fracaso libertario

Anarcocapitalismo “a la Milei”: el pueblo libertario que fracasó y fue invadido por osos mutantes

El anarcocapitalismo que profesa el argentino Javier Milei, como la religión capitalista que va a salvar a la Argentina del desastre, ya se probó. Y fracasó. Te contamos sobre Grafton, el pueblo libertario que terminó destruido por la ausencia del Estado. Alerta spoiler: al final terminaron pagando 50% más impuestos.

Grafton: El pueblo libertario que fue invadido por osos (Representación de DALL-E sobre la historia)
Grafton: El pueblo libertario que fue invadido por osos (Representación de DALL-E sobre la historia)

El pueblo de Grafton y su intento de experimento anarcocapitalista es un tema interesante para explorar. En la década pasada, en la pequeña localidad de Grafton, se llevó a cabo un experimento social único en el que se buscaba aplicar los principios del anarcocapitalismo en la comunidad.

El anarcocapitalismo es una corriente de pensamiento que aboga por la abolición del gobierno central y la regulación gubernamental en favor de un sistema basado en la propiedad privada y el libre mercado. Ante esta idea de extrema derecha económica, el Estado prácticamente no debería existir, o debería reducirse a las funciones mínimas posibles.

En Grafton, New Hampshire, Estados Unidos, un grupo de individuos partidarios de la idea del libertarismo económico, decidieron llevar a cabo esta idea a la práctica, creando un ambiente donde se promovía la propiedad privada sin intervención gubernamental.

Sin embargo, a medida que el experimento avanzaba, surgieron una serie de desafíos. La ausencia de regulaciones gubernamentales llevó a problemas de seguridad, infraestructura y servicios básicos. La falta de un sistema de aplicación de la ley y regulación permitió que se presentaran conflictos y disputas entre los residentes, lo que llevó a una sensación de inestabilidad en la comunidad.

Además, la ausencia de un gobierno central dificultó la toma de decisiones colectivas y la resolución de problemas comunes. Los servicios esenciales como el suministro de agua, la gestión de residuos y la infraestructura se volvieron complicados de mantener sin una coordinación efectiva.

Esto sucedió a mediados de la década de los 2000 en el pequeño pueblo de Grafton. Matthew Hongoltz-Hetling, autor del  libro titulado A Libertarian Walks Into a Bear (Un libertario se encuentra con un oso), dice que es el “experimento social más audaz en la historia estadounidense moderna”. No sé si es el “más audaz”, pero definitivamente es uno de los más extraños e interesantes.

El proyecto recibió el nombre de “Free Town Project”, o “Proyecto Ciudad Libre” (que más tarde pasó a llamarse “Free State Project”, o “Proyecto Estado Libre”), y su objetivo sonaba tan sencillo como intentar lanzar una pelota de papel a la luna: apoderarse del gobierno local de Grafton y transformarlo en una utopía libertaria. Este audaz plan fue concebido por un grupito de activistas libertarios más variados que un botiquín de primeros auxilios, quienes vieron en Grafton la oportunidad perfecta para hacer realidad sus fantasías de una comunidad donde la lógica del libre mercado y la libertad del individuo fueran los amos y señores.

Por supuesto, como era de esperarse, la utopía terminó en un absoluto fracaso, ¡pero los osos sí que se hicieron notar!

(Representación libre del motor de imágenes AI DALL-E sobre la historia)
(Representación libre del motor de imágenes AI DALL-E sobre la historia)

Cómo nació la utopía libertaria de Grafton

Matthew Hongoltz-Hetling cuenta que en Estados Unidos, existe una tribu peculiar de «libertarios» que han estado dando vueltas durante las últimas cuatro o cinco décadas, sin encontrar su propio rinconcito. Ni un país, ni un estado, ni siquiera un pueblito. Estos entusiastas siempre han soñado con construir su propio reino libertario a lo grande y enseñar al mundo qué pasaría si ponían en práctica sus ideas.

Y así, en el año 2004, un grupito de ellos se cansó de solo soñar y decidió que era hora de pasar a la acción. Lanzaron el “Free Town Project”, convocando a todos los libertarios vagamente relacionados y eligieron una localidad en el rincón rural de New Hampshire, conocida como Grafton, cuyo censo competía con el de una reunión de amigos en comparación. Y llegaron como quien no quiere la cosa, dispuestos a tomar las riendas del ayuntamiento y reducir a cenizas todas las reglas, regulaciones e impuestos que se les cruzaran por el camino.

“No lo eligieron al azar. De hecho, realizaron una búsqueda muy cuidadosa y exhaustiva. Se concentraron en el estado de New Hampshire con bastante rapidez porque ese es el estado de ‘Vive libre o muere’. Sabían que encajaría bien con su filosofía de individualismo y responsabilidad personal. Pero una vez que se decidieron por New Hampshire, visitaron docenas de pueblos pequeños en busca de esa combinación perfecta de factores que les permitiera tomar el control”, cuenta Hongoltz-Hetling en una entrevista con Vox.com.

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Los osos mutantes que se comieron el “Free Town Project”

Pero fundar un pueblo en la base de la ausencia mínima o total del Estado no es un juego de niños, ni es lo que se imaginaban cuando leían a Ayn Rand o Murray Rothbard. Como pronto se percataron los habitantes de Grafton, iban a necesitar viviendas, y no fue para nada fácil.

Se vieron inmersos en una experiencia de vivienda poco convencional, que se traducía en acampar en el bosque o en una especie de concurso de contenedores de envío extremo. Llegaron con yurtas y casas rodantes a cuestas, formando un repertorio de vecindarios que iba desde cabañas pintorescas hasta algo que podríamos llamar “la aldea de las lonas”. Sí, porque existía un lugar poco atractivo conocido como “Ciudad Carpa”, donde un grupo de valientes individuos abrazaba la vida en tiendas de campaña como un estilo de vida perpetuo. Todos eran camaradas en la gran búsqueda de la “libertad personal”, aunque claro, cada uno tenía su propia interpretación creativa de lo que eso significaba.

Entonces llegaron los osos, y la utopía libertaria que ya venía con diversas complicaciones para llevarla a la práctica llegó a su fín. Y al final de su paso por Grafton, eran osos mutantes.

En el año 2010, un grupo de osos negros, que en teoría eran más pacíficos que un koala después de una siesta, decidieron aventurarse en los dominios de los graftonianos. Tal vez, en una extraña movida de ajedrez urbano, los graftonianos expandieron sus dominios hasta el territorio de los osos, pero no era el quid de la cuestión. El meollo del asunto era que la basura humana olía tan bien para los osos que hasta en los rincones más recónditos del bosque se podía olfatear. Y vaya que tienen buen olfato los osos.

Como es sabido el anarquismo, ya sea del tipo “me hago mi propio gobierno” o “todos somos nuestro propio banco”, exige un compromiso férreo con la responsabilidad individual. Sin embargo, parece que algunos de estos individuos pasaban olímpicamente de la palabra “responsabilidad” y estaban ahí solo por el brillante premio de no pagar impuestos.

Sin duda, uno de los beneficios de vivir en Grafto era NO pagar el servicio de recolección de basura, porque dicho servicio no existía, y se instauró la idea de poner la basura en botes anti-oso (sí, esos existen). Pero nada, los osos no se iban.

Por supuesto, esos restos de comida humana estaban cargados de sal y azúcar, así que eran más apetitosos y más calóricos que la dieta natural del oso negro. Esto hizo que más y más osos se unieran a la fiesta, durmiendo menos, hibernando a medias y poniéndose más agitados que un pulpo en una partida de Twister. 

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El fin de “Free Town Project” como anatema del anarcocapitalismo

Con la cosa un poco descontrolada, los anarcocapitalistas pidieron ayuda al Servicio de Caza y Pesca de New Hampshire, que les comunicaron “lo sentimos, pero si no pagan impuestos, no hay servicio. Resuélvanlo ustedes”.

Al final, en 2014, y con el pueblo hecho un absoluto caos, los anarcocapitalistas dieron por terminado el “Free Town Project”. Unos cuantos se fueron y otros se quedaron, pero entre todos acordaron que el presupuesto municipal aumentase hasta 1.5 millones de dólares: un 50% más que el que había antes de que llegaran.

A pesar de los esfuerzos iniciales y las intenciones de crear un sistema basado en el anarcocapitalismo, el experimento en Grafton finalmente fracasó debido a la falta de estructura y coordinación. Los desafíos inherentes a la ausencia de un sistema gubernamental y la necesidad de regulación y servicios básicos se convirtieron en obstáculos insuperables para la comunidad.

Este experimento en Grafton sirve como un ejemplo de cómo las teorías políticas y económicas pueden encontrarse con desafíos prácticos en la implementación. Aunque el anarcocapitalismo puede sonar atractivo en teoría, la realidad de mantener una comunidad funcional sin un sistema de gobierno central plantea dificultades significativas.

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