Caleidoscopio

Testigo de mar

En un pequeño BAR del viejo puerto, un hombre, bastante en copas, que había sido Juez en un juicio muchos años atrás, repetía en forma insistente -“jamás pude resolver el caso de la joven del mar”…

Recostados en la arena veían como mansamente y con gusto se iban apagando las últimas brasas que por horas los habían alumbrado, al igual que las estrellas que sin murmurar y pestañeando se iban detrás de sus sueños.

Ella apoyada en parte de su hombro sentía como él acariciaba su cabello negro, ensortijado, tan perfecto como sus curvas de mujer, perfecta.

Suspiraban profundamente extasiados de amor. Por el pecho del joven, ahora en calma, habían cabalgado los corceles más briosos y millares de guerreros cruzaron espadas y escudos en busca de obtener el trofeo más sagrado de la guerra, la victoria…la libertad.

Se miraban y no precisaban hablar, se entendían en otro lenguaje. Sus labios se buscaban nuevamente, el deseo los volvía a unir en una sola figura.

Ya no eran sombras, momento de amor en que los bronceaba el día y en la piel de ella se podía ver y hasta sentir el relieve de aquel tatuaje hermoso al borde de su cintura.

Dormitaron esta vez más de una hora, soñaban increíblemente los dos con lo mismo, las muecas de sus rostros los delataban. Volvieron a almorzar amor, el plato preferido de los enamorados. Amantes verdaderos, liberados de sus botellas naufragas, ahora en tierras firmes.

La felicidad iba y venía, golpeaban con fuerza las olas y se retiraban dulcemente en cálidos remansos.

Una gaviota y luego otra en rasante vuelo, los volvió a despertar. Ella con sus dedos acomodo su cabello, él tomó su ropa y cansinamente fueron hasta el muelle donde aguardaba anclada su embarcación.

Le regaló su reloj, ella su collar de caracolas. Él se alejó nuevamente sin mirar atrás, solo veía al horizonte. Ella tampoco quería mirar.

Si más ruido que el dolor del último beso, la lágrima en la arena y una ola que cantó una canción con tonos de una última despedida, el marino se perdió rumbo al sur.

Mientras…la sirena morena de cabello ensortijado se fue adentrando en las profundidades del mar.

El viejo la describió tan bien, que algunos creyeron en su testimonio.

Alguien dijo:-“es ella, la descripción es correcta”.

Han pasado tantos años desde que la joven desapareció inexplicablemente.

El juez borracho, riendo le preguntó al ocasional testigo como si estuviera en su corte:

– “¿Cómo pretende que crea tan ridícula historia, disparatada e imaginaria que no alcanza ni para leyenda? –“Mujer sirena”…

A lo que el viejo contestó, yo soy ese marino…

Rudy Zabala
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