Ex guardameta Jacinto Callero. Campeón Sudamericano con la celeste y Uruguayo con Defensor

"La gente de Canelones no le da valor al ser humano, sino a su poder"

A los 65 años, jubilado, Jacinto Callero vive en su casa de la ciudad de Canelones, desde la cual se dirige a diario hasta la cancha del club Liverpool de la Liga local, en donde entrena goleros. Comenzó a jugar al fútbol en el club Reformers, cercano a Canelones, en 1960.

Cuando «bajó» a la capital para firmar su primer contrato con Nacional, se enteró que quienes lo habían criado no eran sus padres. «Le dieron 1.800 pesos a Reformers, a mí me tocaron 400 pesos de Reformers y 400 de Nacional, más lo que me dieron a mí, y ahí comencé a dar el salto. Después pasaron muchas cosas en el ámbito familiar que no vale la pena ni recordar», cuenta Callero.

Estuvo seis años en Nacional, de 1960 a 1966, en una época en la que los entrenadores valoraban en los guardametas, la edad y la experiencia. «Me tocó debutar en Quinta, contra Peñarol en Las Acacias, con 15 años», rememora el ex arquero. Pasó a la Cuarta enseguida, y después integró la famosa «Tercera especial» de Nacional; debió hacerse un lugar entre grandes: Yamandú Solimando, Roberto Sosa, Jorge Paz ­hijo de Aníbal­, y más tarde Rogelio Domínguez. «También en primera me tocó debutar contra Peñarol, en el Centenario, cuando salió Roberto Sosa lesionado; ganaba Nacional 1 a 0″, evoca Callero. Faltaba poco para el final, y los aurinegros empataron el partido. Muchos hinchas tricolores no olvidarían este episodio.

 

Otros códigos

Fue transferido a Rampla, y en 1967 fue convocado para integrar la Selección Nacional que disputaría el Sudamericano a jugarse en Uruguay. Ocupó el arco celeste en un recordado partido contra la Selección de Rumania, en 1967, en el Estadio Centenario, previo al Sudamericano.

Años más tarde, defendió el arco de la Selección de Canelones y en 1976 fue llamado a integrar el plantel de Defensor, que a la postre quebraría la hegemonía de los grandes. Junto a los arqueros Freddy Clavijo y Fernando Alvez, salió campeón uruguayo de 1976.

«Me vino a buscar el profesor Ricardo De León, que ya me conocía», recuerda Callero. «Soy de perfil bajo, y fui de familia pobre, y la ciudad de Canelones es muy exitista. Aquí no se la da valor al ser humano sino al poder del ser humano», afirma.

En medio de la algarabía provocada por la actuación celeste en el último Mundial, Callero comenta que «observaba los festejos y pensaba en la fuerza que le da al fútbol; pero acá hubo un Nelson ‘Chupete’ Hernández, Carlitos Pérez, Mauricio Aguirre y tantas figuras que fueron importantes, y olvidadas». «Estos festejos no me hacen olvidar que esto es más de lo mismo, no ha cambiado nada», afirmó.

Para Callero, «antes había otros códigos, no era como ahora, además, ahora hay dinero que ni se sabe de dónde sale. Estamos hablando de estadios de millones de euros y millones de negros chicos se están muriendo de hambre».

Jacinto Callero se pierde calle abajo, en dirección a la cancha de Liverpool, a entrenar goleros como todos los días. Para él, no se cumplió el enunciado poético de Rafael Alberti, dedicado al guardameta húngaro Platko: «Nadie, nadie se olvida. / El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan».

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