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EL FLACO GUADALUPE

Típico exponente de una raza política nacida entre los asados de los baluartes, rodeado de aguerridos correligionarios de pañuelo blanco al cuello y gran viveza criolla al responder a los adversarios. Peinado con gomina Brancatto, jamás dejó de vestir sus trajes oscuros que parecía le quedaban chicos por lo largo de su estatura. Y su típico y elegante sombrerito de alas, sin doblar, que coronaba su movediza figura de andar elástico. Decían que Washington Guadalupe nunca faltó en la mesa que presidía su admirado Haedo en el Café Tupí-Nambá. Noches de extensas charlas sobre cómo frenar a los astutos colorados y también polémicas sobre las pinturas de Torres García. Es que Haedo no podía olvidar su vocación por el arte pictórico. También en sus inicios, el Flaco Guadalupe, siguiendo a su mentor Haedo, visitaba al político Fernández Crespo que era habitual en las mesas del Sorocabana. Ahí conocen a periodistas profesionales y entre todos surge la idea de un diario. Otra de las facetas del personaje Guadalupe fue su pasión por la palabra escrita como duro látigo para castigar a los colorados. Su presencia es habitual en las redacciones y su duro estilo se nota en los editoriales. De pronto, los árboles de la ciudad comienzan a taparse de cartelitos con la propaganda de la lista 51 donde Haedo ponía su nombre arriba y el de Guadalupe abajo.

Con fama de periodista que daba lonja, el flaco bajaba de las cuchillas hasta la redacción de un pequeño semanario llamado El Nacional. Castigaban sin pelos en la lengua y eso aumenta sus ventas hasta llegar a ser un diario que los canillitas barriales repartían por todos lados. Ahí, en ese diario El Nacional, Guadalupe alcanza gran popularidad y fama de contrincante que golpeaba donde más dolía. Medio «polvorita», muchas veces agarraba para los estudios de Radio Carve donde tenían tremenda «pica» con los editoriales de ese diario. Se veía al flaco hablar fuerte con su ronca voz, gesticular como le era habitual moviendo sus largos brazos y al final un caballeresco apretón de manos. Siempre por esa época le fue fiel «al cabezón», como llamaba en su intimidad al que también fue todo un personaje, al pintor Haedo, político de raza y anfitrión de personalidades en su «azotea» de Punta del Este. Guadalupe pasa a dirigir El Debate que necesitaba de la polenta de sus punzantes editoriales. Líos, amenazas de mandar a los padrinos y otros embrollos que marcaron la vida de los partidos tradicionales en los tiempos en que eran la mayoría. Muy joven, el flaco fue elegido senador y por el Palacio anduvo su larga figura ataviada de negros trajes y haciendo gala de su condición de abogado para defender leyes y proyectos. Por esos tiempos anduvo el inefable personaje Tortorelli que prometía hacer las calles en bajada y poner canillas de leche en cada esquina. A pesar de su notorio anticomunismo, Guadalupe sigue la línea de Haedo y Herrera sobre la libre determinación de los pueblos y por eso trata el tema de la Cuba revolucionaria con habilidad y cautela. Su relación con el legendario Chicotazo Nardone es como con un socio al que hay que respetar pues demostró atraer para los blancos a miles de votantes colorados desconformes. Su pasión de incansable fumador de cigarrillos negros lo lleva a que en un reportaje en la vieja Saeta casi prende fuego un sillón, en una anécdota que repetía en un tono excesivamente serio que utilizaba cuando quería ser gracioso. Desde que llegó de su natal Cerro Largo y sus caudillos blancos a caballo, el flaco Guadalupe hizo un largo peregrinar en la política del país. Su recuerdo se asocia a los años de apogeo de El Debate. Y su tradicional silueta le dio vida a cientos de caricaturas de dibujantes como Julio Suárez, en Peloduro, o Ral y Gus en la revista Lunes, donde el flaco era figurita repetida. Con más recuerdos y música los esperamos en la 30, Radio Nacional.

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