Denuncia. Júpiter Irigoyen, 79 años, estaba en el Liceo 8 el día que el mayor Enrique Mangini lo asesinó.

"Rodríguez Muela estaba en mis brazos…tembló y murió"

Por celular, la voz entrecortada de Júpiter Irigoyen evidenciaba emoción y firmeza. Había ido hasta la redacción de LA REPUBLICA luego de leer el artículo en el que se individualizó al mayor (r) Enrique Mangini -el custodio que se había exhibido armado el día en que el general Iván Paulós fue a declarar a un juzgado- como el asesino del estudiante Santiago Rodríguez Muela en 1972.

En el hall del edificio en el que vive se produjo la entrevista entrecortada por los saludos cariñosos y respetuosos de los vecinos que entraban y salían. Irigoyen elude los formalismos y cuenta su historia, una historia que hasta ahora algunos hubieran querido que no se supiera…

-En esos tiempos se había formado la APAL, la Asociación de Padres de Alumnos Liceales. El director del Liceo 8 era una excelente persona, pero existía un enfrentamiento entre estudiantes y profesores, porque los muchachos no veían claro. Entonces, decidimos hacer una reunión de profesores, padres y estudiantes del Liceo 8 que se realizó en el Club Platense. Estuvo lleno. Allí se demostró que el problema no era entre estudiantes, padres y profesores, sino que tenían que estar los tres juntos porque el enemigo era el gobierno que no resolvía las cosas para que ellos pudieran estudiar.

 

-¿Qué edad tenían sus hijos?

-En ese tiempo estaban en segundo y tercero de liceo.

 

-¿Y la reunión del Platense había sido buena?

-Claro. Eso los calentó. Por eso querían dar un escarmiento, porque el Liceo 8 y el Dámaso Antonio Larrañaga eran los más combativos. Entonces hicieron un anuncio de que iban a asaltar el liceo.

 

-¿La JUP anunció el asalto?

-Sí, por eso esa noche del 11 de agosto no reunimos profesores, padres y alumnos…

-¿Usted en qué trabajaba?

-Yo entonces trabajaba en Agromac, era capataz de planta, allá, por Camino Durán. A mí me habían destituido de la UTE. Vivía en el barrio Jardines del Hipódromo.

 

-¿Y habían planificado algo ante el anuncio del asalto por parte de la JUP?

-Se había corrido la bola de que iban a asaltar el Liceo. En la mañana me llamó el director, porque estaba preocupado debido a que algunos botijas habían entrado damajuanas con nafta. Me fui para allá. Yo tenía 36 años, pero ellos me decían el abuelo. Cuando se ponían medio inquietos yo siempre iba y los calmaba.

 

-¿Qué pasó en aquella reunión?

-Hablamos. Yo les dije: si ustedes creen que pueden ganarle a mafiosos que son profesionales de las armas y además no tienen escrúpulos ninguno, están equivocados. Lo que hay que tener es el coraje de hacer la reunión y mantener la resistencia. Poder individualizarlos y denunciarlos, esa es la única arma que tenemos. En eso quedamos de acuerdo. Incluso les habíamos explicado que si alguno de ellos tenía, así fuera una navaja, nos iban a responsabilizar a los padres y profesores…

 

-¿A qué hora empezó la reunión?

-La hicimos a eso de las 8 de la noche. Estábamos unas quince o veinte personas… (se le quiebra la voz y hace un gesto de dolor y angustia, que lo obliga a tragar saliva)… A mí me dolió que se dijera que a Rodríguez Muela le dieron por la espalda porque salió disparando. El no salió huyendo, fue a buscar una silla para defenderse…

 

-Santiago Rodríguez Muela era un estudiante de 22 años, pero también era sindicalista, ¿era una dirigente conocido en el liceo?

-Era un trabajador que quería progresar y estudiaba el liceo nocturno. Trabajaba en Ancap y tenía conciencia. Asumió gran responsabilidad al sumarse a ese pequeño grupo de personas que estábamos en la asamblea… Yo creo que estaba sentenciado ya..

 

-¿…?

-Fíjese que entraron ellos y el botija estaba en el salón de al lado. De la entrada del liceo un salón a la izquierda. Él fue el que los vio venir. «¡Se vinieron, se vinieron los fachos!», avisó. Entonces entraron armados…

 

-¿Cómo entraron? ¿Gritando, a lo malón?

-No. Sólo con armas en la mano.

 

-¿Cuántos eran?

-Los que comentan, unos catorce o quince…

 

-¿Usted qué pensó?

-Yo estaba tranquilo. Entraron y nos hicieron separar a todos contra la pared con las manos en alto. Eramos algunos padres, profesores y alumnos ¿el director?, no, el director no estaba en ese momento.

 

-A ellos ya los habían visto armados afuera…

-Sí. Habían pasado los de las Fuerzas Conjuntas y los vieron con las armas en la mano. También los vieron los custodias del club de la Fuerza Aérea…

 

-¿Entonces, después que los separaron y pusieron contra la pared?

-Entonces, éste que ya estaba predestinado, lo vio entrar al «Charla» al salón y fue detrás de él. Le metió el balazo y salió con la pistola con silenciador en la mano. El botija salió detrás, caminando, y cayó al suelo…

 

-¿Con silenciador?

-Sí. Yo algo de armas sabía, porque mi padre, Martín María Salomé Irigoyen, había sido comisario.

 

-¿Usted recuerda como era el que tiró el tiro?

-Era más delgado que en la foto que apareció en LA REPUBLICA. No tenía bigote y la cara era más angulosa. Al otro día lo volví a ver en el Sirocco, el bar que estaba entonces en 8 de octubre y Albo.

 

-¿Pero identifica positivamente al mayor retirado Enrique Mangini como el hombre que mató a Rodríguez Muela?

-Era más flaco, pero la cara de él es imborrable. Tendría 18 años entonces, pero la misma actitud…

 

-¿Ustedes qué hicieron cuando Rodríguez Muela cae?

-Cuando el botija cayó, fíjese que yo era mucho más joven, alto y pesaba como 100 kilos, atiné a agarrarlo pensando que se había desmayado o algo. Y uno me dijo «¡Déjelo que tiene un ataque de epilepsia!», pero yo ya sentía la sangre caliente en mis manos. Otro gritó que no me dejaran salir y yo ni pelota les di. Hervía y me rebelaba ante la injusticia que había visto. Yo creía que solo estaba herido, pero nunca supuse que estaba de muerte… (vuelve a tragarse la angustia)

 

-…

-Estaba en mis brazos, tembló y murió. Yo había agarrado por 8 de Octubre como para ir al Sindicato Médico…

 

-Hay testimonios que dicen que los de la JUP cerraron las puertas del liceo para impedir que sacaran el cuerpo…

-No, no. Cuando yo salí ni se animaron a pegarme un tiro… Afuera, cuando llegué a frente del Club de la Fuerza Aérea, salió un teniente de la sede de las Fuerzas Conjuntas con soldados y me dijo a dónde iba. Le contesté que lo llevaba porque los mafiosos le habían pegado un tiro. Me dijo que no, que lo llevara a enfrente que estaba el Sanatorio Achard. Le dije que sí, yo lo llevo para enfrente pero si usted me cuida la espalda. Me dijo que fuera con él. Era un teniente gordo, petizo. Cuando lo puse en la camilla me di cuenta que estaba muerto. Está muerto, dijeron.

 

-¿Usted hizo la denuncia?

-Yo lo que trataba era de hablar por teléfono para avisar. Pero me retuvieron. Es una vergüenza, le dije al teniente, es un estudiante y esto fue una operación militar. Y se me enojó el oficial. Entonces le digo: me alegro si se enoja, porque quiere decir que usted no es cómplice de esto. Me dijo que me fuera para mi casa… ¿Lo qué?, le digo, de acá no me voy hasta que llegue la policía, y voy a hacer la denuncia, porque si me voy este chiquilín va a aparecer tirado y van a decir que fueron ladrones o un ajuste de cuentas.

 

-Se quedó allí.

-Sí, como una o dos horas, hasta que cayó un suboficial de la policía que estaba indignado. «La puta madre que los parió, esto es un asesinato», decía. A él le hice la denuncia, le expliqué que estábamos en una reunión y lo que había pasado… Cuando me iba a ir, me presentaron a otro, un capitán de inteligencia, que me pidió el documento. No me voy hasta que me lo devuelva, le dije. Y estuvo un rato, seguramente fue a ind
agar mis antecedentes… Yo había estado alguna vez preso como estudiante y por el gremio de la UTE.

 

-Hubo en aquellos días una versión de prensa en la que se decía que el tirador tenía un montgomery y una bufanda roja…

-No sé, a mí me quedó la cara. Iba con un traje, manos bien cuidadas, un traje clarito, abajo bien arropado. Entonces era delegado, un tipo carón, de cara blanca y delicada.

 

-¿Y al otro día lo volvió a ver en el Sirocco?

-Sí, yo fui a hablar por teléfono y vi cuando empezaron a entrar algunos caras raras… así que me fui. Entonces pude haber llamado a los estudiantes y enfrentar a ese hombre, pero mi espíritu siempre había sido en favor de la justicia

-¿Dio su testimonio entonces ante la Justicia?

-Cuando se hizo la reconstrucción del hecho, a mi no me convocaron. Un patrullero llegó a mi casa y me dijo por qué no estaba en la reconstrucción, le dije que no me avisaron nada y fui con él, pero cuando llegamos ya se había terminado… Alguien no tenía interés en que yo fuera.

 

-¿Y hasta ahora no volvió a dar su testimonio?

-No. A la salida de la dictadura conté todo en una comisión parlamentaria, en la que estaba Antonio Marchesano, que fue ministro. Después, también fui a un Juzgado, por allá por la Aduana, y después que hablé, el actuario me dijo si me animaba a repetirlo adelante de sus compañeros, los llamó y volvía contarlo adelante de los funcionarios judiciales.

 

-¿Cómo recuerda a Rodríguez Muela?

-No puedo olvidarme de aquel muchacho. Era delgado, alto. Se comportaba siempre como un hombre lleno de responsabilidad. Le decían el «Charla», porque hablaba mucho. El era de la línea dura, maoísta. Yo era del Partido Comunista. Muchas veces habíamos conversado, era un compañero más allá de diferencias. Yo creo que hoy habría que ponerle su nombre a la plaza que esta allí en 8 de Octubre, porque fue un héroe y se lo merece.

 

-¿Qué piensa de la posibilidad de que su crimen pueda reabrirse a nivel judicial?

-Es que tiene que abrirse. El confiesa que lo mató. Yo lo reconozco que fue él. A mí no me va a venir a mentir. El no era policía, ni militar, ni nada, él fue un mafioso que hizo el trabajo sucio.

 

TIENE 79 AÑOS, DOS HIJOS, MILITA EN EL FA Y ES DIRIGENTE DE PASIVOS DE UTE

Júpiter Irigoyen tiene 79 años. En 1972 sus dos hijos cursaban secundaria en el Liceo 8. Hoy el varón es ingeniero, la menor es escritora. Uno de siete hermanos, Júpiter era funcionario de UTE, pero había sido uno de los gremialistas destituidos aquel año.

Trabajó como albañil, en Agromac y otras empresas. Luego de la dictadura. fue restituido y se jubiló. Dirigente de los pasivos de UTE, hoy milita en comedores infantiles de Jardines del Hipódromo y Bella Italia. Incluso es delegado de un comité de base en una coordinadora del Frente Amplio.

Su voz cobra fuerza cuando recuerda aquella pesadilla que vivió hace 35 años, y aún sigue recordando cada día, hasta hoy, cuando las venas y tendones del cuello se le tensan frente a la vanidad del asesino, y ante la impunidad de un crimen que aún exige justicia.

 

EL CUSTODIO

El pasado 30 de octubre, cuando el general (r) Iván Paulós debió declarar por primera vez ante un juez civil, apareció custodiado por dos guardaespaldas de lentes oscuros y acompañado por un grupo de militares jubilados que llegaron a la calle Misiones para solidarizarse con el ex mando de la dictadura.

Uno de los guardaespaldas era el conocido represor coronel Eduardo Ferro, asesino del escribano Fernando Miranda en 1974 y jefe del operativo de secuestro de Lilián Celiberti y Universindo Díaz en Porto Alegre en 1978, entre otros crímenes de lesa humanidad.

Pero ese día el protagonismo lo tuvo el otro custodio, un desconocido, que arengó a los viejos militares a gritar consignas y que exhibía sin pudor una pistola calzada en una funda de cuero. El desconocido fue identificado por LA REPUBLICA, era el mayor (r) Enrique Mangini Usera, el asesino del estudiante Santiago Rodríguez Muela en 1972.

 

EL «ZAPATO»

Enrique Mangini Usera ingresó al Ejército luego del incidente del Liceo 8 como uno de los miembros de la patota de la Juventud Uruguaya de Pie (JUP) que el 11 de agosto de 1972 asesinó al estudiante Santiago Rodríguez Muela. Vivía entonces en Avenida Brasil.

En el arma de Caballería, Mangini nunca se destacó militarmente y siempre estuvo bajo la protección de conocidos represores, como el ex coronel Gilberto Vázquez y otros miembros de la Logia Tenientes de Artigas que le ayudaron a obtener misiones en la ONU.

Conocido como «El Zapato», Mangini llegó a ser jefe de la Base Antártica de Uruguay, pero terminó pasando a retiro obligatorio «por alcanzar la edad máxima prevista para la permanencia en situación de actividad en su grado»

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