Allí funcionaba "La Casona", el centro de torturas donde fueron vistos Julio Castro y Ricardo Blanco

Realizaron excavación en complejo de Millán ante denuncia de un "cementerio clandestino"

Integrantes de la Comisión para la Paz y de la Secretaría de Derechos Humanos del PIT-CNT presenciaron ayer una excavación en el predio de Millán 4269, ante la presunción de que pudieran encontrarse restos humanos en el lugar donde funcionó el centro clandestino de reclusión «La Casona», donde fue visto por última vez, entre otros, el maestro Julio Castro.

Con la correspondiente orden judicial y apoyo de personal de la Dirección Nacional de Bomberos y de la Dirección de Policía Técnica del Ministerio del Interior, se procedió a levantar una tapa de hormigón, que daba a un aparente «pozo negro» seco, recubierto de ladrillos, en el que se hallaron ropas con restos de cal, que serán analizadas.

El dirigente sindical Luis Puig explicó a LA REPUBLICA que existían múltiples versiones sobre la existencia de pozos y túneles en el viejo predio donde hoy se ha construido la Cooperativa de Viviendas de Empleados y Obreros de la Empresa Cutcsa y que una denuncia al respecto se realizó oportunamente a la comisión designada por el presidente Jorge Batlle.

Puig consideró que las dos camisas –una de ellas a cuadros– encontradas con cal dentro del pozo probablemente pertenecieran a los albañiles que trabajaron en la construcción de las viviendas. Sin embargo, se decidió lavar las prendas, analizarlas, y exhibirlas a familiares de desaparecidos para su eventual reconocimiento.

Las excavaciones fueron presenciadas por el juez actuante, el forense de turno y los doctores Carlos Ramela y Gonzalo Fernández, de la Comisión para la Paz.

La casona de la calle Millán

Cercado por una histórica y lúgubre reja de hierro, que aún se mantiene en el frente que da a la calle Millán casi Loreto Gomensoro, el padrón Nº 51.426 ubicado en la 11ª Seccional Judicial de Montevideo, fue el lugar en el que en 1880 se construyó una señorial casona a la que siempre rodearían historias de misterio.

En 1924 su dueña, María Vauchearet, la vendió a Elvira Liard, viuda de Luis Citterio. Doce años más tarde, falleció, y la casona pasó en sucesión a sus cuatro hijos legítimos: María Victoria, María Teresa, Telma y Marcelo José Citterio. Un año después el varón cedió su parte a sus hermanas, tres mujeres solas que quedaron viviendo en la casona.

En 1953, al fallecer, María Teresa nombró como única heredera a su hermana María Victoria, desheredando a su hermana, Thelma, en otra historia con matices misteriosos. Ambas, finalmente, vendieron la finca en 1962 al matrimonio Florencio Lezica Alvear Vaeza y Olga Saavedra Guani.

Los planos de la propiedad fueron reelaborados en setiembre de 1962 por el arquitecto Ernesto Leborgne, cuando Florencio Lezica ordenó una serie de refacciones. Era una casa de dos plantas con un amplio subsuelo, al frente de una extensa propiedad que tenía un conjunto de caballerizas a los fondos, sobre la calle Albardón.

Aún hay vecinos que recuerdan a aquel matrimonio mayor de la calle Millán. Algunos describen a don Lezica saliendo a pasear por el barrio vestido de traje y con una flor en el ojal. Otros han llegado a decir que «ese señor era un alemán, un nazi», para continuar la leyenda que rodeaba a la misteriosa casona y que continuaría en la dictadura.

Un propietario inexistente

Es en 1977 que comienzan los misterios en aquella casona que aparecería luego denunciada, en múltiples testimonios, como un centro clandestino de reclusión y torturas utilizado por la dictadura militar y en la que habrían desaparecido el maestro Julio Castro y Ricardo Blanco, entre otros.

Según el registro de propiedad, el 30 de marzo de ese 1977, los Lezica enajenaron el bien en favor de Virginio Emiliano Pomato Debron, de quien sólo se menciona su condición de «soltero».

En los años siguientes la casona se vio «desocupada», pero rodeada por movimientos extraños. La calle Albardón se mantuvo cerrada por largo tiempo, sin que en ella se realizaran obras de refacción de otro tipo. Alguna vez vieron entrar allí vehículos de las Fuerzas Conjuntas. Otros testimonios adivinan relaciones entre esa casona y los terrenos del Instituto Batlle y Ordóñez, en Ernesto Herrera, entre Albardón y María Orticoechea, que por entonces estaba en poder de las Fuerzas Armadas.

En 1980, al comenzar el proceso de salida de la dictadura, este hombre le vendería la casa al Fondo Social de Empleados y Obreros de la Empresa Cutcsa, para la construcción de viviendas.

Lo curioso es que Pomato Debron, que habría adquirido el inmueble al contado a los Lezica Saavedra y luego enajenado la propiedad a los trabajadores de Cutcsa, no figura en ningún expediente o documento en Uruguay, ni como nacido, ni como muerto. Sencillamente no existe.

Más sospechoso resulta, explicaron a LA REPUBLICA voceros de la Comisión de Familiares de Desaparecidos, que quien escrituró la compraventa de la propiedad, dando fe de la existencia de Pomato, fuera la escribana Luis Irma Puig Robaina de Warschun, esposa del mayor de caballería Carlos A. Warschum Khun, un funcionario de los Servicios de Inteligencia del Ejército.

La desaparición de Julio Castro

Al menos dos uruguayos desaparecidos durante la dictadura fueron vistos en la casona de Millán. Otros cientos de personas, entre ellos el periodista brasileño Flavio Tabares, fueron allí víctimas de torturas, según diversos testimonios nacionales e internacionales.

El ex agente del Servicio de Información y Defensa (SID) Julio César Barboza narró que el local ubicado frente a la planta de la empresa Pepsi Cola fue uno de los centros de torturas de la dictadura. «Se trataba de una casona vieja, con un sótano, con jardines que la rodeaban y aislaban del vecindario. Tenía una entrada para vehículos por la calle Millán. Concurrí a dicho local en muy pocas oportunidades. La última vez que fui allí fue para dejar una persona que el SID había detenido», cuenta Barboza.

El agente arrepentido explicó que a principios de agosto de 1977 se encontraba en la sede del SID, en Luis Alberto de Herrera y Monte Caseros, cuando se le ordenó acompañar al oficial principal Zabala (policía en comisión en el SID), sin saber que iban a detener al maestro Julio Castro.

Barboza cuenta cómo fueron hasta las calles Rivera y Soca. Cómo detuvieron a «una persona mayor, entre 55 y 60 años, avanzada calvicie, de poco pelo, canoso, usaba lentes, bajo, no puedo asegurarlo pero me parece que vestía saco marrón». Agregó que el detenido tenía una camioneta Indio amarillo y negro con la que los siguió otro soldado. «Nos dirigimos a la cárcel de la calle Millán y Loreto Gomensoro, donde lo dejamos. Allí también fue conducida la camioneta», explicó el agente al recordar la detención de Castro.

Tres meses después de su desaparición un comisario dijo a los familiares que el maestro había abandonado Uruguay en un vuelo de Pluna a Buenos Aires el 22 de setiembre de 1977. La falsedad pudo ser desenmascarada, aunque se había llegado a pedir por micrófonos del Aeropuerto la presencia de Julio Castro para su supuesto embarque. Un pasajero del vuelo, que conocía al docente y periodista, pudo confirmar que nunca subió al vuelo 159. El cuerpo de Julio Castro no ha sido recuperado.

El terror en la «Base Roberto»

Un testimonio en poder de las comisiones de derechos humanos, cuenta la historia de otro detenido –que ha pedido ser amparado en el anonimato–quien sostiene que el desaparecido Ricardo Blanco también pasó por la casona de la calle Millán.

En el lugar, al que escuchó identificar como «Base Roberto», fue víctima de sesiones de tortura con picana y colgaduras, lo sometieron a un falso fusilamiento y lo amen
azaron con tirarlo a «un pozo de unos 20 metros de profundidad». Durante su detención pudo identificar a Ricardo Alfonso Blanco Valiente, detenido por el SID, quien luego sería trasladado a La Tablada.

Ricardo Blanco era el propietario de un comercio en Montevideo, quien había militado en el sindicato de UTE, donde era funcionario en su natal Mercedes. Desapareció el 15 de enero de 1978 y fue visto por última vez el 26 de febrero de ese año en La Tablada.

Otra persona que habría vivido el horror de la casona de Millán sería Nidia Caligari de Cacciavillani, quien fue detenida por efectivos uruguayos en Buenos Aires en marzo de 1975. Vivió una larga odisea en distintos cuarteles y prisiones argentinas hasta que en enero de 1976 solicitó el estatuto de refugiada política ante Naciones Unidas.

En noviembre de 1977 fue repatriada a Uruguay, donde la esperaba la policía de Colonia para volver a detenerla. Entonces, fue conducida a Montevideo, a la división «Inteligencia y Enlace». Fue encapuchada, esposada y trasladada a un lugar desconocido –probablemente la «Base Roberto»– donde fue torturada. La intervención de la ONU le permitió exiliarse en 1978.*

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