Artista. Fiel a sus pensamientos e ignorada por los poderosos

Murió Teresa Vila: vanguardista,  descollante pintora y grabadora

Montevideana de 1931, perteneció a la brillante generación del sesenta que se había insinuado en la segunda mitad de la década anterior. Como la mayoría de sus compañeros, estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes al lado de Norberto Berdía (pintura) y Adolfo Pastor (grabado) para luego continuar con el gaúcho Iberé Camargo.

Se familiarizó con el arte actual en las visitas regulares a las bienales de San Pablo como más adelante recogería la influencia del porteño Instituto Di Tella. Debutó en 1955 junto a cuatro egresadas de la ENBA en 1955, dejando firme su talento veinteañero, confirmado en la pequeña individual del 57 en Club de Teatro y en las siguientes de 1961 en Amigos del Arte y en 1964 en el Instituto General Electric, la más reveladora y a partir de la cual se incorporó a la historia del arte nacional. Mientras tanto, ya casada con Carlos Carvalho, trabajó en bocetos y escenografías para piezas teatrales y de ópera y ballet ( Sodre, Comedia Nacional, Teatro Independiente) entre 1958 y 1960. Esta experiencia por variados escenarios y su discordancia con los directores que la impulsaban a escribir sus propios textos en razón de las audaces ideas que ponía en circulación, la conducirían a elaborar los primeros happenings por un artista uruguayo. Antes, recorrió la abstracción y la semifiguración con una irradiante energía en el trazo dramático que se enroscaba y desenroscaba en trazos circulares que se convertían en manchas surcadas por alguna nota de color rojo, en metáforas de una inquietante realidad que capturaba la conflictiva, galopante transformación social en la cual los estudiantes, junto con los trabajadores, adquirirían un protagonismo de inusual incidencia política y mediática. Tiempos tormentosos se aproximaban.

En 1964 Teresa Vila intentó una experiencia grupal, interdisciplinaria, que no resultó. El ambiente todavía no estaba preparado para ello, emprendiendo un redimensionamiento ontológico, formal y estético del arte que la conducen a nuevas formas de expresión. Recordó que desde niña, su padre la llevaba a los museos históricos y le hablaba de las tradiciones, de la colección de monedas, de los símbolos patrios, despertándole un amor al terruño. Le pareció lógico trasmitir esa sensación a los demás. Dejó a un lado las exposiciones e investigó en museos y bibliotecas, en una apasionante búsqueda de documentación que le llevó un par de años.

Los happenings, que prefirió denominar «acciones con tema», nacieron de la experiencia escénica para convertirlo en un acto litúrgico. En Galería U del edificio Ciudadela, el público la acompañaba en un ritual que salía al exterior y en el Colegio de los Vascos, repartía paquetitos con textos para ser leídos. De ahí pasó a su obra mayor, Las veredas de la Patria Chica, de ese mundo nuevo que empezó a forjar el artiguismo ayer. El largo título se plegó con facilidad a las intenciones de la creadora a través de 30 dibujos en tela y papel (que luego pasaría a grabado en una carpeta de siete imágenes litografiadas) ejecutadas a la carbonilla y barra litográfica, inventando una imaginería auténticamente nacional, inseparable del contexto histórico y cultural del país.

Pues la metódica investigación que realizó, descubrió los espectáculos teatrales de Bartolomé Hidalgo, los «unipersonales», de filiación hispánica, actos de exaltación patriótica, con intervención de los asistentes a la Casa de Comedias que contribuyó a sus acciones con tema. En las Veredas…, las baldosas grises de cemento acanaladas, rotas, heridas y manchadas, deterioradas por el tiempo y los hombres, que todavía tapizan las ciudades uruguayas (unas veces colocadas planas, otras en perspectiva) son transparentes en su significado: registran el deterioro de siempre, son las anchas veredas de hoy por las que transitaron las gestos memorables de ayer. Por encima de ellas, de esas grietas visibles de los muros carcomidos, resplandecen, agitadas y victoriosas, escarapelas, lanzas, escudos y divisas patrióticas. La relación entre texto e imagen fluye con la evidencia de un silogismo, desde el pecho-cerro, fuerza nutricia de la rebelión, casi volcánico, que lanza y despliega con envolvente energía las consignas revolucionarias, para detenerse en algunos hechos significativos de la Historia: la abominable guerra de la Triple Alianza, el Sitio de Paysandú, el proceso federal rioplatense, las hazañas de Felipe Varela, el montonero catamarqueño, la insurgencia de Aparicio Saravia, así como deja registrado los nombres de traidores y perseguidores de Artigas (Elío, Bartolomé Mitre).

Pocas veces la sobriedad fue tan intensa en la historia del arte nacional, pocas veces la alianza entre escritura e imagen, consiguió una coherente lectura en una expresión inteligente, lúcida, reflexiva, realizada en el momento oportuno, cálidamente solidaria, demoledora de hipócritas mentiras colonialistas. En esa agitación de divisas, banderas floridas, soles que lloran la vergüenza de la guerra con el Paraguay, Teresa Vila junta los nombres de los revolucionarios de ayer y de hoy, de siempre, para unirlos en un solo haz de significaciones que vuelve a actualizarse en el globalizado siglo XXI. Esta formidable creadora se aisló a partir de 1974, luego de un frustrante viaje a México, ante la incomprensión de los poderosos y vivió sus últimos años con limitaciones económicas terribles, orgullosa en su desafío ante quienes aún hoy, la ignoran con soberbia intelectual imperdonable.

Te recomendamos

Publicá tu comentario

Compartí tu opinión con toda la comunidad

chat_bubble
Si no puedes comentar, envianos un mensaje