.

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El golpe de Estado no fue aceptado por el pueblo. Los trabajadores, convocados por la Convención Nacional de Trabajadores (cnt) comenzaron una huelga general con ocupación de los lugares de trabajo que duró 15 días, desde el 27 de junio hasta el 9 de julio de 1973.

En repudio al golpe, los estudiantes también ocuparon la Universidad y las facultades.

El día anterior había muerto Francisco “Paco” Espínola, el gran escritor creador de Saltoncito. La mañana del 27 de junio sus restos fueron velados en la sede del Partido Comunista. El cortejo fúnebre hacia el Cementerio Central se convirtió en una columna de pueblo contra el golpe, integrada por intelectuales, estudiantes y trabajadores.

Las fábricas estaban ocupadas. No había ómnibus. Los bancos no abrían. Las oficinas públicas no funcionaban. Se hacían manifestaciones “relámpago” aquí y allá, por calles y avenidas, en el Cerro por la calle Grecia; en la Curva por la avenida 8 de Octubre, y en los demás barrios, en Montevideo y en el interior. Se gritaba contra la dictadura. Se pintaban muros. Se agitaba y difundía la huelga. En las fábricas ocupadas se cocinaba para todos en grandes ollas sindicales. Los vecinos eran solidarios aportando los alimentos, el combustible y los remedios para los enfermos.

La Policía y los militares patrullaban la ciudad. De noche nadie salía a la calle. La dictadura desalojaba los lugares ocupados, pero los trabajadores volvían a ocupar enseguida.

A pocos días de la huelga, no se podía conseguir nafta. La refinería de ancap en La Teja estaba ocupada por sus trabajadores y los militares la tomaron por la fuerza. Fue cuando los trabajadores apagaron la llama de ancap.

La dictadura está cada vez más nerviosa. Sabe que el pueblo le hizo el vacío, pero tienen las armas. El gobierno declara ilegal a la cnt y persigue a los dirigentes de los sindicatos como si fueran delincuentes. Los buscan en sus casas y en locales sindicales. Meten presos a estudiantes, trabajadores, dirigentes políticos y sindicales.

La dictadura pone preso al general Líber Seregni, líder del Frente Amplio. Wilson Ferreira Aldunate, caudillo del Partido Nacional, tuvo que salir del país para evitar ser detenido.

El gobierno autoriza a que sean despedidos los trabajadores que no se presenten a trabajar. La dictadura comenzaba a castigar con fuerza, con perros, con prisión, con capucha, con plantones y en algunos lugares con tanques y helicópteros. Las comisarías no tienen lugar para tanto pueblo preso y entonces la dictadura convierte al Cilindro, el estadio cerrado de básquetbol más grande del país, en una gran cárcel.

Pero una increíble resistencia pacífica sigue enfrentando al golpe de Estado.

Aumenta el castigo. Son baleadas reuniones de trabajadores y desalojadas por la fuerza decenas de fábricas. En la calle asesinan por la espalda a Ramón Peré, un estudiante de veterinaria y joven profesor. Una inmensa multitud acompañó el cortejo fúnebre hasta el Cementerio del Buceo en señal de protesta y de dolor. El pueblo continúa aguantando.

El 9 de julio, a las 5 en punto de la tarde se haría una gran reunión de gente en la calle, sobre la avenida 18 de Julio. Se convocó boca a boca y con mensajes de radio, en clave, que los militares no iban a entender, porque no tenían oídos para el idioma del pueblo.

Ruben Castillo, un conocido periodista, invitaba a la marcha sin nombrarla, recitando, todo el día, un poema de Federico García Lorca que comenzaba diciendo: “A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde”.

Las fábricas que aun continuaban ocupadas hicieron sonar sus sirenas “a las cinco en punto de la tarde”. La manifestación, a la cinco en punto de la tarde, surgió como de la nada y se encontró el pueblo en el lugar indicado.

Enseguida llegó la violencia de la dictadura, los palos, las ametralladoras, los tanques, las camionetas policiales, los gases lacrimógenos, los helicópteros, las patadas a los detenidos, los heridos, golpes al pueblo.

Luego de dos semanas de huelga general y haciéndose insostenible la situación, los trabajadores resuelven levantar el paro. Las armas las tenía la dictadura y las apuntaba y disparaba contra la gente.

No hubo una guerra ni un enfrentamiento armado, como algunos quieren hacer creer. La dictadura se instaló por la fuerza de los tanques, sin apoyo del pueblo, contra el pueblo.

¿Y los niños? Con miedo, terror, asustados. Algunos con padres muertos, asesinados. Muchos con padres presos, lastimados. Otros que esperaban noticias de su papá o de su mamá que se tuvieron que ir para evitar que los metieran presos. Niños que no volvieron a la escuela en Uruguay porque toda la familia huyó a otro país. Los que regresaron a clases, lo hicieron asustados. Sus padres y abuelos, nerviosos, les habían dado muchas indicaciones y consejos: no hables del golpe de Estado, no converses con nadie, no digas a nadie sobre papá y mamá.

El edificio del Uruguay se derrumbaba y comenzaba a caer encima de muchos niños.

La dictadura y los golpes

La dictadura quiso controlarlo todo. Los militares tenían la fuerza para obligar al pueblo a comportarse como ellos querían. Dictaban las reglas y los demás debían obedecer. Les gustaba hacer desfiles militares y mostrar las armas, sobre todo lo tanques, para que la gente tuviera miedo. Y la gente les tenía miedo.

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No hubo libertad de hablar. No se podía decir lo que se pensaba, sobre todo si era contra el gobierno. No se podía protestar. Todo era censurado. Los militares tachaban y prohibían lo que no les gustaba: las canciones, los libros, las letras de las murgas, el Carnaval, los profesores, los maestros, los estudiantes, los trabajadores. Llegaron al absurdo de prohibir libros sobre tendencias de arte, como fue el caso de un libro que se titulada El cubismo, porque para ellos trataba sobre Cuba, y otros, como la La importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde, porque seguramente hablaría de Ernesto Guevara. Llegaron a lo insólito de llevarse preso a un estudiante de abogacía porque su Código Civil era de tapas rojas, “comunista”.

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Si eras joven y tenías el pelo largo eras un “enemigo del proceso”, un “tupamaro”. Quienes en esa época iban al liceo, no entendían la relación entre la moda y la dictadura. Los varones tenían que ir a clase de pelo corto: “dos dedos arriba del cuello de la camisa”. Las mujeres debían usar el pelo recogido y, además, la pollera no podía dejar ver la rodilla. Cuando entrabas al liceo, los porteros controlaban que cumplieras con la moda militar. Las peluquerías de los barrios, sobre todo los lunes, tenían cola de estudiantes. Igual, siempre había alguien que se ingeniaba peinándose de atrás hacia arriba, para dejar la nuca al aire y cumplir con la absurda regla de los “dos dedos”. También estaba aquella gurisa que se descosía el dobladillo de la pollera para que llegara a la rodilla y en el recreo se la subía. Era una juventud de pelo largo y de polleras cortas, pero para los dictadores, nada de minifaldas ni pelo en la nuca. ¡Ni que hablar si un hombre se dejaba la barba! “Eran todos comunistas.”

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Las radios y los diarios decían lo que ellos querían que se dijera. Si algún periodista se negaba, lo llevaban preso, se quedaba sin trabajo y luego nadie lo volvía a tomar como empleado.

Era común, en ocasiones varias veces por día, que en la televisión o en las radios pasaran comunicados de las Fuerzas Conjuntas con musiquita de marchas militares. Una vez anunciaron que habían detenido a un grupo armado sedicioso en una casa de la Costa de Oro, cuando en realidad era todo un “teatro” para que la gente creyera que había enemigos a quienes combatir. Lo cierto fue que secuestraron a uruguayos que estaban viviendo en Argentinae incluso robaron a un bebé, Simón, el hijo de Sara y Mauricio, y los trasladaron clandestinamente a Uruguay donde los tuvieron desaparecidos en cárceles secretas durante meses.

Mentían y engañaban utilizando a su antojo todos los medios de comunicación y no se les podía contestar.

Prohibieron la libertad, pero además asesinaron el derecho a la vida. Fue un terrorismo de Estado.

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Los militares veían o imaginaban enemigos por todas partes y como no tenían que rendirle cuentas a nadie, no tuvieron límites. Detuvieron ilegalmente a miles de personas, asesinaron, torturaron y hasta hubo que inventar nuevas palabras para describir una de sus mayores atrocidades: la desaparición forzada. Sí, además de matar y torturar, “desaparecieron” a hombres, mujeres y niños.

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Mucha gente fue presa aunque no estuviera haciendo nada, sin ningún motivo y sin importar la edad. Los que pudieron, escaparon y se refugiaron con sus familias en otros países.

No se imaginen que cuando detenían a alguien lo trataban como a un apersona con derechos. No crean que existía la posibilidad de defenderse con abogados independientes.

Detenían a las personas y a familias enteras, generalmente de noche o de madrugada, entrando a su casa por la fuerza. Los encapuchaban o les vendaban los ojos y se los llevaban a cuarteles o a lugares secretos, donde los torturaran. En las sesiones de tortura, muchas veces estaban presentes médicos militares que controlaban y daban instrucciones para que se pudiera seguir torturando y haciendo sufrir sin que la persona llegara a morir (cuando no les servía que se muriera).

Así tenían a los prisioneros durante días, semanas o meses, sin que nadie supiera nada de ellos. Muchos murieron por causa de las torturas. Los militares entregaban el cuerpo a su familia en un ataúd cerrado, con prohibición de abrirlo, diciendo que se había suicidado. Los médicos militares falsificaban la causa de la muerte en los certificados de defunción. Pero muchos padres abrieron el cajón para ver el cuerpo de su hijo y comprobaron que éste había sido brutalmente torturado. Pero no podían reclamar. No había justicia.

A otros prisioneros, luego de torturarlos los “desaparecían”. Negaban haberlos detenido, ocultaban sus cuerpos y los enterraban clandestinamente.

Desaparecieron a hombres. Desaparecieron a niños. Desaparecieron mujeres, incluso a madres embarazadas a quienes les dejaban tener a su bebé para luego robárselo. Después “desaparecían” a la madre.

La dictadura no solamente “desaparecía” a uruguayos en nuestro país, sino que también lo hacía en el extranjero. Es que en esa época había dictaduras militares en varios países de la región (Argentina, Chile, Paraguay, Brasil y Bolivia) y entre ellas actuaban en forma coordinada, como si no hubiera fronteras. Lo llamaron Plan Cóndor. Militares uruguayos impunemente perseguían, secuestraban y asesinaban a uruguayos que se encontraran, por ejemplo en Argentina. Fue así que el 20 de mayo de 1976, la dictadura asesinó en Buenos Aires al ex senador Zelmar Michelini (fundador del Frente Amplio) y al ex diputado Héctor Gutiérrez Ruiz (Partido Nacional, ex presidente de la Cámara de Representantes).

Familias enteras de uruguayos que vivían en Buenos Aires fueron “desaparecidas” por militares uruguayos y argentinos. Los mantuvieron prisioneros en “centros clandestinos de detención” en Buenos Aires y luego los trasladaron a Uruguay, donde siguen desaparecidos.

Entre 1973 y 1985 desaparecieron más de 200 uruguayos, en nuestro país y en el exterior. Y para peor esta cifra no esta cerrada, ya que después del miedo empezaron a denunciarse desapariciones de personas que no se habían realizado antes, y hay casos, inclusive, que todavía se están investigando.

Los desaparecidos no están muertos, ni vivos. Están desaparecidos y seguirán desaparecidos hasta que se conozca toda la verdad sobre lo sucedido, hasta que aparezcan sus cuerpos. Durante años, padres buscando a sus hijos. Hijos buscando a sus padres. Abuelas y abuelos buscando a sus nietos. Y nada. Solamente pudieron desenterrarse y recuperarse muy pocos restos.

Otras personas detenidas por la dictadura, con más suerte, luego de pasar por los cuarteles o las cárceles secretas, fueron sometidas a un simulacro de juicio, a un “juicio de mentira”, donde hasta el juez era un militar. Nadie salía declarado inocente. Condenaban a los prisioneros por “delitos contra la patria” y los encerraban en cárceles.

Entre 1968 y 1985 pasaron por cárceles y cuarteles cerca de 8.000 presos políticos. Fueron famosas dos grandes cárceles: el penal de Punta de Rieles, para las mujeres y el penal de Libertad, para los hombres.

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¡Si habrán sufrido los niños! Hijas e hijos de padres asesinados por la dictadura. Niñas y niños que nacieron en cautiverio y estuvieron presos con sus mamás. Hijas e hijos de presas y presos políticos. Niños que crecieron a escondidas sufriendo su infancia, la cárcel y los carceleros cuando visitaban a sus padres cada 15 días, con miedo de que algún día los mataran. Jóvenes que nunca olvidarán cuando volvieron a abrazar a sus padres, a tocarlos, a besarlos; que nunca les quisieron preguntar sobre las torturas que sufrieron y que todavía hoy se preguntan qué es preferible, si saber o imaginar. Hijas e hijos de desaparecidos gateando con abuelos y tíos, esperando a sus padres que nunca regresaron y que siguen desaparecidos. Buscan, quieren saber, quieren darles sepultura. Llevar una flor a su tumba. Llorar. Saber que están. Niños secuestrados junto con sus padres. Niños robados de los brazos de su mamá y entregados a otras familias. Niños y jóvenes que un día descubrieron que sus padres no eran en realidad sus verdaderos padres. Que fueron robados cuando bebés. Que son hijos de desaparecidos.

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Niños y jóvenes que vivieron en la dictadura, entre los escombros del Uruguay que se les derrumbó encima. Que vivieron el plebiscito de 1980 cuando el pueblo dijo No. Que golpearon cacerolas. Que hoy son hombres y mujeres construyendo democracia.

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