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Reflexiones políticamente incorrectas sobre el brexit

Si me permiten, voy a contar una inusual anécdota personal. En 1965, entrevisté a Lord Hume, quien hacía poco había dejado de ser primer ministro de Gran Bretaña, y enseguida simpatizamos. Entonces me invitó a almorzar a la Cámara de los Lores.

londresDegustando una deliciosa pierna de cordero escocés le expliqué que había comenzado mi carrera profesional como Kremlinólogo y que me había servido para comprender la política exterior británica, ya que me recordaba el hermetismo del Kremlin. Un día Europa era la brújula de Londres, y al otro, era Washington.

Entonces le pregunté si su señoría podía explicarme cómo hacer frente a ese dualismo.

Lord Hume me respondió que solo un ciudadano británico podía comprender ese dualismo y que tenía que tratar de ser británico por cinco minutos. Entonces me preguntó: “Querido conciudadano, ¿preferiría ser el segundo de Alemania o de Estados Unidos?”.

Ese dualismo explica por qué los británicos, más que todos los demás europeos, observan consternados el deterioro de Europa en la escena internacional y la gravitación del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien hizo de Asia su prioridad.

La exhortación de Obama en su última visita a Londres en contra de la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) suscitó un debate considerable. De hecho, Boris Johnson, el principal impulsor del brexit, llegó a decir que el presidente estadounidense, de padre keniata, no estaba calificado para dar consejos a su país.

Pero el brexit no es más que la versión insular británica de la actual implosión que vive el mundo de la mano del miedo y la codicia. En el marco del referendo, todo debate sobre la identidad, los valores o una visión de Europa sencillamente no existen.

En Inglaterra, el debate gira en torno al miedo y a la codicia. Los partidarios del brexit lanzaron una campaña basada en el miedo. Miedo a los inmigrantes, miedo a perder el control de las fronteras, miedo a quedar sometidos a los caprichos de Bruselas, ampliamente considerados como los de la canciller germana  Angela Merkel y, por lo tanto, los de Alemania.

Contra toda realidad, la campaña por el brexit se concentra actualmente en la amenaza de que 70 millones de turcos puedan llegar a Gran Bretaña y violar a las mujeres. El hecho de que no haya posibilidades de que Turquía ingrese a la UE en un futuro cercano, se ignora totalmente.

El ministro de Justicia, Dominic Raab, a favor del brexit, declaró: “Hay más evidencias de cómo aumenta la inseguridad perteneciendo a la UE. Esto supone un riesgo para las familias británicas”.

Algunos medios de prensa británicos lanzaron una campaña inverosímil. Los británicos podrían perder el control de su costa; su país podría fusionarse con Francia, y Bruselas vetaría el uso de la caldera, el instrumento indispensable para preparar el té que beben a diario.

Un estudio reveló que de 982 artículos de prensa dedicados al referendo, 45 por ciento se concentraban en la salida británica de la UE y solo 27 por ciento, a favor de quedarse.

Boris Johnson, quien escribió dos libros sobre la importancia para Gran Bretaña de pertenecer a Europa y se jactaba de sus ancestros turcos, se pasó al campo de los que quieren salirse de la UE con el claro propósito de reemplazar a David Cameron como primer ministro cuando este renuncie tras perder el referendo. Al ser este un promotor de la consulta popular, su destino está ligado a ella.

La campaña del miedo recurre a los mismos argumentos y a la misma retórica de Donald Trump (Estados Unidos), Jean-Marie Le Pen (Francia), Matteo Salvini (Italia) y Geert Wilders (Holanda), todos favorables al brexit. No tiene ninguna característica británica especial.

Si el miedo es el argumento para salirse de la UE, la codicia es el de quienes abogan por quedarse.

De hecho, también es una campaña del miedo aunque no mencione a la seguridad ni a las fronteras ni a los inmigrantes, sino que habla de dinero y de cuánto perdería Gran Bretaña si quedara afuera del mercado común. De hecho, el ministro de Finanzas de Alemania, Wolfgang Schäuble, declaró que no hay forma de que Londres logre acuerdos especiales como Noruega.

Cameron dio un discurso sobre la crisis del sistema de pensiones. Los sectores financiero, empresarial y económico apoyan la campaña para quedarse en la UE mencionando el daño que implica salirse del bloque.

El primer ministro cuenta con el apoyo del sistema económico internacional, desde el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, pasando por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), hasta el Grupo de los Siete (G-7) países más industrializados, demostrando cuan perjudicial sería el brexit, no solo para la economía de Gran Bretaña sino también para la de toda Europa y el mundo.

Pero sin duda, el daño sería mucho mayor para Inglaterra. El problema es que esos argumentos no funcionan con los partidarios del brexit.

Al igual que en el caso de Trump, Le Pen y demás, las encuestas de opinión concluyen que los partidarios de salirse de la UE se sienten olvidados, dejados de lado, temen por sus familias y sus empleos, no tienen muchos estudios y perciben bajos salarios.

Según la encuestadora YouGov, las zonas con más adeptos a permanecer en la UE son Irlanda del Norte, que recibe una gran asistencia económica,  Escocia y Londres, dos regiones ricas.

Cuanto más se adentra uno en las regiones menos prósperas, como Midlands Orientales, Yorkshire y Humberside, o una zona de muchos inmigrantes como Anglia Oriental, más aparece el apoyo al brexit. Entre las personas mayores de 60 años y con menos estudios se encuentra el grueso del apoyo a la salida de la UE.

En cambio, los menores de 25 años piensan al revés. El recuerdo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y de que la principal razón de la integración europea fue evitar nuevos conflictos como los que arrasaron a Europa, desapareció.

Es imposible decir quién va a ganar. Las dos partes están tan cerca que cada encuesta revela un resultado diferente y contradictorio. Durante mi última visita a Gran Bretaña, me impresionó el éxito de la campaña del miedo. Nadie prestaba atención a las evidencias: vienen los turcos. Pero déjenme pasar de la información objetiva a unas reflexiones políticamente incorrectas.

No hay dudas de que el brexit aceleraría el proceso de desintegración de Europa. El año que viene habrán elecciones en Francia y en Alemania y, en el primero, Le Pen se perfila como ganador, mientras que en el segundo, seguirá creciendo Alternativa para Alemania, de tendencia antieuropea.

La derecha populista, nacionalista y xenófoba crece como sea. Basta mirar las elecciones de Italia, donde el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo registra un aumento fenomenal. Nigel Farage, del antieuropeo Partido de la Independencia de Gran Bretaña (UKIP, en inglés), declaró al Corriere della Sera, que el italiano Grillo y él enterrarían a Europa.

Polonia y Hungría estarán contentas de continuar por su senda nacionalista, al igual que Europa del este. Por su parte, los países nórdicos estarán tentados de seguir a Noruega: afuera de la UE, pero con acuerdos especiales en materia comercial y financiera.

Escocia e Irlanda del Norte están interesadas en permanecer en Europa, por lo que se dice que probablemente se despeguen de Inglaterra para luego reingresar a la UE.

De hecho, la falta de participación activa en la campaña de la primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, se interpretó como una maniobra maquiavélica a favor del brexit para poder convocar luego un nuevo referendo por la independencia.

Sería el fin del Reino Unido, e Inglaterra perdería sus principales conquistas históricas. Solo quedaría Gales para salvar esa denominación.

Sin duda, Inglaterra sufrirá un gran impacto. Quedar afuera de un mercado de 500 millones de personas tendrá graves consecuencias para su crucial sector financiero, y muchas compañías internacionales probablemente se irían de Londres para quedarse en Europa. La capital de Escocia, Edimburgo, es una seria candidata a reemplazarla. Y una Inglaterra disminuida tendrá un peso internacional mucho menor, para empezar en su relación con Estados Unidos.

¿Cuál sería el costado positivo del brexit? Si bien no le veo ninguno ni para Gran Bretaña ni para Europa, sí podría tener una gran incidencia en términos históricos. Puede ser el nacimiento de una nueva Europa, mucho más homogénea, formada por lo que podría llamarse la Europa carolingia.

Carlomagno, en el siglo VIII, pudo unificar gran parte de Europa e hizo de Francia y Alemania la base de su reinado. Como emperador del Sacro Imperio Romano, se apropió del sur de Europa y se apoyó en los valores de la cristiandad, con un fuerte apoyo del Papa.

La nueva Europa tendrá que discutir sus valores fundacionales para ser viable, más allá de su base económica. Y los errores de esa Europa tendrán que discutirse para no repetirlos en la nueva. Puede llegar a convertirse en un polo de atracción para los que se fueron, que habrán descubierto que la integración es un asunto fundamental en nuestro mundo globalizado.

Pero lo más importante, el conflicto y el declive de Inglaterra tras el brexit será un extraordinario mensaje para el resto de los países europeos; les mostrará que el populismo, el nacionalismo y la xenofobia, valores que la integración europea debía enviar a la basura de la historia, podrán ser herramientas útiles para ganar una elección, pero no para gobernar un país.

La Inglaterra del pasado no volverá nunca más y la realidad se filtrará.

Cuando Inglaterra invadió China para obligar a sus ciudadanos a comprar opio al Imperio Británico, había 30 millones de británicos y 323 millones de chinos. En la actualidad, Gran Bretaña tiene 60 millones de habitantes, incluidos los inmigrantes, y China tiene 1.600 millones.

Inglaterra debía ser la cuna de la democracia. Si una campaña de miedo puede ganar en un país supuestamente civilizado, quiere decir que es necesario mejorar la educación para lograr una democracia vital.

Hay un solo problema en ese escenario alentador, y es la Alemania a la que hacía referencia Lord Hume es la de hace 50 años. Su Alemania dominante, de la que uno solo se libra siendo el segundo de Estados Unidos, estará en su lugar y más consolidada para cuando termine el gran reino y salgan Polonia y otros países.

La Alemania actual no es la de Bonn, la cofundadora de Europa con estadistas como Konrad Adenauer, Willy Brandt, Helmut Schmidt y Helmut Kohl, que colocaban a Europa en lo más alto de sus prioridades.

La de ahora es la Alemania de Berlín, con políticos básicamente volcados a las prioridades alemanas, como Merkel y Schäuble, quienes tendrán que resolver una cuestión fundamental: ¿quieren dirigir o quieren integrar? Y el brexit tendrá la ventaja de sacar a la luz esa reflexión.

Roberto Savio
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