Hoy presentan libro de Virginia Martínez: "Los fusilados de abril"

A las 19.30 horas, en la Sala Atahualpa de la institución teatral El Galpón, se presenta el libro «Los fusilados de abril. ¿Quién mató a los comunistas de la 20?» (Montevideo, Ediciones del Caballo Perdido, 2002), de Virginia Martínez, en la que participarán el senador Rafael Michelini, el dirigente del PVP Hugo Cores y la integrante de la Comisión de Familiares de Asesinados Políticos Lille Caruso.

Publicamos un fragmento como adelanto de este libro.

«Este libro no está dedicado a nadie, pero si debiera dedicarlo a alguien sería a las mujeres y a los hombres que con su memoria y sus relatos mínimos no nos dejan olvidar que existieron Abreu, Fernández, Mendiola, Gancio, Sena, Cervelli, González, López.

 

16 de abril, hora 20

El Seccional ha sido allanado dos veces en el día. Hay diez o quince detenidos. Una orden militar prohíbe el ingreso a la casa. Sin embargo al caer la tarde comienza a llegar gente al Seccional. En un momento hay en la casa unas quince personas. Algunos militantes que estuvieron en el Seccional aquella noche dicen que en el espíritu de la mayoría estaba el no achicarse en esos días de violencia, de ataques al Partido, y que no querían dejar solo a Mendiola. Es por eso que unos vienen para acompañar a los otros, para estar juntos, para darse ánimo. Porque el Seccional es también para algunos la segunda casa, todos los días después del trabajo, aunque no haya actividad política, pasan por allí.

La guardia nocturna ese domingo corresponde a los comunistas de la metalúrgica Nervión, donde en abril de 1972 trabajan más de 700 obreros. José Abreu, Héctor Cervelli, José Machado y Enrique Rodríguez son comunistas y obreros de Nervión. Los cuatro se preparan para terminar el día en el Seccional 20. Llevan abrigo, van a pasar la noche en el local. El lunes, la jornada empezará temprano: a las seis de la mañana hay que estar en la fábrica.

José Abreu morirá esa noche. Héctor Cervelli, diez días más tarde. José Machado y Enrique Rodríguez sobrevivirán a la matanza…

Contra el olvido

Entrevisté a unos cuarenta militantes del Partido Comunista que conocieron cárcel y el exilio. La mayoría ya no integra el Partido. Les cuesta el recuerdo. La clandestinidad y la tortura, repiten casi todos, los obligó a borrar hechos y nombres. Años de ese obligado ejercicio de olvido terminó por desterrar de la memoria huellas de su pasado personal. Muchos están distanciados por la división partidaria. Pero todos se sienten convocados por el recuerdo de los fusilados en el Paso Molino. Julio Echeveste quiso que sus hijos estuvieran presentes durante la entrevista. «Ellos nunca oyeron lo que voy a contar», me dijo. Los muchachos oyeron en silencio, y a través del relato recuperaron algo de la historia y de la vida de su padre. Echeveste hizo una descripción prolija y minuciosa de los hechos, descartó la información dudosa y se le quebró la voz al recordar cuando Mendiola se comía su almuerzo y le dejaba dentro del horno una nota pidiendo disculpas. «Es muy duro para mí, en la 20 no perdí compañeros de militancia, perdí a mis amigos, a los que formaban parte de mi vida».

La mayoría sigue siendo gente modesta, que vive en La Teja, en el Cerro, en Pajas Blancas. Rodolfo Di Giovanni me contó: «Hice la Escuela del Partido. Pero no fui mejor comunista por eso. En realidad, no entendí nada. Lo hice por disciplina. Yo era comunista por otras cosas. Y lo seguí siendo. Estuve seis años preso, y sesenta días en El Infierno. Tengo casi inutilizado un brazo por las colgadas. Yo le cuento a todo el mundo que estuve preso. Y que gané. Gané porque no pudieron romperme la pareja. Mi mujer me esperó. Y además porque ahí, en el Partido y en la cárcel, conocí a los mejores. Massera es uno de esos».

Si la memoria se construye como restos dispersos, si lo que emociona son los detalles, el relato de Noemí Apostoloff recoge algo que reconforta, gestos anónimos y luminosos en un tiempo oscuro.

«Durante la dictadura no hubo un solo aniversario en que no hiciéramos un homenaje a los compañeros. (…) Todos los años, lo digo con orgullo, no faltó uno solo en que no fuéramos a dejar flores. Una vez un señor mayor se paró sin miedo, y bien despacio, con elegancia, fue tirando una a una, ocho rosas rojas». *

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