Mañana gris, plomiza, con amenaza de lluvia

Un cierto silencio nervioso, más como quien camina a punta de pie que quien está quieto y sin ruido, empezó a cubrir la mañana donde mirarse a los ojos requería prudencia.

Foto de archivo
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Si algo se podría decir del olor del aire es que emanaba pólvora. Era miércoles y los rumores de una semana atrás se convirtieron en evidencia la noche del martes, especialmente con la intervención en el Senado de Wilson Ferreira que confirmaba el alzamiento militar y les prometía a los usurpadores ni un día de tregua.

Recuerdo que, a las 6 de la mañana, partí de casa para pasar a una semi clandestinidad en un apartamento reservado en la calle San José, a escasas cuadras de Jefatura.
Había algo de ciudad contenida. Nada se desplazaba con naturalidad y un gran signo de interrogación pendía sobre la atmósfera política y social.

Por debajo, subterráneo, hervía la militancia llamando a resistir con la consigna de Ocupación. Pequeños fueguitos generalizados que impedían poner a funcionar cualquier maquinaria productiva. En ellos nos mirábamos todos.

Resultaba muy difícil percibir con exactitud lo que estaba pasando. Pero cada cual sabía desde hacía mucho tiempo que su lugar era la empresa donde trabajaba. Esta decisión que no necesitó de ninguna organización del momento, sino que fue un acto de conciencia internalizado durante años, movilizó al instante a miles y miles de uruguayos.
Y los hizo resistir.

Un peso muerto combativo, pacífico pero inamovible, desorientó a los milicos que lo creyeron un acto gimnástico de poca duración.Una y otra vez, reocupando, se demostró lo contrario: la huelga general con ocupación de los lugares de trabajo era una medida estratégica más que táctica y estaba dirigida al corazón del Golpe.

Lentamente, al mediodía, en los barrios y en el centro, las sirenas, los soldado patrullando, profusamente armados, y las marchitas militares en comunicados de radio y televisión, inauguraron un nuevo Uruguay dictatorial. Al atardecer supimos que la resistencia en todo el país había sido generalizada y cuando la noche cayó una inmensa intranquilidad, llena también de cierta euforia, dió por finalizado el 27 de junio.

Iniciabamos los 12 años de oscurantismo, represión, destituciones, categorización de ciudadanos, cárcel, exilio, silencio y muerte que ellos creyeron serían más de 50. Ni un solo día de tegua, sin embargo, permitió retornar golpeados pero enteros, restañando heridas y construyendo futuro. Recordar hoy ese día, 49 años después, sigue siendo un homenaje a la increíble capacidad de resistencia -una más- del pueblo uruguayo organizado.

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