La odisea de vivir

cuados para el Uruguay, pero, desde luego, le dije que lo albergaba con gusto. ¿Cómo podía negar ayuda a un revolucionario? Este muchacho, a quien le decíamos el Flaco, RB, vivió con nosotros tres meses. Era muy austero y disciplinado. Nunca salió a la calle ni se mostraba por las ventanas».

Con mucho humor, Yenia recurría a los más alocados disfraces para eludir los controles militares. En momentos era una viejecita coja, en otros una joven esbelta que lucía sus piernas en minifalda, o una «vecina rica que había decididido tomar un poco de aire después de la tormenta».

En los setenta, Yenia colaboró con el teatro El Galpón realizando afiches, escenografías, y la artista siempre recordaba con alegría sus amigos del teatro. Trabajó también como dibujante del semanario «Marcha». Lo otro que intentó ser fue periodista pero a pesar de sus dotes, tuvo algunas trabas en el camino. Nunca negó las dificultades de ser una soviética en occidente. Salvo las clases de idioma ruso, en Uruguay no pudo encontrar ningún trabajo permanente y bien remunerado. «Al saber que era rusa soviética me cerraban las puertas en las narices».

De todos modos, Yenia no bajó los brazos y escribió algunos artículos «sobre la pobreza en medio de la abundancia, sobre los sindicatos, sobre la mafia, sobre los jóvenes y la cultura y el modo de vida norteamericano», inspirándose en su estadía en Nueva York, acompañando a su marido que era contratado por las Naciones Unidas. Algunos de estos artículos salieron en «Epoca» y en «Marcha», y causaron algunos problemas a Jaunarena en relación a la renovación de su contrato.

PALACIO DE LA MONEDA: UNA HUMAREDA NEGRA HASTA EL CIELO

Pero la vida de Yenia siempre estuvo más inclinada a seguir los mandatos de su corazón que las comodidades que le pudiera brindar el mundo occidental. Cuando las listas negras de la dictadura uruguaya ya eran una evidencia, Yenia y Mario huyen a Chile. La aparente tranquilidad por el triunfo de Salvador Allende no se iba a prolongar demasiado. En Santiago, Yenia dio clases de ruso en la Cepal y en una fábrica para los obreros, y también trabajó para la revista «Chile hoy».

El apartamento donde se instalaron estaba situado en la misma calle de la Alameda, a pocos pasos del Palacio de la Moneda, que fue el corazón de la resistencia de Salvador Allende. Durante el golpe de Estado, su marido estaba en Suiza. Yenia presenció la humareda negra que se levantaba desde el Palacio y las llamas destrozaron los vidrios de las ventanas de su apartamento. Otra vez, el temple de Yenia enfrentó a la intolerancia de la dictadura. Frente al miedo, aplicó sus dotes histriónicas y utilizó su optimismo para darle fuerza a militantes de izquierda chilenos que eran perseguidos.

«Oh, la diferencia de clases, la base de la convivencia del capitalismo. Creo que es ella la que me ha salvado la vida. Aprendí en Uruguay en los negros años del pachequismo, con sus registros domiciliarios, con sus pinzas callejeras, con su extrema brutalidad e injusticia, a tratar a militares y policías. No existe mejor tono que la condescendencia elegante y amable… la verdad es que en el Uruguay me había entrenado yo misma para saber cómo se trata a los militares: es necesario pasar por una aristócrata idiota, ser altivamente simpática y demostrar al milico que es mucho más inteligente que uno».

URUGUAY 2000: ADIOS Y EL RECUERDO

Luego del exilio en Ginebra, con la vuelta de la democracia Yenia y Mario regresaron a Uruguay. Los últimos días de ambos transcurrieron en su casa de la calle Palmar, donde los visitaban intelectuales de la talla de Mario Benedetti, Guillermo Chifflet, Roque Faraone, los realizadores de la revista «Alfaguara» y tantos otros. La pareja había tenido una intensa vida social y política. Era usual encontrarlos en el teatro, una de las grandes pasiones de Yenia.

Todos los que los conocieron parecen coincidir en la originalidad y en el humor de Yenia, que se complementaba con la serenidad de Mario. «Era una mujer muy completa. Era una artista, tenía vocación de pintora y era una escenógrafa muy importante. Mario era muy eficaz en la organización, era un militante excepcional», evoca el diputado Guillermo Chifflet, quien no duda que el final tuvo su origen en un pacto de amor. Yo hablaba con ellos prácticamente todos los domingos. Ellos habían pactado que el que sobreviviera no iba a ver sufrir al otro».

Santiago Dentone es un joven periodista que trabó amistad con Mario Jaunarena a través del Comité Ibero Gutiérrez, y recuerda la seducción e inteligencia de Yenia: «Nunca tuvieron doble discurso. La decisión de Yenia es transgresora pero ellos vivían de acuerdo a sus ideales».

En la etapa final de la enfermedad de Mario, Yenia era la que se veía más por el barrio. «Cuando llegamos en 1984 del exilio en México, todavía no vivíamos en el barrio pero cada vez que veníamos por acá, Mario me agarraba para hacer volanteada con él. Yenia era una persona muy cálida pero no muy efusiva. Las últimas veces que la vi, me sorprendió, con mucho aspaviento, mucho abrazo, mucho beso. Ella estaba haciendo una despedida general», cuenta Nela, vecina e integrante del Comité Ibero Gutiérrez.

Transgresora y vital, Yenia vivió al límite entre sus pasiones por la militancia de izquierda, el arte y la escenografía teatral. Encantadora y creativa, sigue viva en el recuerdo de los que la conocieron y de los que siguieron su peregrinar de leyenda.

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