POLIFACÉTICA. ANIMALES, EQUITACION Y CUMBIA

Las otras pasiones de Francis Andreu

Andreu se crió en Punta Carretas y a los 15 años se mudó a Punta Gorda. Egresó de la UDE como técnica en Administración Rural y además de cantar tango, trabaja con su padre en una empresa importadora de sistemas de cortinas.

«Amo los animales mucho más que a los humanos», es la frase que la identifica en su Facebook y en realidad en la vida en general. «Entiendo personalmente que el animal me da mucho más de lo que me pueda dar cualquier ser humano y más los que rescatás, son muy agradecidos», afirma.

«Rescato perros de la calle y toda mi familia es así, tengo un rollo muy particular», explica. Esto tuvo influencia directa en la equitación, con la cual también relaciona directamente a su padre: «Me la inculcó muy a pecho, a los cinco años ya estaba montando».

Mientras está llegando a la oficina comenta: «Subirme a un caballo es lo único que me llena por completo; no necesito más nada, no me importa más nada».

No se trata de una simple aficionada sino de una persona que antes competía todos los fines de semana. Por sus viajes al exterior no lo hace tan a menudo, aunque aprovechando la cantidad de amigos en Argentina, monta mucho en el país vecino y confiesa que «ahí el nivel está fulero, hay caballos de un palo verde».

Su relación con los animales es tan íntima que pase lo que pase, ellos tienen la razón. «Tengo una cicatriz en la cara que me la hizo un perro y yo estoy convencida de que fue culpa mía. El perro estaba durmiendo, yo ya era grandecita, tenía 15 años y cuando lo vi dormido me vino un ataque de amor, ¡le empecé a dar besos! De repente se despertó y me tocó, nada más, con la mala suerte que me enganchó con el colmillo y ahí me desgarró».

Andreu tiene la costumbre de recoger perros de la calle y recuperarlos. Uno de los tantos que se le cruzaron en el camino es Pancho, que pesa 92 kilos. «Ya no puedo tener más perros, tengo cinco y me van a echar de casa», dice riéndose.

 

Su pasión por los caballos

Tiene dos caballos, Santino y Yumbo. Este último llega a ella producto de una historia particular: «Era un caballo de adiestramiento y lo tuvieron encerrado en un box durante un año. Lo fui a sacar y me di cuenta de que comía su propio excremento, le daban lo mínimo para que funcionara su intestino. Hoy gana sin parar, es un crack, aunque lo tengo entre algodones porque tiene 15 años», cuenta Andreu, que se encarga de que al equino no le falte nada; incluso tiene su propia capa.

 

«Mi enrosque por la cumbia es mortal»

Pese a criarse en un contexto socioeconómico alto y a tener amigas a las cuales sus padres recomendaban apartarse de ciertas costumbres, Andreu vivió algo totalmente diferente. «Cuando era chica mi viejo me levantaba todos los domingos de mañana y me llevaba a recorrer Montevideo para mostrarme que mi realidad no era la más común. Un fin de semana íbamos al Cerro, otro a Paso de la Arena, hasta que empezamos a ir a ver las murgas como Falta y Resto, mi viejo se re copaba con que yo fuera. Ni él ni mi madre nunca me dijeron que eso no era para mí», menciona.

Pero su gran fanatismo radica específicamente en la música tropical: «Me gusta desde siempre, me parece alucinante. Hay bandas tropicales que suenan un disparate y son súper profesionales como L´Auténtika. También me gusta la salsa, soy fan de Marc Anthony».

Dada la mixtura de gustos, resulta difícil imaginarse la reacción del público tanguero. Ella lo destaca: «Tengo mucha suerte, la gente me perdona un montón de cosas, son tolerantes conmigo y desde un principio fue así, cuando a los 17 años cantaba temas gardelianos. Llevé la cumbia a La Trastienda y mi actuación la cerró L´Auténtika, todos estaban de pie, descompensados. El público es crack, me fuma cualquier cosa».

En referencia a los prejuicios que existen sobre la música tropical, Andreu está segura de que «la gente tiene que aprender que la música es música. El tango es visto como más cheto pero hay tanta grasada ahí adentro que es poco percibida porque está dentro de un género que es más ‘pro'».

 

Su futuro

La talentosa tanguera viajará a Argentina en agosto para presentar su nuevo disco, «Francis», y participar en el Festival de Buenos Aires.

Recién a los 26 años sacó su primer trabajo discográfico y eso tiene una explicación: «Demoré en grabar porque anímicamente no estaba madura y las propuestas que recibí estando sin mánager eran pobres.»

Su gran presente no le hace cambiar su parecer; de todas maneras es consciente de las ventajas que tiene editar un disco: «Hacés prensa para presentarlo, es una excusa para tocar y estar latente. En Argentina lo que sucede es que si no tenés un disco no sos nadie; no es como acá, que estuve nueve años sin uno y nunca me hizo falta».

Sus objetivos básicos no se mezclan con las luces ni la fama. «Que pase lo que Dios quiera, me encantaría crecer en Argentina pero no me quita el sueño», anhela, mientras que inmediatamente añade como objetivos de vida «seguir montando y conservar los amigos de siempre».

 

La equitación y los famosos

La modelo argentina Nicole Neuman se cuenta entre los fanáticos de este deporte, al igual que Martina Graf, una uruguaya que también desfila en las pasarelas.

Dentro del ambiente político-deportivo se encuentra Sergio Perrone, que está vinculado a la práctica de la equitación desde hace más de tres años. «Siempre tuve pasión por los caballos, eso derivó en llevar a mi hija a los cinco años para comenzar equitación. En un momento el profesor me ofreció acompañarla y empecé a tomar clases con ella. Vi en este al único deporte que podía practicar junto a mi hija».

El dirigente de Peñarol se levanta todos los días a las 8 de la mañana para practicar cerca de una hora y media con su propio caballo, que como no podía ser de otra forma se llama Carbonero.

Define a esta disciplina como «un deporte muy peligroso que genera mucha adrenalina» y además explica que se trata de un «binomio entre el caballo y la persona». «Se puede ser un gran jinete pero si el animal no está preparado no se obtienen buenos resultados. Lo mismo sucede a la inversa, al tener un gran caballo pero sin que uno esté listo», concluye.

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