A 180 años de una hazaña

Las efemérides suelen prestarse a recordaciones académicas, por lo general acartonadas y vacías de contenido. Los discursos oficiales exhiben el infinito bagaje de lugares comunes de que hacen gala los oradores, así como su capacidad para descafeinar la historia o, directamente, tergiversarla de acuerdo con sus intereses.

Es así que los personajes históricos truecan su condición de prototipos por la de meros estereotipos heroicos, incontaminados y deshumanizados. Vemos así, a hombres de carne y hueso –con sus virtudes y defectos, sus luces y sombras– desprovistos de características humanas y convertidos en iconos huecos.

Al cumplirse 150 años del desembarco de los Treinta y Tres Orientales, el gobierno cívico-militar resolvió llevar a cabo una celebración especial. Bautizado el «Año de la Orientalidad», 1975 sirvió para conmemorar pomposamente el sesquicentenario de los hechos históricos de 1825 (la Cruzada Libertadora, los éxitos militares y las Leyes de Florida). Pero contra lo que podía esperarse, el homenaje se limitó –además de las paradas militares y los discursos de rigor– a una profusa campaña de prensa por la que el régimen pretendía sutilmente erigirse en continuador de la gesta heroica. Eso y un cambio en el nomenclátor (la diagonal Agraciada pasó a llamarse avenida del Libertador Juan Antonio Lavalleja) fue el aporte de la dictadura al revisionismo histórico. Claro, bueno es recordar, también, que los militares golpistas y sus acólitos civiles colaboracionistas prefirieron rescatar del olvido y redimir a otro personaje de nuestra historia que encarnaba mejor el espíritu que animaba a los dictadores. Fue así que el coronel Lorenzo Latorre –imagen emblemática del motinero, y que gobernó el país al margen de la Constitución y al amparo del terror– no sólo vio su nombre en una calle de Montevideo sino que se convirtió en una suerte de referente político y humano.

Pero volviendo al hecho que hoy celebramos, el desembarco de aquel puñado de patriotas tiene una significación enorme. Más allá de las consecuencias históricas que se derivaron de él, el episodio en sí configura una acción heroica –casi quijotesca, como con acierto ha dicho Melogno– y merece ser recordado como corresponde.

Dijimos en nuestro editorial del 19 de abril de 2004:

«La intransigencia, el tesón y la audacia de Lavalleja y sus lugartenientes fueron las cualidades que hicieron posible el éxito de la Cruzada. Cuando pocos días después del desembarco, el 7 de mayo, el ejército patriota llega al Cerrito y pone sitio a Montevideo, las fuerzas extranjeras y los orientales colaboracionistas recibieron una sorpresa mayúscula pues nadie sospechaba la posibilidad de una campaña tan fulminante de aquel puñado de intrépidos. Esa dosis de locura –imprescindible para las grandes empresas– operó el milagro de que un grupo de unas pocas decenas de hombres mal armados fuera creciendo a medida que se registraban incorporaciones masivas y lograra, luego del resonante triunfo de Sarandí, que el gobierno de Buenos Aires declarara la guerra al Imperio del Brasil con las consecuencias que todos conocemos.

En resumen, una gesta gloriosa que merece nuestro homenaje no sólo en los aniversarios sino todos los días, como forma de no olvidar la enseñanza que nos deja. Una enseñanza de coraje, de heroísmo y, sobre todo, de intransigencia. Frente al posibilismo timorato o a la prudencia mal entendida que opera como freno a la audacia, recordemos y tengamos presente la lección de aquellos treinta y tres locos».

Entendemos que la Cruzada Libertadora merece ser recordada como uno de los hitos de nuestra historia de los que debemos enorgullecernos. Es un ejemplo de patriotismo bien entendido que, junto a otros episodios emblemáticos como la defensa heroica de Paysandú, integra nuestro rico patrimonio. *

Publicá tu comentario

Compartí tu opinión con toda la comunidad

chat_bubble
Si no puedes comentar, envianos un mensaje