LA REPUBLICA recorrió ayer el lugar donde estuvo secuestrada la joven Valentina Simon

Veinte días encerrada en un sótano sin ventilación

El personal del Departamento de Delitos Complejos del Ministerio del Interior, cuya actuación permitió detener al autor del secuestro, habilitó ayer el acceso al lugar a los medios de prensa.

La vivienda de la calle Coronel Mora 463 sobresale en la cuadra sólo por su fachada color rosado. Es una casona de dos plantas, con garaje y un gran fondo tupido de vegetación, bien construida, ubicada en un lugar privilegiado del exclusivo barrio de Punta Carretas.

Deshabitada desde hace unos cinco años, y al parecer en proceso de reconstrucción, los signos del abandono son notorios apenas se ingresa. De todos modos, los pisos levantados, los escombros diseminados por todas partes y la proliferación de arena y bolsas de mezcla acumuladas  sobre todo, en la boca de acceso al sótano  contribuyeron al plan del secuestrador para ambientar el lugar y evitar cualquier fuga de ruidos hacia el exterior.

Apenas se ingresa a la finca por un zaguán, aparece a la izquierda una primera habitación, de pisos de madera y una gran ventana, cerrada por sus celosías, y sobre la cual fueron apoyados los pesados esqueletos de una gran mesa de madera y una cama, para reforzar aun más su seguridad. Contigua a ésta, hay otra habitación, ubicada exactamente encima del sótano, con pisos levantados. Llamativamente, en el suelo, hay decenas de libros viejos apilados  la mayoría relacionados a temas jurídicos  y numerosas carpetas con documentación y fotocopias de recibos y facturas, en los que aparece repetidamente el nombre del abogado, vinculados, con seguridad, a su actividad profesional. Una escalera de madera desvencijada, ubicada en el living de la casa, conduce a la planta alta. Arriba, en una habitación, hay sólo dos bidones blancos de 25 litros vacíos, apartados en una esquina, y un casco de plástico amarillo de niño, parecido a los que se utilizan en el fútbol americano, tirado en el suelo, y un espejo, colgado en una pared.

El sótano

Al sótano se accede a través de una abertura en una esquina del piso de lo que pudo haber sido la cocina de la casa, disimulada bajo una plancha maciza de hierro que ayer estaba levantada. Para llegar hasta el subsuelo, hay que descender por una estrecha escalera de siete escalones, y prácticamente recostarse para poder ingresar a la habitación, apenas iluminada con una bombita. En el umbral de la pequeña celda hay otra plancha metálica transformada en una puerta, asegurada con cadenas y varios candados fijados al metal mediante una mezcla de portland con un fuerte pegamento.

El sótano está situado al mismo nivel de la cimentación de la casa, y mide aproximadamente unos tres metros de largo por tres de ancho, y poco más de un metro y medio de alto. Allí, el calor es aún más sofocante, la humedad es intensa y el olor nauseabundo. No hay ningún punto de ventilación ni abertura, y el techo está aislado con espuma plast. Ni el más sofisticado juego electrónico ni la música más cautivante aliviarían la estadía en ese lugar a ningún ser humano, ni por un solo minuto.

En el centro de la habitación hay una cama de hierro con un colchón que luce como nuevo y dos almohadas. Debajo del lecho, atadas a la parrilla metálica, se observan cadenas y candados, presumiblemente utilizados por el abogado para inmovilizar a la joven. Al costado de la cama, hay dos baldes llenos de agua, y en una esquina, un bidet sin instalación sanitaria, pero que seguramente fue utilizado por la joven.

Sobre un cajón, cubierto por un mantel blanco, hay restos de comida intacta: una bandeja con alfajores, un tarrito con arroz, otra bandeja con panecillos corroídos por la humedad, un vasito vacío de un postre de chocolate, y el auricular del walkman que el secuestrador habría comprado a su víctima. La comida fue adquirida en diferentes lugares, seguramente para no llamar la atención en el vecindario. En el suelo, además de escombros, se acumulan los desperdicios de varios días. Papel higiénico, envolturas de alfajores y galletitas, cajas de cereales, algunos platos y cubiertos de plástico, un par de guantes de uso quirúrgico, cáscaras de bananas y varias bolsas negras de residuos. También hay cables de la instalación eléctrica y un alargue que cuelgan del techo, y que se mezclan con las cadenas. Dos bananas penden de un cable al costado de la cama. A lo largo de una de las paredes, colocados sobre un delgado murito, hay algunos artículos de higiene personal: una pasta de dientes abierta y dos pequeños jaboncitos cilíndricos y humedecidos. También sobre ese muro, hay unos quince platos de plástico apilados, y varios cubiertos del mismo material, lo que harían suponer que la víctima permaneció allí los días de su secuestro. *

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