Dora Ibarburu: símbolo de la enfermería nacional

Escribe Hugo Villar

A mediados del siglo XX, la atención a la salud en nuestro país estaba centrada casi exclusivamente en la figura del médico, que junto con los odontólogos eran los únicos profesionales que formaba la Universidad de la República para cumplir esa tarea.

Sin embargo, los avances en el campo de la salud iban generando nuevas necesidades, tanto en el campo de la atención a la salud como en la formación de recursos humanos.

Los avances científicos, con el consiguiente aumento acelerado de conocimientos, determinaban la necesidad de una mayor división del trabajo y por lo tanto el desarrollo de nuevas profesiones y de nuevas especialidades.

A su vez el progreso tecnológico fue incorporado en el área de la atención a la salud, un equipamiento cada vez más numeroso y cada vez más complejo, y cuya correcta utilización era requisito esencial para que esa tecnología se transformara en un instrumento realmente valioso en las áreas del diagnóstico y el tratamiento. El escaso personal que realizaba esas tareas tenía una formación empírica, lograda únicamente a través de una práctica repetitiva que en algunos casos llegaba a ser muy buena, pero que al no tener un sustento teórico adecuado, impedía el desarrollo técnico de ese personal.

El año 1950 tiene una enorme significación histórica. Se produjeron tres hechos que marcaron el comienzo de una nueva etapa en la evolución histórica del sector salud en nuestro país.

En el área de formación de recursos humanos, la creación de la Escuela Universitaria de Enfermería y de la denominada inicialmente Escuela de Colaboradores del médico y actual Escuela de Tecnología Médica. Ambas como dependencias de la Facultad de Medicina.

La escuela Universitaria de Enfermería significaba el reconocimiento de la enfermería como profesión universitaria; con un campo teórico propio y con un área de aplicación práctica bien identificada.

Fue creada en 1950; cuatro años antes, Dora Ibarburu había presentado un currículum para la formación de una escuela de enfermería universitaria.

La Escuela de Colaboradores del Médico, creada el mismo año, señaló también otro hito de enorme significación. La formación universitaria de técnicos en el área de la radiología, del laboratorio clínico, de la patología, de la fisiatría, de la incipiente hemoterapia, y también los primeros cursos de auxiliares de enfermería en el ámbito universitario, que al comienzo fueron dirigidos también por Dora Ibarburu.

Esta Escuela incluía también lo que hoy es la Escuela de Nutrición y Dietética, donde comenzaron a formarse las primeras dietistas en el país, dando así nacimiento a otra valiosa profesión en el área de la salud; y se crearon también por primera vez cursos para la formación de personal capacitado en archivo médico, que hoy preferimos llamar registros asistenciales.

En el área de la atención a la salud, el 5 de julio de 1950 se promulgó la ley mediante la cual el Hospital de Clínicas doctor Manuel Quintela pasó a depender de la Universidad de la República, bajo la dirección técnica y administrativa de la Facultad de Medicina.

Son tres acontecimientos que están estrechamente relacionados entre sí.

En el campo de la prestación de servicios, la creación por ley del Hospital de Clínicas como hospital universitario, fue el reconocimiento de una realidad indiscutible. El Hospital fue creado respondiendo a una necesidad docente; tuvo en el entonces Decano de la Facultad de Medicina doctor Manuel Quintela a su gestor fundamental; y en los estudiantes de medicina a quienes reivindicaron, con argumentos irrebatibles y con decisión inquebrantable, la necesidad y el indiscutible origen universitario del hospital.

Estos tres acontecimientos que recordamos no coincidieron por casualidad en el mismo año. La Facultad de Medicina a impulso de un gran decano, el doctor Mario Cassinoni, y con una activa participación del gremio de estudiantes de medicina, vivía un período fermental.

Los tres acontecimientos interrelacionados generaron una nueva concepción;

–En el área de la formación de recursos humanos, con el reconocimiento de que la atención a la salud encarada con un concepto integral debe estar a cargo de un equipo multidisciplinario integrado por profesionales, técnicos y auxiliares muy diversos.

–En el área asistencial, la habilitación del Hospital de Clínicas en 1953, marcó una nueva etapa en la medicina nacional, con el desarrollo de un nuevo modelo de atención y una concepción hospitalaria al nivel de las experiencias internacionales más avanzadas.

En el proceso de habilitación y funcionamiento del Hospital de Clínicas, la Escuela Universitaria de Enfermería jugó un papel fundamental. Con buen criterio, el ritmo de crecimiento quedó condicionado por la disponibilidad de personal altamente calificado. En el campo médico ese objetivo estaba asegurado; era el mismo personal docente de la Facultad de Medicina, que trabajaba en los hospitales del Ministerio de Salud Pública.

Pero lo nuevo, lo que sería distintivo del Hospital de Clínicas, lo que lo convirtió rápidamente en un centro de referencia, fue el personal de enfermería profesional graduado de la nueva Escuela, la organización, por primera vez en el país de departamentos de enfermería, dietética, servicio social, farmacia, y la incorporación, a los servicios de diagnósticos y tratamientos especiales, de los tecnólogos formados por la Escuela de Colaboradores.

–El Hospital de Clínicas cumplió plenamente el papel para el cual había sido creado. De ello son testigos directos los más de 800.000 usuarios que recibieron atención en sus servicios. El Hospital se transformó no solamente en el mayor y más complejo centro asistencial del país, sino en modelo de referencia indiscutible en materia de organización y administración de hospitales, a nivel nacional e internacional, pero ejemplo además de una administración limpia, honesta e incorruptible, que sólo tuvo un paréntesis en el período oscuro de la dictadura.

Quiero aclarar que cuando digo Hospital de Clínicas, no me refiero tanto al edificio.

Sin embargo cabe señalar, cuando tanto se habla superficialmente del edificio, que sigue estando entre los mejor planificados, más funcionales y mejor construidos y en una ubicación excepcional, que fue cuidadosa y técnicamente seleccionada de acuerdo a los requisitos más avanzados y totalmente vigentes; un edificio de excepcional calidad, que no ha podido ser mantenido por la reiterada falta de recursos presupuestales.

–Resulta además ridículo hablar de un edificio viejo. Un edificio de esa magnitud, de esa complejidad y de ese costo no se construye para utilizarlo solamente 50 años. Los mejores hospitales europeos tienen cientos de años.

–Pero en este momento, cuando digo Hospital de Clínicas me refiero a un organismo vivo, a la gente que le da vida y razón de ser, a sus trabajadores que casi por milagro aseguran su funcionamiento. Me refiero a un organismo que fue creado, desarrollado y que se mantiene en funcionamiento contra viento y marea, gracias al esfuerzo de miles de trabajadores que a través de 50 años han honrado al país y han prestigiado a nuestra Universidad.

Esa gente constituye el patrimonio más rico de la institución, el recurso más valioso. Quienes asisten, enseñan e investigan, no son los edificios ni los equipos: es el personal. Ese es el verdadero patrimon
io a recuperar, con una política justa de remuneraciones y con buenas condiciones laborales.

Todos los acontecimientos históricos son gestados por grupos humanos; y siempre hay protagonistas que juegan un papel fundamental y especialmente gravitante.

Dora Ibarburu, nuestra querida Dora Ibarburu, integra un puesto de honor entre esos protagonistas. Tuvo actuación descollante en las dos áreas que señalábamos:

* en el área de la formación, desde la Dirección de la Escuela de Enfermería, durante los primeros trece años. Desde ese cargo, acompañada por un calificado grupo de docentes y profesionales, crearon las bases de la enfermería moderna en el país, y marcaron rumbos en materia de enseñanza y de administración de servicios educacionales.

* En el área asistencial, tuve el privilegio, como director del Hospital de Clínicas, de contar entre los más cercanos colaboradores, a Dora Ibarburu, como jefe del entonces Departamento de Enfermería, desde mayo de 1962. Sucedió en el cargo a una enfermera que merece un reconocimiento nacional: la nurse María Julia Pepe de Oronoz, que fue la primera jefa del Primer Departamento de Enfermería a escala nacional. La nurse Pepe, como todos la llamábamos, jugó un papel fundamental en toda la etapa de habilitación del Hospital y en las primeras épocas de funcionamiento.

Fue un período complejo, muy difícil, en que había que implantar un nuevo modelo de atención, en el que la enfermera jugaba un papel muy importante. Pepe, con una fuerte personalidad y con convicciones muy arraigadas, logró que Enfermería se transformara como Servicio, en la comuna vertebral del nuevo Hospital.

Ibarburu continuó esa labor, la consolidó y la enriqueció desde el punto de vista profesional, con su capacidad científica, con sus conocimientos técnicos, con su dedicación integral al cargo que desempeñó en exclusividad total, y con una enorme capacidad de liderazgo, que ejerció sin imposiciones ante todo el personal, sobre la base de una conducta irreprochable, un amor a su profesión, un espíritu de servcio ejemplar, un trato cordial y justo y una sólida base técnica y científica adquirida en el país y complementada en los Estados Unidos, con cursos de especialización en educación y en administración.

Durante la dictadura trabajó a escala internacional, como consultora de la Organización Panamericana de la Salud, cumpliendo también en ese plano una actuación muy destacada y ampliamente reconocida.

De regreso al país culminó su labor institucional integrando a partir de marzo de 1985 nuestro equipo de Dirección como directora asistente, marcando también otro hito histórico, al ser la primera enfermera que en nuestro país integraba el equipo de dirección de un hospital.

Al cumplirse los 50 años de la creación de la Escuela Universitaria de Enfermería, actual Instituto Nacional de Enfermería asimilado a Facultad, es preciso reconocer que Dora Ibarburu constituye un verdadero símbolo de la enfermería nacional.

En Ibarburu brindamos nuestro tributo de reconocimiento a todos los enfermeros y enfermeras, docentes y egresados, que durante estos 50 años han jerarquizado la profesión, y han realizado una contribución de extremado valor para beneficio de nuestro pueblo.

Yo felicito a la Fundación Dora Ibarburu y al Instituto Nacional de Enfermería, organizadores e impulsores de un justo homenaje, realizado el 2 de mayo en el Hospital de Clínicas.

Dora Ibarburu merece el reconocimiento de nuestro pueblo; y está bien que ese reconocimiento tenga una expresión física duradera, en la estela que con el apoyo de la Intendencia Municipal de Montevideo fue descubierta en los jardines de Avenida Italia frente al Hospital.

La Facultad de Medicina, con toda justicia, la distinguió con el título de Profesora Emérita. El actual Instituto Nacional de Enfermería, que ayudó a gestar desde 1950, le otorgará el título de Profesor Honoris Causa; y merece estar también en un cuadro de honor, junto a las figuras más destacadas de la historia de nuestra querida Universidad de la República.

Pero además ocupa un lugar de honor para siempre en el corazón de los que la conocimos, la quisimos y nos honramos con su amistad.

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