La textil, fundada en noviembre de 1945, cambió el rumbo de Colonia

La historia de Sudamtex: del apogeo al derrumbe y la vida de quienes trabajaron en ella

Luis A. Carro – Colonia del Sacramento

 

La planta coloniense «Sudamérica Textil Sociedad Anónima» (Sudamtex), fue fundada el 7 de diciembre de 1945. Sus instalaciones, que al cabo de sucesivas reformas y ampliaciones pasaron a ocupar un total de 45.000 metros cuadrados, fueron levantadas por la empresa Christiani y Nielsen y dos años después, el 15 de noviembre de 1947, se celebraba la producción del primer metro de tela.

Aquella Colonia aldeana, sin más ofertas laborales que algunas oficinas públicas, comercios, la Policía y el cuartel, sintió de inmediato las consecuencias de la aparición de Sudamtex.

«La textil trajo operarios de todos los pueblos y de la campaña del departamento», recuerda el historiador local Artigas Mariño.

«De la noche a la mañana pasaron de escasos sueldos a ganar salarios rendidores. Los bares, clubes sociales y el comercio en general, aumentaron sus ventas en forma considerable». Además de obreros, la fábrica trajo a Colonia técnicos europeos y norteamericanos. Estos últimos no sólo capacitaron a los lugareños en el uso de compleja maquinaria sino que también impusieron en Colonia un deporte inusual por estos lares: el rugby.

Sudamtex aportó además para el personal y sus familias un servicio de asistencia de salud, la venta de comestibles a través de una proveduría y de telas desde su tienda «Milsaldos».

Todos los meses la fábrica editaba su propia revista, «La Lanzadera», en la que ponía especial énfasis en destacar las «cordiales relaciones» que imperaban entre patronos y obreros.

Los efectos de esa política laboral se multiplican más allá de los portones de la textil y Colonia fue forjando su destino al influjo de lo que la profesora Reyna Torres define con acierto como «la cultura de la fábrica».

Quienes estaban en actividad podían acceder a la vivienda propia y a las impensadas vacaciones de un mes en Piriápolis. Los que se iban jubilando «le agradecían (a Sudamtex) por todos los bienes que tenían y a la vez le pasaban la factura por sus sorderas, neurosis y demás dolencias. Sin embargo, todos son tributarios de este culto al trabajo y de una mentalidad conservadora y capitalista», asegura la profesora Torres. En ese marco, para los empresarios nunca fue un dolor de cabeza la organización sindical de los trabajadores, sencillamente porque nunca permitieron que en Colonia se reflejaran las luchas obreras de los textiles, sobre todo teniendo tan cerca un sólido bastión como la ciudad de Juan Lacaze.

Un intento protestatario, pocos años después de instalada Sudamtex, fue arrasado de cuajo y de ahí en más sólo prosperaron los entendimientos digitados desde la gerencia.

 

La señal del 82

Sudamtex transcurrió sin sobresaltos la casi totalidad del período dictatorial. Sin embargo en 1982, en medio de un deterioro económico que resultaba incontrolable para el gobierno civico-militar y tras la ruptura de «La Tablita», debió enviar al seguro de paro durante tres meses a la totalidad de su personal. Ya en la década del 90 las «señales del naufragio» se tornan mucho más visibles. A comienzos de 1997, por ejemplo, el entonces presidente del Directorio, ingeniero Enrique Puricelli, indicaba que se implementarían transformaciones tecnológicas «pero preservando las fuentes de trabajo».

Este programa pretendía «sustituir equipos considerados no competitivos u obsoletos». Se buscaba ampliar la capacidad de producción de 12,7 a 18 millones de metros cuadrados de tejidos al año y a 3.000 las toneladas anuales de hilado de acetato, sus dos líneas básicas de elaboración.

Destacaba el Directorio que la culminación de ese plan, en el año 2000, le permitiría a Sudamtex «un incremento de su facturación de un 45 por ciento respecto al ejercicio 94/95 y una relación de ventas de 70 por ciento para exportación y 30 por ciento para el mercado local».

Se anunciaba el reinicio de «exportaciones a Estados Unidos y Europa» a la vez que se celebraba el hecho de ser «la primera empresa nacional en ofrecer al mercado financiero local Obligaciones Negociables», cuya primera serie se había emitido en setiembre de 1993.

En febrero de 1999 representantes de la Asociación de Personal de Sudamtex acompañado de ediles departamentales solicitaron auxilio al Ministerio de Industria y Energía y durante todo el año 2000 se sucedieron los envíos de trabajadores al seguro de paro.

A finales de julio de 2000 el ingeniero Puricelli declaraba al periódico local «La Colonia» que se abrían para Sudamtex «buenas perspectivas de futuro» en cuanto a la colocación de sus productos. Dos meses después se detenían todas las actividades. «Sudamtex agoniza», alertaba la publicación coloniense.

En diciembre el desastre cobró perfiles más dramáticos; «la empresa no tiene ni un peso más en caja», denunció la Asociación del personal de Sudamtex. «Hasta ahora parábamos un mes y seguíamos, ahora no se sabe qué pasará».

A mediados de este mes se logró a nivel parlamentario una extensión del seguro de paro para los operarios que habían quedado por el camino.

La empresa que tres años atrás organizaba visitas de legisladores y periodistas a su planta, se limitaba a escuetas declaraciones en las que «la pérdida de mercados regionales por la penetración de productos del sudeste asiático» era estribillo reiterado.

 

El derrumbe

El pasado viernes 18 de mayo Colonia del Sacramento recibió como un balde de agua helada la noticia de que el Directorio de Sudamtex había dispuesto la liquidación de la empresa. Las radios locales comenzaron a verse desbordadas de lllamadas telefónicas de obreros en el seguro de paro o jubilados, que entre llantos, balbuceaban: «Â¡se acabó, se acabó la fábrica!». Vendría, acto seguido, la historia conocida: asambleas, marchas, el despertar del gremio de los trabajadores a la realidad, ya sin la tutela de sus superiores.

«Ya no les creemos ni una palabra», manifestaba el presidente del gremio, Luis Omodei, aludiendo a los mismos que hasta hace poco tiempo antes supervisaban los puntos y comas de los comunicados de la asociación del personal.

Colonia del Sacramento dejaba atrás su siesta de bonanza; los obreros que habían dado prioridad a un veraneo en el este en vez de ayudar a otros hermanos de clase caídos en desgracia, se atrevían por vez primera a reconocer: «Agachamos la cabeza tanto tiempo… ¿Para qué?» . Una ciudad cuyo tejido social fue sustentado en el individualismo y el autocontrol ante la vigilancia casi policíaca de la empresa, dentro y fuera de la misma, ahora intenta sacudirse el dolor, la rabia, la impotencia, sin «padres sobreprotectores» que le marquen el camino.

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