Deseos

Es época de deseos. Los alientan estas fechas tradicionales, la cultura milenaria que les dio origen y, a veces, la libación alevosa de las más diversas bebidas alcohólicas, hábito nacional que crece tanto como la alegría que desparrama.

Con los deseos hay que tener cuidado. La cautela, la prudencia, la modestia y hasta cierto pudor son buenos consejeros. No sea cosa que la realidad lo aterrice a uno de manera estrepitosa. El cuento del tipo que se hizo pesimista de ver tanto porrazo de los optimistas puede sonar exagerado, pero algo de verdad encierra. Además, hay que saber qué se está deseando. Este divague se va a entender mejor si reproduzco una conversación ocurrida en el boliche del Chiquito Otegui.

­A mí dame a la Cachetona, la nueva del quilombo de la Mellada ­dijo el Negro Collazo.

­¡Si es flor de travesaño! ­le advirtió el Chiquito.

­No importa ­se encaprichó el Negro. ­Si yo nunca la miré de frente…

­Levantemos el nivel ­declamó enseguida Epifanio­. Yo me conformaría con traer a Chávez para hacer un discurso en la fiesta del Club de Toby de Playa Pascual.

­¿Y eso pa’ qué? ­preguntó Ruedita, restregándose las lagañas.

­¿No te das cuenta, chabón? ­aclaró Epifanio­. Habla tanto que es la única manera de que nos dé el tiempo pa’ hacer el lechón a las brasas sin que se alborote la perrada… ¡Cuando despierten, ya nos morfamo’ la mitad, nos morfamo’…!

­Si hablamos de política ­talló el flaco Citrulo, tras un sobrio eructito­, yo quiero que elijan a la Constancia de una vez… ¡Esa mina me puede!

­Constanza… ­corrigió el Chiquito.

­Se’gual ­respondió el otro, empecinado­. Yo la quiero por los rulitos…

De pronto, se hizo un silencio espeso. Todos miraron al Cascarilla Batista, que, aunque estaba de cuerpo presente, parecía ensoñado y no había abierto la boca.

­¿Y vos, Cáscara, no tenés nada pa’ pedir? ­le preguntaron a coro.

­Yo sólo quiero que si Torraca acierta el pronóstico, no se me llueva el rancho… ­dijo, al fin, el único sensato.