Golpe en Venezuela o definición del cisma geopolítico global

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Si el fracaso en Irak y Afganistán marcó el inicio de la declinación hegemónica imperial; la reciente salida del ejército gringo de Siria significa la salida terminante del mundo unipolar de la escena global. Pero ello no produce todavía el fin del Imperio, tampoco el actual des-orden tripolar (China-Rusia-USA) representa la nueva fisonomía mundial; porque lo que manifiesta este des-orden es la zozobra misma que infunde un periodo de transición sin destino definido. La transición misma manifiesta el drama actual sin rótulo a la vista; ésta sólo tendría sentido propositivo si apunta a una total reconfiguración del tablero geopolítico impuesto desde el siglo XVI por las potencias occidentales, y esto significaría, ni más ni menos, el fin del mundo moderno y su geopolítica imperial centro-periferia.

El descuartizamiento que produjeron los tratados Sykes-Picot del Medio Oriente, no fue más que la secuela lógica de lo que ya se hizo con América primero (iniciado con la bula papal Inter Caetera de 1493) y después con África (Congreso de Berlín de 1884); ello objetivaba la consagración del proyecto moderno como despojo sistemático mundial por parte de una Europa occidental constituida en centro geopolítico global (USA, como extensión anglosajona, se planteó lo mismo con la Doctrina Monroe, originada en 1823 pero implementada desde 1870). Esto quiere decir que, el despliegue del sistema-mundo moderno, es imposible sin ese remate de la periferia mundial: centro-periferia no es sólo una geopolítica imperial sino la ontología acabada de la cosmogonía moderna como afirmación de la supuesta superioridad euro-norteamericana.

La lógica que formaliza ese meta-relato, produce una racionalidad que hace de la guerra la “legítima defensa” del derecho del vencedor. Eso encubre el derecho internacional y por eso, su suspensión, en momentos críticos, como el actual, sólo significa aquella admisión de facto. Cuando USA, la OEA y el Grupo de Lima quiebran el orden constitucional de un país, confirman que el derecho es un eufemismo y la democracia, la libertad y el Estado de derecho, son un negocio de los poderes fácticos. La geopolítica centro-periferia es lo deducido de la antropología civilizado-salvaje o, lo que es lo mismo, superior-inferior. Por eso, ser y saberse centro es la determinación concluyente del kratos de la política moderna. Sólo de eso modo se entienden la primera y la segunda guerra como guerras mundiales, porque la disputa básica consistía en quién se constituía en centro hegemónico mundial (el argumento de la superioridad aria del nazismo no es una idea advenediza sino la creencia básica en la superioridad occidental). Es en ese sentido que, aquellas guerras entre potencias, son asunto de sobrevivencia, porque hasta ser potencia no es garantía si no se es, también, centro; es decir, todas tratan de escapar a la fatalidad de constituirse en periferia. La geopolítica centro-periferia no admite otra posibilidad y constituirse en centro no es algo que se pueda compartir.

En ese sentido, una vez que USA se retira de Siria, no hacía falta adivinar dónde iba a relocalizar su poder estratégico, es decir, su reposición geopolítica. Ya no posee poder disuasivo contra Rusia ni contra China (la puesta en operación del misil hipersónico ruso Avangard y la misión china al lado oscuro de la Luna, dejaba a USA en la categoría del atraso civilizatorio); tampoco Irán, India, Corea del Norte o Turquía, se arredran ante el poder bélico gringo. Después de fracasado el plan del “Medio Oriente Ampliado” –o sea, el control de los hidrocarburos de la franja Irán-Irak-Siria– y de haber repuesto, para su desgracia, el área de influencia ruso en el Mediterráneo oriental, el desplazamiento de sus ejércitos sólo podía tener un único destino: la Cuenca del Caribe.

No tardó mucho el Grupo de Lima, a la cabeza de Duque y Bolsonaro, en apoyar la decisión del régimen gringo de reconocer al improvisado presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como “presidente delfín” de Venezuela. Pero este nuevo golpe de Estado (el anterior duró 2 días, del 11 al 13 de febrero del 2002) ya no busca una simple remoción presidencial sino trasladar a Sudamérica el laboratorio que se impuso en Siria, es decir, la doctrina Rumsfeld-Cebrowski o destrucción sistemática de estructuras estatales con repercusión regional.

Por ello se puede hablar de colusión abierta de las oligarquías nacionales con el Imperio para iniciar un proceso de desestabilización creciente o “caos constructivo” regional. Un gobierno paralelo (con aval del Ministerio de Colonias –OEA–) sólo puede conducir a un des-gobierno, y esto, a la guerra civil; pero con ello, todos los gobiernos involucrados atizan su propia desestabilización. Como señala Tierry Meyssan, éste es el esquema que se activó en Siria el 2011: la OEA asume el papel de la “Liga Árabe”, el “Grupo de Lima” hace el papel de los “Amigos de Siria” y Juan Guaidó asume el papel del jefe de la oposición siria Burhan Ghalioun (típico peón que sale de escena una vez que el conflicto estalla). Por razones geopolíticas, al Imperio en decadencia ya no le conviene “mantener” gobiernos leales; los costos de recuperación hegemónica sólo pueden compensarse con la desposesión inmediata de recursos estratégicos. Sumir a la región al caos creciente es el plan del Departamento de Defensa “core and the gap”. El plan que se inicia en Venezuela conduce a desestabilizar de tal forma a la región, que el “desastre humanitario” da pie a una intervención militar que, como en el caso de Irak, Siria o Libia, atiza todos los conflictos existentes para que la combustión produzca una inflación política de consecuencias incalculables.

Todo lo que han venido haciendo USA y el Grupo de Lima ha sido crear la escenografía de la guerra de intervención: Exxon Mobil intentó provocar aquello cuando uno de sus barcos prospectivos provocan la movilización de la armada venezolana al atravesar la zona en litigio entre Guyana y Venezuela y violar soberanía marítima venezolana (la versión adulterada de la transnacional petrolera le bastó al Grupo de Lima para denunciar al gobierno bolivariano como un peligro regional). No olvidemos que la auto-proclamación de Guaidó es precedida por las declaraciones del presidente brasilero Bolsonaro, en el reciente Foro Económico Mundial de Davos: “no queremos una América bolivariana”. Es decir, el golpe estaba siendo digitado mientras se creaba, en la opinión pública mundial, una renovada animadversión a la figura de Maduro y el chavismo.

Lo que viene mediática y cibernéticamente, es exasperar a la opinión pública hasta la conmoción, o sea, la guerra civil; de modo que una intervención militar aparezca como lo más sensato y humano que pueda pasar. Pero esto no es el fin del conflicto sino el preludio del caos. Si en Venezuela se operase una “limpieza ideológica”, en Brasil se mostraría lo que ello significa; no tardarían los demás gobiernos en aducir la influencia chavista para conculcar todo ejercicio democrático (eso es lo que ya claman los sicarios mediáticos, desde Miami hasta Buenos Aires, alimentando el odio en una sociedad atravesada por los prejuicios gringos, como la rusofobia, y la más reciente sinofobia).  

 

La activación de una renovada Doctrina Monroe tiene por objetivo cerrar todo acceso a la influencia rusa y china. Sólo de ese modo, en el des-orden tripolar, USA garantiza su poder estratégico disuasivo tomado de rehén a todo el continente. Esto no significa reponer la guerra fría sino partir literalmente al mundo en dos, donde la estabilidad sea la nueva mercancía cuyo único proveedor sea el Imperio en su etapa post-imperial.

La jugada estratégica que hace el presidente Maduro es su acercamiento a Rusia, China, Irán y Turquía. Como en el caso de Vietnam, la supervivencia de un país chico, consiste en hacer que su independencia sea del interés geopolítico de las potencias emergentes. De ese modo, la cortina diplomática golpista no prospera; por ello la precocidad del régimen de Washington y del Grupo de Lima, manifiestan una ligereza que ya no sorprende. El mundo ya no es unipolar y, si la OEA no puede emitir una declaración conjunta contra Venezuela, tampoco puede hacerlo la Unión Europea. El apoyo de Rusia al presidente legítimo de Venezuela, Nicolás Maduro, pone las cosas en su sitio.

Por ello el golpe no puede prosperar de modo inmediato, porque la tensión se dirige a definir el cisma geopolítico global: si USA no cuenta con el acceso expedito a los recursos estratégicos de la Cuenca del Caribe (que es también el acceso al Amazonas y a la Cuenca Guaraní), entonces el equilibrio de poderes en el des-orden tripolar frena los afanes expansivos de una más salvaje re-colonización post-imperial. Rusia y China ya saben lo que significa reducirse a ser periferia. Lo que deben aprender es que aspirar a ser centro constituye la trampa imperial.

Esto significa que, en medio del des-orden global, un orden multi-polar sólo puede ser transición a la cero-polaridad. Esto es lo que significaría un nuevo orden mundial post-occidental. Y esto es lo que ha de definirse en Sudamérica; pues si algo ambiciona USA para reponer su hegemonía global, a la fuerza, es la reserva petrolífera más grande del planeta, o sea, la franja del Orinoco.

Los gobiernos europeos se hallan lejos de aprovechar esta coyuntura para distanciarse de la influencia gringa, no sólo por sus problemas internos que ya no tienen repercusión global, sino que la consumación del cisma geopolítico a definirse en Sudamérica, hace que su importancia quede relativizada (su acercamiento a Rusia y China no puede comprometer su adscripción al liderazgo gringo, pues lo que se halla en juego es el futuro mismo de Europa).

Lo que le queda al Imperio, en connivencia con los poderes fácticos, es lo que apuesta su más reciente doctrina “core and the gap”, esto significa, constituirse en único administrador del mundo integrado y del mundo del caos. El Imperio no deja de jugar a ser Dios; porque se pone como administrador de la vida y de la muerte; porque ahora pretende dividir el mundo en el orden que lo garantizarían sus ejércitos, y el caos, que también lo garantizarían sus ejércitos. Por eso el interés en derrocar a Maduro, porque sus ejércitos (militares, cibernéticos y mediáticos) requieren de base energética y eso es lo que la franja del Orinoco posee. No hay proyecto imperial sin geopolítica y no hay geopolítica sin base energética estratégica. El Imperio se juega todo, porque en su reposición hegemónica no apuesta a algo sino a todo. Sólo se es Imperio de ese modo.

Pero las hegemonías concentradas ya son insostenibles en este nuevo siglo, donde la migración global ha reconfigurado hasta los mapas demográficos. Sólo un nuevo orden global sin hegemonía única podría posibilitar una transición civilizatoria global más racional. Ninguna economía puede sobrevivir en el patrón diseñado por la globalización neoliberal y eso ya lo saben europeos y gringos que no forman parte del 1% rico del mundo.

La actual desglobalización reconfigura la geopolítica imperial y desacopla al centro de sus periferias. Por eso la contradicción actual entre globalistas y nacionalistas describe de mejor modo la posible transición hacia un nuevo orden global; eso reconfigura también la dicotomía izquierda-derecha, situando a la política en la necesaria tematización de proyectos nacionales post-occidentales.

Como señala el presidente Maduro, descubriendo la falacia liberal de la democracia moderna: “la patria es el otro”. Lo que fue Cuba en el siglo XX, ahora lo es Venezuela en los albores del siglo XXI. Allí se está proponiendo una descolonización del Estado moderno-liberal, donde “el otro, el indio y el negro, éramos mas bien el mono antes que humano”. Por eso es tan dramática esta transición, porque lo que está en cuestión es el concepto mismo de lo humano; por eso también la reacción insensata de la misma sociedad ante el indio y el negro, ante el pobre y el excluido, es decir, el desprecio aristocrático al pueblo hecho proyecto histórico-político. La violencia de la oposición más radical en Venezuela (que apunta a replicar un nuevo Bolsonaro, o sea, otro cruzado conquistador, con la cruz y la metralla) ocultan esa constante: el rechazo a la igualdad humana. Por eso toda geopolítica es antropología implícita.

En su geopolítica, el Imperio en decadencia se sostiene en su condición de centro. Dejar de ser centro significa el desmoronamiento de su cosmogonía, de aquella creencia básica e irrenunciable que sostiene su poder: su excepcionalismo.

Si el Imperio pierde Venezuela, pierde geoestratégicamente la posibilidad de su reposición geopolítica; por eso la guerra financiera contra la revolución bolivariana pretendió bloquear todo intento de recuperación económica, hasta que Venezuela apostó por el Club de Shanghái, o sea, a hacerse el pivote de un orden post-occidental en Sudamérica.

No le quedaba otra a Venezuela, por eso arriesgó también todo; porque cuando se pretende una revolución que no sea a medias, como fue el sueño del comandante Chávez, no queda otra que su radicalización, y esto se condensa en “la patria es el otro” que proclama el presidente Maduro.

“La patria es el otro”, es el criterio de la transición civilizatoria global; pues todo aquello que ha negado y excluido la modernidad, es lo que ahora se nos presenta como la alternativa y la brújula por donde debiera dirigir la humanidad su apetito utópico en este nuevo siglo. Por ello, defender a la revolución bolivariana es no sólo un imperativo revolucionario sino hasta humano, porque socavar la hegemonía gringa ya no es una cuestión ideológica sino de sobrevivencia planetaria.

En toda reconfiguración geopolítica todo se trata de sobrevivir, en las mejores condiciones, en el nuevo tablero geopolítico; pero ahora se trata de la propia sobrevivencia de la humanidad, esto es, de los 7.000 millones de sobrantes del poder financiero global. En los planes del 1% rico del mundo, se condensa la descripción de la lógica suicida del capital que hacía Marx: sólo sabe producir riqueza, socavando las fuentes mismas de toda riqueza: ser humano y naturaleza. Si el golpe tiene éxito no sólo perderá Venezuela sino toda Sudamérica y, en consecuencia, toda la humanidad, una de las últimas oportunidades de remediar el curso del tren fatídico del desarrollo infinito del centro, a costa de la humanidad y del planeta.

La Paz, Bolivia, 24 de enero del 2019

Rafael Bautista S.

autor de: “El tablero del siglo XXI.

Geopolítica des-colonial de un orden

global post-occidental”, de próxima aparición. 

Dirige “el taller de la descolonización”

rafaelcorso@yahoo.com

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