Una historia de trabajo, esfuerzo y esperanza escrita por pioneros europeos que recorre más de un siglo, al ritmo del tren y la pasión futbolera

Hace 110 años los ingleses se instalaban en Peñarol

Un monolito levantado al final de una hilera de añosos plátanos sobre un costado de la vieja y muda estación, recuerda en su placa de bronce: «Homenaje de AFE al pueblo de Peñarol en sus 100 años. 1891-Mayo-1991″.

El Café y Bar La Primavera es un boliche como los de antes. Mostrador y mesas de mármol, con botellas ordenadas en estanterías de oscura madera. Su propietario, Antonio Pereyra De Lima, nació en Peñarol hace 45 años. Su abuelo fue uno de los primeros propietarios de este café fundado en 1896. La familia está identificada con este barrio desde hace un siglo. El es un apasionado estudioso de toda la historia de este pueblo.

«La historia de la llegada de los ingleses a esta zona comienza cuando éstos enviaron a un emisario de apellido Baker para que observara terrenos, al norte de la zona de Sayago, con la intención de que allí se construyan los talleres, para la futura compañía de trenes de pasajeros y carga: la Central Uruguay Ralway.

Todo este proceso se desarrolló a principios del año 1887. Los terrenos, unas 17 héctareas en total, fueron adquiridos finalmente por un tal mister Leares, empleado de la compañía y comprenden parte de lo que es la estación: los talleres, el Centro Artesano, las viviendas y se extendía hasta lo que son las calle Edison y Coronel Raíz», dice un memorioso Pereyra.

Montevideo ya contaba, desde 1869, con una línea de ferrocarril que corría desde la estación Bella Vista (hoy Lorenzo Carnelli) hasta Las Piedras, cuyos propietarios, Tomkinson y Senén Rodríguez, habían hecho posible este emprendimiento con dinero prestado por la Baring Company, capitalistas ingleses vinculados a los futuros constructores del ferrocarril.

 

La invasión inglesa

«Sobre 1888″ –señala Pereyra– «comienzan las obras de lo que sería un pueblo modelo. Se construyen galpones y un taller para que trabajen alrededor de trescientos operarios». Además, se erige medio centenar de viviendas obreras de buena comodidad, que se encuentran separadas por la vía del ferrocarril de las edificaciones con estilo victoriano construidas para los ingenieros ingleses. Las categorías de poder quedan bien delimitadas», dice un sonriente Pereyra.

Se construyen canchas de polo y cricket, junto con un área dedicada a un incipiente deporte llamado football y un novedoso sistema de saneamiento que era un ejemplo para la época con filtros de arena, de sistema bajo tierra con lugares de decantación y purificación hecho con camalotes, conectados para alrededor de doscientos baños en especial las viviendas de los ingleses. «Esto hoy asombraría a los ecologistas», afirmó nuestro interlocutor.

A ello habría que agregar un centro social con una sala de teatro de excelente calidad, que junto con el Solís y el Stella, conforman las más antiguas de Montevideo. En algún tiempo, este establecimiento funcionó como sala de cine, todo dentro de una especie de complejo cultural conocido por los habitantes del barrio por el nombre de Centro Artesano, que está ubicado frente a los talleres. En buenas épocas, los vecinos pudieron disfrutar de importantes compañías teatrales, que incluso acercaban a espectadores de otros lugares, que se trasladaban mediante el ferrocarril. Una personalidad de la escena uruguaya como Carlos Brussa, empleado del ferrocarril, dictó cursos de declamación para aspirantes a actores en esta sala.

Todo fue construido sobre la base de esas 17 héctareas, llegándose a desecar un lago y rellenarlo, para levantar un barrio de características urbanísticas y edilicias únicas para la época. A los caminos de tierra y barro se les comenzó a sustituir por macadam y carbonilla, una especie de escoria de carbón usada como combustible para las vaporeras. Luego comenzarían a abrirse calles empedradas, hasta avanzada la década del treinta, cuando el asfalto llegó a Peñarol.

«Los ingleses por medio de la compañía, estimulaban y acompañaban todas las gestiones que se hicieran en beneficio de mejoras para la zona. A mediados de los años veinte llevan la energía eléctrica para el centro del barrio y la plaza Congreso de Abril de 1813 es el lugar elegido para festejar este acontecimiento. Se había levantado una escuela modelo, fundada por María Vittori en 1894, se contaba con una banda de música, dirigida por Juan Conini, una fuente, un piquete policial, servicios médicos y hasta una cooperativa de consumo creada por los británicos para servir a los empleados del ferrocarril», relata nuestro entrevistado.

 

La vida al ritmo del tren

Todo Peñarol comenzó a funcionar alrededor de lo que sucedía con el ferrocarril y pasaba por la estación. Allí se registró el encuentro Batlle-Galarza previo al enfrentamiento de Masoller, donde fue herido mortalmente Aparicio Saravia.

Por la estación se veía desfilar los trenes que llevaban ganado a La Tablada y pasaban encomiendas de diferentes puntos del país. Vagones cargados del mineral procedente de Minas cruzaban a la fábrica de portland ubicada en Sayago. La estación disponía de medio centenar de frecuencias diarias con conexiones a casi todo el territorio nacional.

En su mejor momento, en los talleres, considerados los más modernos y completos de Sudamérica, trabajaban alrededor de 1.500 operarios, además del casi un centenar que se desempeñaban en la estación, vías y plataforma.

Se empiezan a sumar varias instituciones deportivas y sociales: Roland Moor, Uruguay- Peñarol y el Centro Social Peñarol, creándose una biblioteca, un ateneo. Todo responde a un hecho fundamental, en Peñarol se encuentra, junto con el Cerro, la mayor concentración obrera con que contaba el país en los primeros treinta años del siglo pasado. A la compañía del ferrocarril se sumaban dos fábricas de ladrillos, la de Campomar y la de Mendes, cuyos productos se emplearían en la construcción del Palacio Legislativo y otras importantes obras edilicias Era una zona próspera, de ritmo febril, con empresas y comercios que crecían acompañando el avance pujante y arrollador de los trenes. Los nombres de algunas de sus calles: Watt, Morse, Fulton, Shakespeare, Newton les recuerdan a los vecinos el paso de los ingleses

 

Antes de los ingleses

«Sin dejar de reconocer aquella inversión de fines del siglo XIX y comienzos de XX expresada en bancos, frigoríficos, aguas corrientes, gas, telégrafos, realizadas por los británicos, y si nos dejamos invadir por una mentalidad típica de colonizados, podemos tomar como punto de partida que Peñarol nació a la vida aquel 1º de mayo de 1891, cuando los ingleses, en una zona pastoril y de labranza, trajeron la tecnología de la revolución industrial. Para ello, debemos borrar de un plumazo los 120 años anteriores a la llegada de éstos, de un proceso estable de pobladores, en su mayoría labriegos italianos y algunos españoles, que cultivaron la tierra en parcelas llamadas quintas o chacras y de una rica historia entroncada con los orígenes de nuestra nacionalidad», nos manifiesta Pereyra.

El proceso fundacional de Peñarol comenzó con la llegada en 1765, del ciudadano de origen italiano Juan Bautista Crosa, que arribó a Uruguay junto con su esposa española Francisca Pérez Braacamán y se instaló en una parcela de terreno sobre las márgenes de un límpido Miguelete. Primero será una suerte de chacra, unos años después, Crosa le agregó una pulpería en el lugar donde hoy se cruzan los caminos Coronel Raíz y de la Cruz.

Sin bien el pionero era italiano y a comienzos del siglo XIX los apellidos son del mismo origen –Panizza, Mazzuco, Berrutti, Pippo, Campi y Bresesti– también se encuentran algunos de origen español, como Larrobla, Durán,
Colman, Casavalle, Piedracueva, Freire. Todos encontraron su hogar en estas tierras semivírgenes y varios descendientes de estos primeros pobladores cultivaron la tierra, por esta zona, hasta entrada la mitad del siglo XX.

Según lo afirmado por Pereyra, muchos acontecimientos de la gesta artiguista estuvieron relacionados con figuras y hechos ocurridos en Peñarol. En 1801, nació Carmelo Colman, el más joven de los 33 orientales de la Cruzada. Entre 1812 y 1813, José Artigas desarrolló en esta zona las reuniones preparatorias para dar luego a los diputados orientales sus famosas «Instrucciones del año XIII», dentro de unos campos que pertenecieron después al poeta Elías Regules.

También nuestro máximo héroe frecuentaba la chacra de «La boticaria», donde hacía reuniones con sus hombres de confianza discutiendo estrategias políticas y militares.

Cuando los franciscanos son expulsados del Montevideo amurallado por Elío, con la histórica frase «váyanse con sus amigos los matreros», éstos encuentran refugio en la casona de don Pedro Casavalle. Peñarol contó con cementerio propio en la zona llamada «Las quintas». Allí fueron enterrados varios patriotas caídos en la Batalla de Las Piedras, desde 1913 en el lugar existe un osario con los restos de varios antiguos fundadores de la zona.

Por 1823 las tropas de Oribe acampan en Peñarol antes de enfrentarse a las tropas luso-brasileñas de Jardim, mientras que en 1851 Juan José de Urquiza anuncia desde estos campos el fin de la Guerra Grande y hasta un episodio de la llamada «Revolución de las lanzas», en 1870, se desarrolló por esta zona cuando la avanzada de Timoteo Aparicio se enfrenta a las tropas del gubernista «Goyo» Suárez.

«Como podemos ver y en honor a la verdad, existen 125 años de historia anterior a la llegada de los ingleses. Por eso no es justo decir que Peñarol, declarado pueblo en 1911 y villa en 1953, tiene sólo 110 años, aún cuando haya vivido, por casi noventa años de una dependencia casi exclusiva en relación con el ferrocarril», termina expresando Antonio Pereyra.

Al dejar a nuestro entrevistado, comenzamos a desandar sus calles modestas, grises, unas más despiertas que otras, con sus almacenes donde las vecinas hacen las compras del día protestando por los precios, sus farmacias, sus carnicerías, sus panaderías, donde todavía no ha llegado la prepotencia fría e impersonal del supermercado. Con algunos cafés, donde sus mesas siguen siendo como pequeñas islas para la charla fraterna y la confesión intimista de los vecinos.

Peñarol, nacido con los primeros repartimientos de tierras, se siente orgulloso de su historia y de sus orígenes, de un pasado construido en base al esfuerzo de labradores y obreros.

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