TIEMPOS MODERNOS |

Siempre convienen muertos

Los directores de teatro dicen que el mejor autor es el autor muerto. Ellos, por ejemplo, quieren poner el cuarto acto en seguida del primero y si el autor está vivo, ¡zaz!: «No, mijo, ¿para qué te creés que metí dos actos en el medio? ¿Te creés que yo cobro por renglón?» Y se arma lío y va a Agadu y se suspenden los ensayos. Toda una serie de inconvenientes que no surgen si el autor está muerto. Una puede hacer un Hamlet en el que al final no muere nadie, le hace pito catalán a todos los Fortimbrás de este mundo y todavía posa de original.

Lo mismo con los homenajes. Se les pone calle a los muertos, y en lo posible, según reglamento, con más de diez años de muerto; que ya los redujeron y no les van a encontrar más nada. Después el homenaje es relativo, porque la gente le pasa por arriba con semirremolques, la escupe, pero la calle está. En vida, por las dudas, algún discursito cuando ya está muy enfermo, no sea cosa que se mande una macana.

Además, todo el mundo sabe que los muertos son todos buenos. Si muere un político, no hay peligro que en el homenaje un legislador del partido opuesto recuerde que votó la declaración de la guerra interna o que impulsó la ley de caducidad. Van a decir que era un demócrata, a buscar alguna ley buena que haya propuesto, y a hablar mucho de ella.

El que no lo entendió fue el viejo Batlle, que se ensañó desde El Día con Juan Idiarte Borda el día que murió y fue muy mal visto. Décadas después la gente decía: «Sí, don Pepe impulsó una legislación social avanzada, pero se ensañó con Idiarte Borda cuando murió y eso no se hace.» Y al final, en 1958 los colorados terminaron perdiendo las elecciones.

Un vecino que va al boliche se tatuó a Bengoechea cuando le metió el gol a Brasil en la final. Pero no le preguntó nada a Bengoechea. Así que el jugador siguió envejeciendo, en vez de rejuveneciendo y al final pasaba parado. Eso sí, agarraba un tiro libre por partido y era gol. Y con la seca que había, un gol por partido no era poco. Pero el tema eran los otros 89 minutos, así que se sacó el tatuaje, cosa que dice que es dolorosa. Y unas manchas azuladas quedaron.

Así que para emparejar, ahí mismo se puso a Bueno. Se había encachilado con Bueno. Pero ta; pasó lo que pasó. Se fue sin firmar nada. Ya no podía arremangarse ostentosamente para hacer calentar al gordo Enrique, que es bolso. Porque, recostado en la esquina del mostrador el gordo lo cargaba desde que entraba hasta que salía. Vuelta a borrar. Cuando volvió Bueno, ya era tarde. Entra Pacheco al brazo de mi vecino. Y va el técnico y lo saca, y ni siquiera le hacen una estatua como a Bengoechea.

Finalmente, se hizo tatuar a José Piendibeni. Buscó un jugador de hace bastante tiempo, para que a nadie se le ocurra descubrirle cosas. Yo nunca estuve segura que esa fuera la cara de Piendibeni, pero ¿quién se acuerda? Ahora le preguntan y dice: «Es Piendibeni». y todos le contestan «Ah,» y nadie le toma el pelo.

Por eso creo que fue prudente el legislador argentino que se tatuó a Kirchner y lo apoyo por eso. ¿Qué puede pasar? Que el partido se divida, que tenga diferencias con Cristina Fernández, cosas así. Pero nada de eso afecta al tatuaje. Alguno podía tener tatuado a Perón desde el 55 y ¿en qué se comprometía? ¿Se iba a privar de apoyar a López Rega, Rucci, Firmenich, aplaudir ahora a Menem, o incluso haber votado a De la Rúa, que tenía apoyo de un ala peronista? No. Y no estoy juzgando a nadie, son opiniones. Es natural que en los movimientos grandes surjan diferencias. Lo que interesa es no tener que andar borrando, que duele.

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