El museo intervenido

Una experiencia de interés tiene lugar en el Museo de Historia del Arte (MuHAr), en el subsuelo del Palacio Municipal. Con el extraño título (sin aclarar en el comunicado) De la prehistoria al siglo XXI, se habilitó un proyecto consistente en intervenir (modificar) las obras exhibidas en permanencia. Claro, son calcos, reproducciones desde el paleolítico hasta el Renacimiento, con una única finalidad didáctica, provenientes del acervo del Museo Nacional de Artes Visuales en su mayoría, sin que movilice la sensibilidad estética que informa a los originales.

Para esa tarea «intervencionista» fueron convocados ocho artistas locales. El curador Eduardo Acosta Bentos, encargado al mismo tiempo del montaje, no escribió absolutamente nada en la hoja-catálogo que permita orientar al visitante acerca de los propósitos y seguir el recorrido.

En otros países e importantes pinacotecas, como el Museo de Arte Antiguo de Lisboa, la intervención se hace nada menos que en el políptico de Jerónimo Bosch Las tentaciones de San Antonio buscando establecer una relación de nueva lectura en el cuadro por la señalización introducida. El riesgo (el atentado dirán los conservadores, no el funcionario especializado sino la mentalidad) es mayor pero el efecto también.

En el MuHAr todo es más inofensivo y no siempre logrado. Fernando Alvarez Cozzi en La pasión de Nefertiti enfrenta la famosa reina egipcia con una pantalla de televisión donde se proyecta el popular filme La momia. El efecto, Nam Junk Paik mediante, de una fina ironía. Enrique Aguerre establece en una computadora un infinito e incomprobable inventario del acervo museístico. Pablo Damiani disimula su presencia entre artesanías de madera. Diego Donner hace emerger, sin mucha convicción, uno de sus cuadros repletos de signos de la tierra. Daniel Escardó le agrega al Discóbolo de Mirón un disco de vinílico y en la mano un teléfono portátil. Daniel Gallo, con impecable elegancia, escapa a la propuesta y muestra tres series. Abel Rezzano, con veneración hacia Joseph Kosuth, cubre con una tela blanca una escultura (En proceso, llama a la obra), sobre un pedestal rodante con un martillo y un cincel entre pedazos de mármol. Cecilia Vignolo, por último, presenta un excelente álbum con el proyecto, cuidado en su diseño, donde establece las obras intervenidas con un hilo rojo con el nombre Mala memoria. El conjunto puede pasar inadvertido para el espectador desprevenido que puede extrañarse de las intervenciones, sin hallar justificación sin la «intervención» de los solícitos funcionarios del museo. Para el aficionado educado puede ser un ejercicio entretenido descubrir las alteraciones de las obras. *

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