Prohibido para nostálgicos

"Barrio Villa Española, leyendas de coraje"

Por Luis Grene

 

Barrio de metedores gallegos, de fábricas con obreros que no se bancaban el manoseo y de vecinos que, pese a todas las contras, supieron forjarse «un lugar en el mundo». Un mundo chico pero propio, sin pedirle nada a nadie. Con toda la polenta de un barrio popular y obrero. Surcado por historias que fueron, de boca en boca, cubriendo todos los rincones de la Vieja Capital.

Y de esos versos curtimos este amasijo de palabras. Personajes, esquinas, grandes broncas y sencillas alegrías que retumbaron en la Villa y el viejo escribidor chapa lo que puede. Un tributo chiquito al cuore de un barrio que latía fuerte en años muy duros.

Los gallegos lo habían hecho un poco suyo. Con sus repartos de pan y los pequeños «baratillos» esquineros. Muy cerca, los tambos de los vascos grandotes que meta ordeñar te servían unos vasos llenos de espumosa y tibia leche. Otros, en sus pequeñas quintas cultivaban las verduras que con sus carros repartían por todos los barrios de esa ciudad, en los inicios de la década del 30.

Inmigrantes metedores y laburantes, también trajeron un pedacito de sus peninsulares festejos a una Montevideo que los fue aprendiendo a querer. Nació un rincón llamado el «Campo Español». Sonidos de gaitas, panderetas y guitarras, mientras los cantos eran fuertes al compás de nerviosas castañuelas. Españoles y los montevideanos que se arrimaban en unos domingos de largos soles, donde el yugo del laburo hacía una tregua.

Les decían «romerías», con los enérgicos ritmos de «jotas» y «pasodobles». Ni que hablar del «cantejondo», con tacos zapateando en unas tablas de madera que se colocaban sobre el pasto muy temprano. Todos las cuidaban hasta que, al fin de la tarde, se guardaban en el galponcito de un gallego bailarín y de oficio panadero.

Aunque la vida no era fácil, y más para los que morfaban de acuerdo a como les iba en el laburo, esos vecinos de la Villa siempre hacían un alto. Para estar juntos, escuchar músicas que habían nacido en sus lejanas aldeas y compartir con los paisanos de estas tierras sus festejos y sencillas alegrías. Y los montevideanos también ganaron en ese «Campo Español», donde se tendieron fraternos puentes entre culturas distintas. Si todos respetábamos lo suyo, ellos también aprendieron a querer lo nuestro. Por ese sitio comenzaron a actuar tríos de bandoneón, contrabajo y guitarra. Hasta que llegaron muy completitas orquestas tangueras como la del maestro Carusito.

Alguien muy importante, para esa comunión de ritmos distintos, fue el pionero de nuestra radiotelefonía, don Agustín Pucciano. Con su notable intuición para todo lo popular, captó que en ese tan mentado «Campo Español» podía organizar sus tradicionales espectáculos. Así surgieron certámenes de cantantes y orquestas de tango realizados en el corazón de la Villa. Desde ese pintoresco sitio se trasmitieron muchas audiciones especiales de su programa «Caramelos Surtidos». Hicieron sus primeras apariciones personajes como Carlitos Roldán, Mario Rivero y una orquesta dirigida por un tanito jovencito de apellido Racciatti. El mismo que compusiera un tema titulado «Peña Andaluza», en recuerdo y homenaje a toda esa colectividad española que mucho lo apoyó en sus lejanos comienzos.

Con el bravísimo Puerto Rico ahí nomás, en la esquina, el Villa Española se forjó en buena ley, la fama de barrio con gente que no arrugaba. Muchachos que soñaban con ser estrellas del boxeo profesional llenaban las instalaciones de su recordada Academia de Boxeo. Pibes que vendían diarios fundan el «Club Canillitas», con su primer cancha por Larravide y eran los mismos que tenían los berretines de «hacer guantes».

Y el sueño de esa Academia demoró mucho pero finalmente llegó. Se hizo realidad en ese pupilo y vecino que se proyectó al máximo nivel del profesionalismo. Alfredo Evangelista, un botija que todos veían en el barrio, fue muy famoso a fuerza de coraje y valentía, la marca de sangre de los vecinos de esos lados. Igual que en el fútbol con el aguerrido cuadrito del barrio.

Pero la memoria agarra fuerza y se larga en picada muchos años más atrás. Para pintar ese barrio en su neto perfil obrero. Con la primera fábrica y matadero de porcinos «El Progreso», de los hermanos Cristiani que dieron laburo a muchos vecinos de la zona. Y otros que, a toda hora, caminaban por caminitos de tierra que los llevaban hasta una enorme y recién inaugurada fábrica de Neumáticos Funsa. La que, con la dirección técnica de unos muy rubios ingleses, siempre de túnicas y corbatas de moñitas, le cambió la cara a la Villa por la década del 30.

Y en esa fábrica sucedieron grandes huelgas donde nadie daba un paso atrás. Se reivindicaban derechos salariales y sindicales ante una patronal que siempre le quería «meter el gaucho» a los trabajadores y vecinos. Personajes con aristocráticos apellidos, que aún en estos días perduran en los ambientes políticos, ordenaban feroces represiones y se rodeaban de guardaespaldas. Pero todos los del barrio hicieron causa común con los trabajadores. Calles cerradas y «ollas populares» por todos lados, para ayudar en larguísimos conflictos donde de los locales «ocupados» solamente salían neumáticos para las ambulancias de Salud Pública.

Hasta los «matarifes» de la zona ayudaban a los huelguistas. Y hablando de matarifes llegan las leyendas de la Villa, a puro revólver, tiros y faena clandestina. Días de las llamadas «vedas de carne». Fue cuando se hicieron famosos personajes como los hermanos Varela. Faenaban a escondidas, pese a las estrictas prohibiciones, en unos destartalados galpones al costado de la cancha de «Canillitas».

Los vecinos rumoreaban que hasta mataban caballos para comercializar su carne. Lo cierto es que, en esos días, el que quería un churrasco sabía que no le quedaba otra que recurrir a la carne de los matarifes. La crónica roja narró una tarde el final de esa leyenda. Los hermanos se balearon entre ellos en un «ajuste de cuentas» y, a los tiros se borraron, pero sus historias vivieron durante décadas en la memoria de los vecinos de los barrios populares.

Frente a la Funsa, surgió un emprendedor comerciante, el señor Uzal que llegó a tener su pequeña fábrica de baterías. Un barrio para laburar fuerte, eso fue el Villa Española. Sin olvidar que en sus noches sonaban los tangos en bailongos de «rompe y raja». Como aquel rancho por la calle Avellaneda casi la vía del tren. Cuando llovía había cada gotera, pero a nadie le importaba. Es que el agua servía para «refrescar» un poco, ya que adentro la temperatura siempre estaba al rojo caliente.

Barrio de obreros que metían al trabajo y si el asunto «pintaba» no dejaban escapar sus sueños. Así fue la historia, casi un mágico cuento, del compañero que tuvimos en la Funsa, el querido Samuel Puchet. Cantaba como los dioses y en un Carnaval se arrimó hasta sus admirados «Lecuona Cuban Boys». El gran músico y director Orefiche, vio su talento y le ofreció la oportunidad de su vida. Al poco tiempo, ya estaba recorriendo el mundo con los «Lecuona», con el nombre artístico «Alvarado». Cantando como cuando caminábamos juntos por las callecitas de tierra de la Villa rumbo a la fábrica, y todos lo saludaban con admiración y afecto por ser amigo de todos y un tenor inolvidable. Deleitándonos con su exquisita voz, ya sea en los conjuntos de Carnaval, como «Shangai de mis sueños», en los espectaculares «Lecuona» o en las reuniones de fraterno compañerismo.

Decía Cadícamo que con la bronca y la crisis «hoy se morfa hasta el piolín». Por más que apriete la crisis siempre tendremos a mano «el piolín» de los sueños. Para tirar muy fuerte, como lo hace este viejo escribidor y ver como reviven
estas historias de barrios y personajes que existieron hace mucho tiempo en aquella Montevideo, la Vieja Capital.

Los esperamos todos los sábados y domingos, a las 19 horas, en CX 44, y también los domingos en LA REPUBLICA, con más Prohibido para Nostálgicos, con los auspicios del Departamento de Cultura de la IMM.

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