Benedetti

Entre cotidianeidades e interiores del alma. Cien años de Mario Benedetti

Autor de una vasta obra que abarca la crítica literaria, la poesía, el ensayo y la narrativa, Mario Benedetti tiene sin duda alguna un merecido reconocimiento a su trayectoria y amplia labor literaria, pero también a sus valores como ser humano y hombre de este tiempo.

Foto: Fundación Mario Benedetti.
Foto: Fundación Mario Benedetti.

Por: Jorge Yuliani

Mario Benedetti, nacido en Paso de Los Toros (Tacuarembó), hijo de Brenno Benedetti (químico farmacéutico y enólogo) y Matilde Farrugia, ha publicado más de ochenta libros. El primero fue “La víspera indeleble” (poemas), en 1945. Al año siguiente contrajo enlace matrimonial con Luz López Alegre, su compañera de vida durante sesenta años, fallecida en 2006. Tres años más tarde, el 17 de mayo de 2009, Mario partió rumbo a eso que denominamos la inmortalidad.  En 2010  la fundación que lleva su nombre y  la editorial Seix Barral publicaron una edición póstuma titulada “Biografía para encontrarme”.

A los 14 años de edad, en Montevideo, comenzó a trabajar como taquígrafo, luego como vendedor, funcionario público, contable, locutor de radio, traductor, periodista. Durante quince años se desempeñó como administrativo en una importante inmobiliaria.

Se formó como periodista junto a Carlos Quijano, en el semanario Marcha. En 1948 fundó y dirigió la revista Marginalia y se integró a la redacción de Marcha, dirigiendo las páginas literarias. Como periodista se desempeñó en La Mañana y El Diario publicando crítica cinematográfica y teatral. Integró luego el semanario Brecha y colaboró con El País de Madrid, la revista Punto Final de Chile y la revista argentina Crisis, entre otras varias publicaciones. Formó parte de la revista uruguaya Número junto a Idea Vilariño, Carlos Martínez Moreno, Manuel Claps, Sarandí Cabrera y Emir Rodríguez Monegal. Más de ochenta libros con más de 1600 ediciones y traducido a una treintena de lenguas, su obra aborda diversos géneros: poesía, ensayo, crítica literaria, cuento, novela y humor, esto último bajo el seudónimo de Damocles, primero en Marcha y luego en la revista Peloduro.

Entre 1968 y 1971 dirigió el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas, en Cuba, integrando el consejo de dirección de dicha institución. Participó en la fundación del Frente Amplio representando a lo que fue en aquel momento en Movimiento 26 de Marzo. Entre 1971 y 1973 dirigió el Departamento de Literatura Hispanoamericana, en la Facultad de Humanidades y Ciencias de Montevideo. En 1973 en razón de la dictadura cívica-militar que se instauró en nuestro país, debió renunciar a ese cargo y exiliarse. Sus doce años de exilio discurrieron en Argentina, Perú, Cuba y España. A partir de 1985 con el restablecimiento de la democracia en Uruguay, residió una parte de año en Montevideo y otra en Madrid. Ha sido galardonado con las mayores distinciones literarias tanto nacionales como internacionales.

Hace veinte años, en 2000, en Madrid, próximo a cumplir su vuelta al Sol número 80, en una charla mantenida con él, me decía que no quería hablar de su cumpleaños manteniéndose fiel a esa costumbre de no querer contar detalles de su vida privada. Sin embargo confesó estar abrumado por el calor madrileño y aunque pensaba en la cercanía de la muerte, tenía muchos proyectos por delante al tiempo que disfrutaba de la buena gastronomía española, la lectura, la amistad y el amor.

“A mi edad -decía- la vida no es lo mismo que a los 40. Uno ha disfrutado cosas, ha sufridos cosas y además uno tiene otra madurez para encarar la vida. Incluso cuando uno llega a esta edad que incluye la cercanía de la muerte, hay que tomar una actitud frente a eso, que es un hecho inevitable, que no lo podemos esquivar”.

Sin embargo, la meditación sobre el final de la existencia no lo turbaba. Amaba, quería, escribía, leía, disfrutaba viendo partidos de fútbol.

“Disfruto de la amistad, disfruto del amor, del escribir. Yo disfruto mucho cuando escribo, que es una actividad que es casi incesante en mí. Siempre estoy escribiendo. También disfruto de ver un partido de fútbol, ya no voy a las canchas por la violencia que se está dando en los estadios de todo el mundo y ya no estoy para enfrentar esas situaciones, pero siempre que puedo veo el fútbol por televisión.

Cuando me acuesto llevo un libro a la cama y leo. No puedo conciliar el sueño si no leo un poco, aunque sea diez minutos. Siempre llevo un libro conmigo cuando me voy a dormir”.

Sereno y pausado, aunque con una vitalidad desbordante, Mario, ante mis requerimientos insistía en no conversar acerca de sus privacidades. Sin embargo confesó que entre sus platos favoritos estaba la tortilla a la española  “de papas o patatas como dicen acá en España. Y me gusta mucho el gazpacho, una sopa fría que es uno de mis descubrimientos de España. También me gustan mucho los quesos, hay mucha variedad”.

Retornando a los interiores del alma y reflexionando sobre las pérdidas que sufrimos todos los seres humanos, el escritor recordó a sus padres y a sus amigos: “las pérdidas que más me pesan son las pérdidas de los seres que he querido mucho, empezando por mis padres pero también por mis amigos. Además de los afectos, de la ausencia de los seres queridos, el humano también suele añorar ciertas costumbres sociales, ciertos lugares y entornos, ciertos sitios que de pronto ya no están. Hay un mundo perdido, pero también un mundo encontrado. Un mundo que cambia, yo pienso que en este momento para mal. Todo es asunto de la globalización. Se habla mucho de la globalización de la política, de la economía y se habla muy poco de la globalización de la hipocresía, de la mentira, que es un hecho bastante extendido en este mundo de hoy”.

Preocupado por el futuro, Benedetti pensaba en los niños. “La ternura está bastante ligada a la sensación del amor, de la amistad. Los niños me despiertan ternura, evidentemente, pensando en todo el mundo que se les viene encima y para el cual muchas veces están indefensos”.

Este uruguayo universal también ha reflexionado en torno a la soledad. “La soledad sirve para que uno haga un balance consigo mismo. La soledad no es totalmente negativa. Me parece que hay cosas que se logran en soledad, que no se logran en medio de la muchedumbre”, reflexionó.

Casi nueve años después de esta charla, el 17 de mayo de 2009 Mario ingresaba a la inmortalidad cuando fallecía en su casa de Montevideo, en su país, en el que nació, en el que lo vio corretear de pequeño, en el que se enamoró, en el que forjó su vida, en el que lucho mil batallas y en el que ayudó a la formación de la sensibilidad y la conciencia de nosotros, sus compatriotas.

Nos lo imaginamos ahora con un signo de emoción en la voz y en la mirada, con sus adioses y bienvenidas, entre insomnios y duermevelas en ese cielo intangible, junto a su esposa, sus padres y sus amigos disfrutando un asado uruguayo o un regio plato de gazpacho acompañado por una tortilla española, esas que en Uruguay (en el Uruguay del mundo perdido), hacían con pocos recursos y mucho amor, nuestras madres y nuestras abuelas.

En esta casi primavera con esquina rota, querido Mario, ¡gracias por tu fuego!

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