En escena. Por los atajos del agua de los sueños

Y si él se fue soñando contigo, obra de Verónica Mato en la sala de la Fundación Espínola Gómez

Es claro que sólo de nuestra experiencia podemos hacer arte; pero no hay un fácil pasaje, tal cual, del diamante en bruto a la joya tallada. Vemos en la feria de Tristán Narvaja amatistas en bruto, que se venden por poco y nada; pidámoslas en una joyería.

En «Y si él se fue soñando contigo», se prefieren, y así se dice, los atajos a los caminos; la autora prefiere las teclas indolentes a la pluma laboriosa. Los trabajos de los poetas en busca del metro y de la rima pueden haber producido más de un ripio, pero seguramente han producido más de un buen poema que, sin ese estregarse del impulso poético contra los muros métricos no se hubieran escrito.

Este vacío quiere ser colmado por la autora y directora con toda clase de efectos plásticos. Luces proyectadas, cambiantes; actores que cambian de posiciones sin que se advierta otra razón que la coreográfica; largos recitados incantatorios, atmósfera alucinada; sugestión de estados segundos; sueños de la razón. Todo está bien, técnicamente; pero nada de aquello pasó por el alma; y el final de tanta veleidad es un tedio irremisible. Post scriptum. El programa transcribe, sin mencionar al autor, el siguiente fragmento: «Si un hombre atravesara el paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y al despertar tuviera esa flor en la mano… ¿entonces qué?». El original, de Samuel Taylor Coleridge, dice, más exactamente: «¿Qué si usted sueña? ¿Y qué, si, en su sueño, va al paraíso y allí corta una extraña y hermosa flor? ¿Y qué si, cuando despierta, tiene la flor en su mano? ¡Ah! ¿Entonces, qué?». Cuando se transcribe un fragmento de un autor, hay que mencionarlo. Coleridge en este caso; quizás Coleridge citado por Borges, que cita de memoria.

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