Tiempos de esplendor, nepotismo y mano dura

En la década de 1930, en tiempos de profunda depresión, las potencias imperialistas expandieron sus crisis a los países dependientes, particularmente a América Latina.

Los grandes centros de poder adoptaron medidas que repercutieron en el comercio internacional, reduciendo los volúmenes y precios de sus importaciones y afectando a las materias primas importadas por las naciones en desarrollo.

Esto generó en la región agudas crisis políticas internas, al intensificarse la lucha entre las distintas fracciones de la burguesía para asegurar la rentabilidad de sus negocios.

El golpe de Estado de Gabriel Terra, al igual que las numerosas dictaduras instauradas en el continente, significó en primera instancia un intento de los ganaderos, banqueros y comerciantes por mitigar los efectos de la recesión, «en detrimento de los otros sectores capitalistas y sobre todo descargando la crisis en los sectores populares».

En 1930 había 7.100 empresas. La cifra aumentó vertiginosamente, trepando a 20.500 empresas en 1948.

El 23 de octubre de 1935, el Diario Oficial publicó un edito emitido por el Juzgado Letrado de Primera Instancia en lo Civil de sexto turno, haciendo pública la solicitud de inscripción de los estatutos de la Fábrica Uruguaya de Neumáticos SA (Funsa).

Los documentos dan cuenta de la creación de la Sociedad Anónima el día 3 de junio de 1935. Su primer Directorio estuvo integrado por Pedro Sáenz, P. Indart Denis, A. Vitelli, Diego Arocena Capurro, A. Díaz Aznarez, R. Linn, Raúl Rohr, Julio Pons, A. Cuñarro, Carlos Forteza, J. Christie, Enrique Comas, OP Bellán y HA Gerona.

El diputado socialista Vivian Trías informó en la década del 60, que el presidente de esta empresa, Pedro Sáenz, formaba parte, en las décadas del 30, 40 y 50, de la «constelación de latifundio».

Funsa se inició con un capital de dos millones de pesos y según el balance de 1958, contaba con 23.474.400 pesos de capital. 26.453.292 pesos de reserva y un activo de 82.311.960 pesos.

La generación de estas ganancias se apoyó en la exoneración de derechos de importación concedida por la Ley del 14 de agosto de 1935, destinada a la adquisición de maquinarias, accesorios y repuestos.

También estaba eximida del pago de la patente de giro y de la Contribución Inmobiliaria, beneficio otorgado a las nuevas industrias y fábricas de artículos no producidos en el Uruguay.

Además de esos privilegios, se aprobaron gravámenes de entre 150% a 300% de su valor a las cubiertas extranjeras, así como las baterías, alfombras de goma, colchones de goma, juguetes, tacos, calzados y gomas de borrar.

A ésto se le sumó la implantación del «sistema tayloriano o standard» (producción con un tiempo mínimo o standard), la persecución y el menoscabo de los derechos de los trabajadores.

Doble discurso

A iniciativa de Pedro Sáenz, se le aplicaron a los trabajadores acciones abusivas, anticonstitucionales y despóticas.

Mientras esto sucedía, la empresa «exhibía en los cines una película en la que se mostraba a Pedro Sáenz como benefactor de un personal que lo idolatraba». En 1948, por ejemplo, fue despedido un dirigente del gremio amarillo (propatronal) que a su vez era delegado ante el Consejo de Salarios.

El trabajador afectado denunció ante el Consejo de Salarios la ilegalidad del convenio que regía en la fábrica. Ante esta situación, el 7 de setiembre de 1952, un grupo de trabajadores exigió la renuncia del «delegado», creándose la Unión de Obreros y Empleados de Funsa.

A tal grado llegaban los conflictos y los privilegios que le otorgaban blancos y colorados a Funsa, que en más de una oportunidad los parlamentarios de izquierda debieron intervenir y realizar pedidos de informes.

El entonces diputado socialista German D’Elía preguntó a principio de los 60, «la forma en que el BROU ha concedido los créditos a la empresa Funsa, porque a mí me sorprende cómo (durante) tanto tiempo el señor Sapelli, estaba concediendo créditos a esa empresa de la cual era síndico».

El 21 de octubre de 1958 por primera vez en el país el sindicato de Funsa puso la fábrica a producir bajo control obrero.

Hoy la realidad es muy distinta y el sindicato que llegó a tener en 1986 unos 1.700 afiliados (el 90% del personal) se encuentra con que creció el porcentaje al 97% pero que los adherentes son 340 trabajadores.

*Los datos históricos fueron extraídos de los tres tomos de «Un sindicato con historia» escritos por Yamandú González Sierra. *

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