Su sistema de ideas fue capaz de construir un país de éxito

Fundación José Batlle y Ordóñez

A principios del siglo XXI debe considerarse que el pensamiento de Batlle y Ordóñez no es hoy patrimonio de ningún partido sino del país todo. En efecto, su sistema de ideas fue capaz de construir un país de éxito a punto tal que las ideas de Batlle han marcado la identidad nacional constituyéndose en un activo de la nación toda.

El país del futuro debe volver a resolver -con nuevas fórmulas que transmitan los viejos principios que nos llevaron al éxito hace 100 años- la consecución de la ciudadanía social para todos, la consecución de una ciudadanía política que profundice la democracia, la consecución de una ciudadanía económica que estimule la iniciativa y regule la competencia en beneficio de los consumidores. Un país, en suma, donde la democracia vuelva a ser una dotadora de igualdad de oportunidades sintetizando nuevamente la esencia batllista de mancomunar el máximo de libertad con el máximo de equidad social.

Todo ello pasará, inevitablemente, por pensar e implementar una reingeniería institucional que renueve a la República. En este sentido se puede decir que profundizar al Batllismo es profundizar la democracia. Batlle y Ordóñez fue, además, desde el diario El Día, el mayor articulador de una lectura políticamente liberal de la historia nacional. El país vive desencontrado consigo mismo desde que han primado lecturas anti-liberales de dicha identidad. Desde que ha decaído la tradición y la cultura política republicanas  esencia del país desde la cual se revela y se descifra la mejor identidad nacional- la que junto con las tradiciones nacionalistas y socialistas «científicas» han competido en la escena política nacional.

 

El Progreso

Decía Batlle y Ordóñez, en el Manifiesto del Partido Colorado que redactara en febrero de 1901, que «la supremacía que ha alcanzado el Partido Colorado, reposa (…) en sus tendencias liberales, progresistas y generosas». La idea de progreso es consustancial al ideario batllista. El progreso concebido como una tarea diaria y concreta. Progresar, decía Batlle y Ordóñez, es simplemente llevar las cosas de un estado dado a uno mejor, ahuyentando Batlle y Ordóñez teleologías absolutistas que terminan por entorpecer la tarea práctica del progreso cuando no protegiendo dogmatismos fraticidas. Es con ese sentido que Batlle modifica la letra del himno partidario agregando que, alcanzadas «las altas cumbres», desde allí solo se divisarán «nuevas cumbres», en el marco de una dialéctica que concibe la utopía como una tarea pragmática.

La tarea de progreso exige, inevitablemente, una acción que por momentos se verá como transgresora del orden social reinante. La lección de Batlle y Ordóñez, sea cuando la ley del divorcio, el gobierno colegiado, le legislación social entonces llamada «avancista», la defensa de los derechos de la mujer desde su seudónimo periodístico «Laura» y otras tantas propuestas, es que el cambio necesario debe abandonar las comodidades del conformismo ideológico e incursionar en la remoción de las bases de ese conformismo.

 

La República

La construcción de una verdadera República  real dispensadora de derechos, transparencia y garantías para los ciudadanos- no es una tarea sencilla dado que siempre habrá intereses que medren de la falta de derechos, transparencia o garantías ciudadanos y se constituirán en un sistema establecido de privilegios enfrentado al progreso y a los que éste debe derrotar.

La acción de Batlle y Ordóñez se desarrolló en el marco pues de la corriente de pensamiento radical democratista que generó -y debe regenerar- un modelo de República como sistema de equilibrios de derechos y garantías capaz de construir en el país verdadera ciudadanía política y verdadera ciudadanía social. Derechos políticos y sociales reales egresados de controles cruzados entre los diferentes niveles institucionales. Todo el marco institucional debe estar sujeto al exigente y fiscalizador escrutinio republicano, se trate de los partidos políticos, el sistema judicial, el Gobierno y toda la Administración, los servicios de seguridad, las entidades reguladoras de la competencia que deben defender al ciudadano u otros actores del quehacer nacional.

José Batlle y Ordóñez logró construir con este espíritu la hasta ahora más acabada versión de una República en Hispanoamérica.

 

La Reforma Política

La República genuina se logra solo en el ejercicio profundo de la democracia. Una particularidad de la República concebida por Batlle y Ordóñez es que ella se apoyaba, como dato distintivo en el mundo, en la fortaleza de los partidos políticos y en su capacidad de transferir canalización y participación de los ciudadanos, en la calidad democrática de la mediación y de la representación partidarias, en la democracia como participación cotidiana que resolvía la cuestión del poder otorgándole al ciudadano las garantías imprescindibles contra los eventuales abusos de los poderes fácticos. Constituye pues un tema central hacia el desafío de un futuro verdaderamente republicano la democratización acabada de las instituciones públicas y partidarias.

 

La Reforma Económica

Batlle y Ordóñez resolvió en su tiempo, al igual que posteriormente se lo hizo en los países centrales y mediante la reforma permanente del capitalismo, la ecuación entre el Estado y la iniciativa privada en lo que luego se divulgó como «tanta iniciativa como sea posible, tanto Estado como sea necesario». Tanta ortodoxia económica como sea necesaria para consolidar y acrecentar permanentemente la productividad nacional, tanta regulación de los poderes económicos como sea necesario para garantizar los derechos del ciudadano consumidor, tanta regulación social como sea necesaria para promover la imprescindible integración y equidad social, valor no sólo apreciable central e ideológicamente en sí mismo, sino eslabón imprescindible, a través de la paz social que asegura, del mejor desempeño económico de la nación. El Batllismo solo puede concebirse como un poderoso esfuerzo y envión de integración política, social, educacional, de género, de diferentes nacionalidades originarias y de tantos otros valores constructores de ciudadanías reales. Y ello no solo hace a los valores del país sino a su viabilidad económica.

A principios del siglo XXI la América Latina  luego de dos décadas de apuesta a lo que se llamó el Consenso de Washington y su recetario de liberismo económico acrítico exclusivamente instrumental y deficitario de todo desarrollo institucional- tiene congelado su producto per cápita, su nivel de pobreza y ve aumentar el nivel de iniquidad social. La frustración se traduce luego en crisis de confianza en la política y en los partidos políticos. El problema del crecimiento económico con integración social que un día resolvió Batlle y Ordóñez hoy no lo resuelve el Continente ni sabe resolverlo el país actual. Ello pues constituye un desafío central para el pensamiento nacional. Los espíritus avancistas de nuestra América se encuentran embarcados en la búsqueda de soluciones, explorándose nuevos enfoques institucionales de modo que haya, por ejemplo, mejores reglas de juego en la economía o enfoques fiscales tendientes a incorporar el gran sector informal a la economía formal. Los grandes saltos estructurales de la economía nacional se han hecho, sin embargo, dentro de la economía de mercado pero en combinación con pragmáticas herramientas no ortodoxas, ya sea que se trate de la cuadriplicación de las exportaciones en base a reintegros económicos estatales en la década del 7
0 o el desarrollo forestal de los años 90 en base al subsidio estatal de las plantaciones. Es evidente que un país que crece allí donde no rige la presión fiscal  agro, zonas francas, forestación, software- debe replantearse todo su sistema de ingresos económicos.

 

La Reforma Social

El futuro del Uruguay necesita  y la Fundación Batlle y Ordóñez se propone colaborar con dicha tarea- reconstruir entre todos la Sociedad del Bienestar que hiciera otrora exitoso a nuestro ‘pequeño país modelo’, adecuando al tiempo actual los conceptos de integración social y política que fueron los dínamos del suceso nacional de antaño. Es evidente que se debe incursionar en una reingeniería global de las políticas sociales, abandonando los modos asistencialistas y paternalistas propios del populismo.

La metodología batllista logró construir el primer Estado del Bienestar de América Latina y el único, tal vez, logrado por medios genuinamente democráticos. Que las políticas públicas reformistas se impulsaran de modo anticipatorio a las demandas sociales desde la política determinó, asimismo, que el Uruguay constituyese la sociedad menos corporativista del continente americano.

Finalmente, pasados los dogmatismos que crucificaron al siglo XX, el pensamiento de progreso idóneo en el planeta se ha adherido a lo que en su momento se llamó «reformismo», es decir ha coincidido en acentuar sus preocupaciones en torno al desarrollo sí del capitalismo pero contenido dentro de las premisas del desarrollo social y de las garantías ciudadanas, en un relanzamiento de las ideas republicanas y los consecuentes sistemas de contralor y fiscalización de la ética pública y del poder y su tendencia connatural a acrecentarse en sí mismo. José Batlle y Ordóñez, pues, no nos habla sólo desde el pasado: nos interpela con su pensamiento de vanguardia desde el presente y desde el futuro. Y la Fundación José Batlle y Ordóñez habla con la modestia propia de un país en que todos debemos asumir responsabilidades y perspectivas, pero con orgullo del Batllismo primigenio. *

(*) Los firmantes componen el Consejo Directivo de la Fundación José Batlle y Ordóñez.

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