Acuarelas y maderas de Julio Alpuy
Elegir obras adecuadas y significativas que obedezcan a una idea determinada, iluminarlas convenientemente y que establezcan un diálogo interactivo entre ellas perceptible por el espectador es condición elemental para el logro final. No siempre los improvisados curadores locales saben diferenciar el colgar cuadros o disponer elementos en una sala y escribir o no algún texto, de la complejidad de una curadoría, antes y durante su formulación. Abundan los ejemplos, por cierto nada estimulantes.
La contrapartida también existe. La doble muestra (y doble catálogo) de Julio U. Alpuy es una de ellas. La galería Oscar Prato escogió acuarelas fechadas en las décadas del 40 y 50, por un lado, y maderas a partir del 60 hasta 2002. Al concentrarse en técnicas y períodos de producción, sin tener en cuenta el prestigio adquirido por Alpuy en su dimensión pictórica (documentado en la insatisfactoria retrospectiva de 1999 en el Centro Municipal de Exposiciones), la (re)visión parcial del artista adquiere un atractivo especial.
En su extensa carrera, en su regular y constante accionar de múltiples lenguajes (además de los conocidos, incursionó por el grabado, el mosaico y la pintura mural), Alpuy permaneció unido a la escuela de su maestro Torres García y, sin embargo, le dio un perfil propio, reconocible en su doble pertenencia a una corriente estética y a una personalidad nítidamente recortada. Que fue, en definitiva, el rasgo distintivo de los mejores de sus compañeros del taller en que se formó.
Las acuarelas, fechadas entre 1943 y 1955, repasan los tópicos comunes a los torresgarcianos: escenas urbanas, naturalezas muertas, personajes en cafés, bocetos para murales, composiciones constructivas, utilizando la mancha y el dibujo con una frescura que adquiere su mayor libertad operativa en Estación ferroviaria y Munro, ambas de 1951, realizadas en Buenos Aires. El catálogo, de excelente impresión, con un prólogo de Wilfredo Penco, registra y rescata con fidelidad los originales.
Al radicarse en 1961 en Nueva York, luego de numerosos y provechosos viajes por el mundo, Alpuy se encuentra a sí mismo, inventa sus propios códigos y una manera expresiva identificable, una sonriente dimensión de la existencia en la búsqueda de representaciones adánicas (el hombre, la mujer) regulados por la sección áurea. Las maderas, altos y medios relieves, trabajadas con oficio de artesano pueden ser frontales o volúmenes aislados (Caracol de la vida, Torre, Inti), descriptivas o abstractas, austeras en el monocromatismo natural o aceptar el color, dibujo a la tinta e incisiones, intensificar las diferentes texturas o dejar la libre espontaneidad del soporte natural, pero en todos los casos se impone un lirismo poético de seductor encanto que surge de una mano firme que busca la síntesis de lo primigenio. Es el toque singular de Julio Uruguay Alpuy. *
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