Lampo, el perro viajero

Lampo, el perro que aprendió a orientarse por la red de trenes italianos y viajaba por todo el país

Cuando se trata de narrar la historia de Lampo, el perro viajero de Campiglia Marittima, un pintoresco pueblo enclavado en la región toscana de Italia, nos adentramos en un relato que rebosa de dulzura, amistad y una pizca de asombro.

Lamp en dos fotografías, en una subiendo y en otra bajando de un tren.
Lamp en dos fotografías de la época, en una subiendo y en otra bajando de un tren.

Todo comenzó en el sofocante agosto de 1953. En aquel día ardiente, Elvio Barlettani, quien con el tiempo sería el fiel compañero humano de Lampo, estaba ocupado en el despacho de billetes de la estación cuando ocurrió algo insólito. Desde uno de los trenes de carga recién llegados, saltó un can blanco salpicado de manchas castañas. Pero, lejos de amedrentarse, el intrépido perro se encaminó directamente hacia la fuente de la estación para saciar su sed y, acto seguido, se dirigió, con una cola que parecía un metrónomo, hacia la oficina de Elvio, lanzando ladridos que rezumaban amistad.

A partir de aquel día, la estación de Campiglia se convirtió en el hogar de Lampo, y tanto Elvio como los demás empleados de la estación se hicieron sus amigos incondicionales. El nombre que le dieron fue “Lampo”, que en italiano significa “Destello”, y su vida tomó un rumbo inesperado. Sin que nadie pudiera explicarlo, Lampo acompañaba a Elvio en su viaje diario en tren hasta Piombino y luego regresaba a Campiglia, en un vaivén ferroviario que dejaba perplejos a todos.

Incluso el perro callejero llegó a subirse a los trenes con un solo propósito: acompañar a la hija de Elvio en su camino hacia la escuela. Las correrías ferroviarias de Lampo se hicieron famosas en toda Italia, y viajeros de todas partes llegaban a Campiglia para capturar en fotografías al “perro viajero”, como algunos periódicos de la época lo bautizaron.

Lampo, el perro viajero y amigo de todo el mundo

Con el tiempo, Lampo sumó más amigos a su círculo, como el amable cocinero del Expreso Turín-Roma, quien a las tres en punto servía un suculento banquete al paso de Lampo por Campiglia. Incluso en una noche estrellada, el intrépido can subió a bordo del Expreso Roma-Génova, que tenía su primera parada en Livorno, a unos 70 kilómetros al norte de Campiglia, y regresó puntualmente para sus compromisos del día siguiente. Nadie podía entender cómo este can había logrado descifrar los horarios y los destinos de los trenes en los que viajaba.

Durante ocho años, Lampo se convirtió en una figura habitual en los ferrocarriles italianos. Pero, después de sus intrépidas aventuras, siempre volvía a Campiglia y a la acogedora oficina de su amigo Elvio. Sin embargo, una noche de julio de 1961, la vida de Lampo llegó a su fin de manera trágica, quizás alcanzado por uno de los trenes que había abordado tantas veces.

Fueron los devotos empleados de la estación quienes decidieron que Lampo merecía un lugar especial en la historia de Campiglia. Así, en el mismo sitio donde el inquebrantable perro había dejado su huella, se erigió un monumento en su honor, un tributo eterno al espíritu aventurero de un perro que desafió las convenciones y dejó una marca indeleble en los corazones de todos los que tuvieron el privilegio de conocerlo.

Según cuentan las historias sobre Lampo, fue visto no solo en Campiglia Marittima, en el noroeste, sino que también lo reportaron en Nápoles, Barletta (Puglia), y otras ciudades más.

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