Charlando con Pepe Mujica

 

Aun hoy es válido afirmar que la historia es la única partera de las grandes transformaciones estructurales. El hombre es, entonces, el supremo arquitecto de su destino y el de los pueblos.

En ese contexto, identificar a la casualidad como herramienta de interpretación es un deliberado sofisma dialéctico. En el devenir humana  al margen de eventuales disquisiciones ontológicas  todo es causal, porque el ser humano es precisamente quien construye las realidades.

No en vano en el pasado, los pueblos americanos sepultaron los apetitos imperialistas de las coronas europeas que protagonizaron la sangrienta aventura de la conquista, tejiendo luego sus propias identidades nacionales y culturales.

Contemporáneamente, los autoritarismos de impronta racista que perpetraron una de las peores masacres que registra la memoria colectiva durante la primera mitad del siglo XX, sucumbieron ante el incontenible avance de las fuerzas libertadoras.

La propia América latina, recurrente teatro de confrontaciones étnicas, políticas y sociales, debió afrontar nuevamente   como en el pasado   la perentoria emergencia de luchar contra los poderes hegemónicos.

Durante las décadas del sesenta y el setenta del siglo pasado, nuestro balcanizado continente se transformó en el botín de guerra de las superpotencias herederas del mundo bipolar que nació luego de la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial.

Temiendo ser despeinadas por los vientos de cambio, las oligarquías vernáculas golpearon las puertas de los cuarteles reclamando protección a sus privilegios. Convocaron, incluso, a las guardias pretorianas del imperialismo, que acudieron prestamente a garantizar la supervivencia de sus amenazados intereses económicos de ultramar.

La consecuencia fue una pesadilla: en la mayoría de las flageladas naciones americanas se instalaron dictaduras, que emprendieron una moderna caza de brujas contra las fuerzas disidentes.

La historia es naturalmente conocida: cárcel, tortura, proscripción política, conculcación de libertades, miles de asesinados y desaparecidos. En mayor o menos proporción, América padeció la patológica barbarie del oscurantismo cipayo y liberticida.

La restauración institucional que se fue operando paulatinamente no logró, empero, borrar del imaginario social los estigmas de la prepotencia, porque las secuelas emocionales de esos tiempos oscuros aún perduran en nuestra atribulada memoria.

El natural alborozo que siguió a la reapertura democrática obnubiló nuestra conciencia. Por entonces, en el nuevo amanecer, no advertimos que las heridas del pasado permanecían abiertas.

Cuando los uniformados abandonaron la escena pública, la misión encomendada ya estaba cumplida. La grotesca doctrina de la seguridad nacional que inspiró tanto atropello y violación a los derechos humanos, había logrado modificar radicalmente la cultura de convivencia de los pueblos.

En este impactado Uruguay, el mito de la Suiza de América ya es un mero recuerdo, una entelequia de ficción histórica barrida por la tempestad de la iniquidad y el autoritarismo. La democracia  que todos considerábamos invulnerable  había sido groseramente ultrajada.

Hoy nuestro país, al igual que otras naciones latinoamericanas cuyas realidades parecían tan distantes, padece  más que nunca  la humillación de la dependencia, las recetas de ajuste estructural impuestas desde los centros del capital financiero internacional, la desocupación, el hambre, la pobreza y la diáspora.

En «Charlando con Pepe Mujica», el escritor Mario Mazzeo reconstruye un vasto fragmento de nuestra historia contemporánea, narrado por quien es, más allá de naturales disensos, un auténtico luchador social.

Este libro sin dudas aleccionante, descubre al José Mujica de carne y hueso detrás de la aureola casi mítica del guerrillero, el combatiente clandestino o el dirigente político de primera línea de la izquierda nacional.

El hoy senador del Movimiento de Participación Popular, primera fuerza política del Encuentro Progresista- Frente Amplio, es un personaje que realmente subyuga.

Su estilo desenfadado, espontáneo, directo e incisivo se desmarca claramente de los estereotipos del dirigente político uruguayo tradicional, habitualmente asociado a los discursos declamatorios, las poses narcisistas y hasta divorciado de la cotidianidad de sus compatriotas.

Es que José Mujica, pese a ocupar un despacho en el palacio de las leyes por el mandato popular de miles de voluntades y un escaño en el hemiciclo parlamentario, nunca abandonó la militancia de base que abrazó con pasión desde su juventud.

El autor construye su libro mediante la reproducción de numerosos diálogos mantenidos con el personaje, en los que éste examina el pasado y el presente, expresándose naturalmente sin eufemismos ni subterfugios.

Para situar al lector en los tiempos históricos referenciales, en el primer tramo de este trabajo Mario Mazzeo propone evocar algunos de los cruciales acontecimientos de marzo de 1985, cuando se concreta la liberación de los presos políticos de la dictadura mediante la ley de amnistía votada por el flamante parlamento.

Empleando un lenguaje con trazos incluso hasta poéticos, el autor describe el primer contacto de los liberados con la realidad del Uruguay de posdictadura, tras el prolongado período de aislamiento en la traumática soledad de los calabozos y el calvario de la tortura.

Para ilustrar la personalidad de su entrevistado, el escritor exhuma el primer discurso pronunciado por el dirigente en un acto de masas. Allí comenzamos a descubrir a un Mujica emocional y sensible, pero inteligente y ubicado en la realidad.

En esa oportunidad, el ex guerrillero convocó a desestimar el odio y todo propósito revanchista, partiendo de la necesidad de buscar nuevos caminos para construir los cambios.

Mujica también lanzó el desafío de apostar a la unidad en la diversidad sin exclusiones y a la necesidad de aglutinar fuerzas. Inicia también su «romance» con los jóvenes, cuando afirma que es a ellos que les corresponde marcar la futura agenda.

Crítico, romántico pero a la vez reflexivo y profundamente realista, José Mujica examina inicialmente la situación contemporánea de las ideologías, afirmando su renovada validez como herramientas de interpretación de la historia.

Durante el jugoso diálogo mantenido con el autor, el entrevistado desestima los dogmatismos, afirmando que el triunfo es apenas un escalón en el proceso de construcción de la realidad.

Analizando la evolución de la izquierda en el transcurso del siglo pasado, evoca la ética anarquista y el pragmatismo comunista, afirmando su convicción que Marx es hoy más joven que Lenin.

El diálogo deriva hacia vertientes del pensamiento, que enfatizan en las corrientes nacionalistas, cuando Mujica evoca sus orígenes blancos.

El legislador emepepista no soslaya referencias al primer batllismo como paradigma del reformismo uruguayo, calificando a José Batlle y Ordóñez como un «liberal jacobino» y un socialdemócrata que coadyuvó a la construcción del Uruguay moderno.

Mujica no omite naturalmente referencias históricas al terrismo, la guerra civil española y la bonanza del Uruguay exportador que ocupó la primera mitad del siglo XX.

Articulando adecuadamente sus preguntas, el autor nos sitúa en el colapso de la Suiza de América y el quiebre histórico provocado por la paulatina fosilización del modelo.

Ligando ese proceso de crisis al nacimiento de la guerrilla como fenómeno atípico para nuestro país, José Mujica define al MLN como «un gran guiso», en alusión a la suma de fuerzas, influe
ncias e ideologías que gestaron la fundación de la organización clandestina.

El entrevistado considera que los períodos de bonanza económica de América latina y naturalmente de nuestro Uruguay, operaron como una suerte de colchón de la lucha de clases.

Luego, analiza la fractura del modelo, a partir del aumento de la dependencia, la injusticia de los términos del intercambio comercial, el aumento de las contradicciones y el deterioro de la calidad de vida de la población.

En referencia a la tierra, tema que naturalmente le apasiona, el dirigente recuerda que el batllismo se detuvo ante los alambrados, sugiriendo que hoy, como en el pasado, es indispensable una reforma agraria.

Sin embargo, considera que actualmente la estrategia no pasa únicamente por reexaminar la propiedad de la tierra, sino por modificar las estructuras de explotación productiva y la apertura de mercados no tradicionales.

A su juicio, la propiedad de la tierra opera como redituable negocio inmobiliario en el marco de un modelo de acumulación capitalista, provocando el vaciamiento del campo y la pobreza.

En los últimos tramos de esta obra, la charla entre entrevistador y entrevistado deriva nuevamente a la evocación del Movimiento de Liberación Nacional combatiente, el problema de la doble militancia, la fuga del penal de Punta Carretas bautizada como «El abuso», los últimos tramos de la vida de Mujica en reclusión y el apoyo a Enrique Erro en las cruciales elecciones de 1971.

Asimismo, ambos repasan el complejo proceso refundacional de la organización en la legalidad, los iniciales recelos de la izquierda tradicional aglutinada en el Frente Amplio, la nueva militancia, la recordada propuesta del Frente Grande y la ardua inserción en el sistema político.

El dirigente no soslaya referencias al desempleo, la marginación y la globalización, sugiriendo que un futuro gobierno progresista debería reactivar el mercado interno mediante un «salariazo» y promover un Estado con menos burocracia que reoriente e invierta mejor los recursos disponibles.

Aunque evoque algunos momentos cruciales de la vida del cuasi legendario luchador social, «Charlando con Pepe Mujica» no es ciertamente un libro meramente biográfico.

En varios diálogos informales pero no menos rigurosos en el abordaje de los temas, aflora a pleno la personalidad del hoy senador emepepista, quien exhibe su agudeza para el análisis histórico y su particular visión de coyuntura del Uruguay contemporáneo.

El realismo de este personaje sin dudas singular, no oculta, empero, su reconocida sensibilidad social, expresada en la necesidad de relanzar utopías y exhumar valores intrínsecos a nuestra cultura humanista. *

 

(Ediciones Trilce)

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