Juan Carlos Pereyra (Funsa)

La primera voz del PIT

Pereyra fue la primera voz con la que los uruguayos escuchamos hablar al Plenario Intersindical de Trabajadores (PIT), en el que se reorganizó el movimiento sindical uruguayo en 1983. Fue el vocero de la primera conferencia de prensa al convocar a aquel multitudinario acto frente al Palacio Legislativo y también fue el primer orador ante los cientos de miles de personas que aquel 1º de mayo desafiaron la dictadura.

«Cuando subí a aquel estrado, me sentí un privilegiado. Era el primer obrero que iba a hablar y, cuando miraba para abajo a la gente, reconocía a compañeros que habían militado toda la vida y a otras caras anónimas, gente de lucha que había dado mucho más que yo. Temblaba. Pensaba qué sentirían los compañeros presos al enterarse de lo que estaba pasando o qué dirían los compañeros del exilio. Y seguía temblando. Cuando fui a hablar, no podía mover las piernas. Y, al llegar al micrófono, grité sin ninguna experiencia, como si en la asamblea del sindicato quisiera llegar hasta el último del fondo. Me salió «¡Salud compañeros!», que no estaba en el manifiesto, y se me escapó un «gallo», porque medí mal el aire. Me sentí ridículo y sólo retomé confianza cuando me puse a leer mi parte, que hablaba de la historia del movimiento obrero desde los mártires de Chicago…», narra.

 

La dignidad clasista

Pereyra había vivido la huelga general de 1973 con 21 años. «Fue mi primera ocupación. Había entrado en marzo a Funsa, en junio fue el golpe, y estuvimos hasta que nos desocuparon. La huelga general, aunque fue una derrota porque no se pudo parar la dictadura, también fue una enseñanza para la nueva generación, que entendimos la dignidad clasista de aquellos viejos dirigentes, que discutían, tenían diferencias políticas, pero hicieron que la huelga fuera de los estudiantes y de la gente, en una enseñanza de resistencia que más tarde, con compañeros presos, exiliados, muertos o desaparecidos, nos legaron una forma de actuar con dignidad…», subraya.

«Carlitos» Pereyra rescata esa dignidad: «El general Bolentini llamó a una asamblea en Sala Verdi, para formar una nueva central sindical. La CNT no participa, pero asistió un compañero de Funsa: el gallego Miguel Gromás, que le rompe la asamblea a Bolentini. Pidió la palabra y planteó que en Uruguay no iba a existir jamás una central sindical de carneros, amarillos y alcahuetes. Gromás terminó luego preso, expulsado del país y en Argentina se salvó apenas de ser trasladado por la gente de Gavazzo… También León Duarte, cuando un alto jerarca de la dictadura le propuso hacer una central sindical sin los comunistas, fue muy claro: le dijo que él podía tener muchas diferencias con los comunistas, pero que compartían la misma vereda…»

En 1979, como antes lo intentó Bolentini, la dictadura procuró, a través de la Marina, crear una central sindical: «Fue un operativo que hizo el capitán Banchini. Había un compañero, el «gaucho» Cardozo, que tenía la llave del sindicato, donde sólo quedaban unas sillas y una mesa, pero que nunca cayó en manos de los militares. Allí se hizo una reunión de la que Cardozo avisó a unos pocos. Yo no estuve. Pero sé que cuando sacaron los carné de la Armada e hicieron la propuesta, se les contestó que los trabajadores uruguayos no necesitábamos de la marina para organizarnos».

 

El pueblo dice NO

Carlos Pereyra considera que el Plebiscito de 1980 fue, junto a las enseñanzas de la huelga general, lo que permitió que finalmente naciera el PIT. «Que el pueblo le dijera NO a los milicos que querían instalarse en el poder con el voto del pueblo, fue fundamental. Ese año apareció otra gente que tuvo su valor. Los Pons Etcheverry y Tarigo, a quien fuimos a escuchar al cine Arizona, o el acto de los blancos reprimido en el Cine Cordón. Luego llegarían las internas del 82 y el voto en blanco… Pero el NO fue lo que cambió todo», destaca.

En 1981, cuando Bolentini impulsó la Ley de Asociaciones Profesionales, en la interna sindical y política se produjo un profundo debate táctico y estratégico: «Era un nuevo intento de sindicalización desde la dictadura. Pero había otra fotografía de la sociedad luego del NO. Las asociaciones servían para organizarnos, hacer cosas y romper la propia ley. No todo el mundo lo comprendía. Muchos tenían miedo. No había contacto con una CNT clandestina. Había compañeros clandestinos de partidos políticos, como Miguel Matto, un administrativo de Funsa, del que nadie sabía nada, que un día fue desaparecido por ser comunista».

Pereyra realizaba contactos en el exterior con Luis Romero, que representaba en Brasil a la CNT. «Ellos nos daban materiales de afuera, pero la decisión de armar la asociación profesional fue interna. Hugo Batalla fue el que nos asesoró. La asamblea constitutiva fue el 20 de febrero del 82, en plena licencia, con gente de mantenimiento y algún otro… Por supuesto, que había gente del Departamento 5 de Inteligencia, que grabó la sesión de 60 compañeros».

En 1982, Pereyra también hizo contactos con la Asociación Sindical del Uruguay (ASU). Allí conoció al «Cholo» Mosca («un jesuita extraordinario») que militaba en el Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) y lo conectó con Perico Pérez Aguirre. «La gente de AEBU también fue muy importante. El 5 de mayo de 1982 en el cumpleaños de AEBU conocí a Richard Read, con quien escuché el discurso interno que ese día hizo Juan Pedro Ciganda. Eso fue relevante para nosotros»…

 

La hora del PIT

Ese año, Funsa pasaba una situación difícil y envía a decenas de empleados al seguro de paro. En noviembre, con el quiebre de la «tablita» se hace una olla sindical, la primera, con apoyo de muchos sindicatos y a fin de año se concretan los primeros 28 despidos. El Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, llegó a visitar aquella olla sindical, eludiendo a inteligencia policial que quería evitarlo.

«Fue a principios de 1983 que ASU envió una carta para ver qué hacíamos el 1º de mayo. Lo mismo hicieron otros compañeros. Estaba la Comisión de Estudios Sociales y Sindicales (CEES), con José D’Elía, a la que no nos integramos porque tenían contacto con la Ciols, una internacional que había felicitado a Bordaberry cuando ilegalizó la CNT porque por fin en Uruguay habría sindicatos libres… Terminamos juntándonos en ASU, donde surgió el PIT».

«Lo que caracterizó al 83, fue el espíritu que había entre gente de distintos gremios, la mayoría jóvenes, con alguno más veterano, donde no pesaba de qué sector o partido eras vos, sino que nos juntaba recuperar lo perdido. La ley de Bolentini era una cáscara que permitió organizarnos y que rompimos el 1º de mayo, con una organización de tercer grado, pese a que preveían eso en cinco años. No se discutió al negociar el 1º de mayo con el Jefe de Policía. Al general Washington Varela, le brillaron los ojos cuando preguntó cómo íbamos a llamarnos y le dijimos PIT, nombre que puso Federico Gomensoro de Afcasmu. Pensaban que estaban borrando lo anterior, pero nosotros, en aquel discurso marcamos la continuidad con la CNT».

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