Salú, Pepe

Lo conocí fugazmente en 1972. Los trabajadores de Funsa ocupaban nuevamente la fábrica de los Sáenz, esta vez enfrentando la declaración de guerra interna dictada por el entonces aspirante a dictador Juan María Bordaberry.

Un grupo de estudiantes de secundaria queríamos plasmar en la práctica la solidaridad con los obreros en lucha y acompañábamos la ocupación.

En medio de una actividad en el improvisado taller de propaganda donde se preparaban las fajas, irrumpió el «Loco» Duarte acompañado por alguien a quien presentó como «el Pepe D’Elía de la CNT».

El Pepe había ido a saludar a los compañeros de Funsa y por supuesto a discutir sobre la estrategia del movimiento obrero. No era un gesto menor, el del Pepe, el de concurrir a discutir a la fábrica ocupada con quienes lideraban la minoría de la CNT.

En esos días las reuniones eran frecuentes y sumamente tensas.

Se discutía el ascenso del militarismo, la caracterización del Ejército uruguayo, sobre lo cual había posiciones antagónicas, la lucha por la libertad de los presos políticos y el papel a adoptar por el movimiento obrero en la coyuntura.

Eran reuniones de hacha y tiza, donde participaban hombres de la talla de Gerardo Cuesta, Wladimir Turiansky, el «Canario» Félix Díaz, todos ellos dirigentes comunistas históricos junto a León Duarte, Gerardo Gatti, Washington Pérez, Hugo Cores, de la Resistencia Obrero Estudiantil; el líder textil Héctor Rodríguez y ­por supuesto­ el Pepe D’Elía. Eran épocas de represión y tortura. De obreros militarizados y cuarteles llenos de presos.

Era mucho lo que estaba en juego, por tanto, todo estaba en discusión: la táctica, la estrategia, los métodos… todo, menos la unidad.

Tan fuerte era esa convicción que la unidad se fortalecía a pesar de los duros enfrentamientos verbales y también callejeros; a veces, a cadenazo limpio.

La gran virtud del Pepe y de esta generación de dirigentes fue que en medio de esta compleja situación no agarró cada uno para su lado, cediendo ante el sectarismo facilista, sino que entendieron que la unidad forjada durante décadas en las calles, en las asambleas y en las cárceles no era algo suntuario, sino un artículo de primera necesidad.

Luego vino la dictadura desembozada, el golpe de Estado que se venía preparando durante años, la enorme huelga general con que se le enfrentó, sobre cuya conducción hubo también durísimas polémicas.

La historia confirmó algunas posiciones sobre las características del Ejército uruguayo y desechó otras, pero por sobre todas las cosas, confirmó el carácter estratégico de la unidad de los trabajadores construida a pesar de las diferencias entre los dirigentes.

Este es un legado enorme para los trabajadores uruguayos, que dirigente alguno podrá desconocer.

A partir del año 1986, tuve la suerte de poder tratar frecuentemente a Pepe D’Elía. Era fascinante escuchar sus análisis sobre política internacional, su profundo conocimiento de la génesis del imperialismo y la sencillez y claridad con que analizaba fenómenos complejos de la escena mundial.

Muchas veces hablamos de la historia del movimiento obrero y de su posición como protagonista de la polémica «central-convención».

Me hablaba de su relación con Gerardo Gatti, León Duarte, de sus acuerdos y discrepancias y del enorme respeto mutuo que se tenían.

Tenía una humildad natural, sin poses, hablaba con una gran convicción, sustentada en argumentos; trasuntaba una enorme condición humana.

En el largo conflicto que los trabajadores del gas mantuvimos con Gaz de France estuvo siempre ahí: en las huelgas de hambre, en las ocupaciones, sentimos su presencia cercana y una solidaridad que no supo de vacilaciones.

Su figura, su talla moral, inspiraban confianza y respeto.

El Pepe trascendió el movimiento obrero, fue un referente ineludible para gobernantes y oposición; su enorme estatura moral y política fue reconocida por todos los sectores de la sociedad, pero esto no hizo que olvidara sus orígenes ni mucho menos su pertenencia a una clase a la que siempre atribuyó el papel histórico de transformar la sociedad.

Su vida fue una constante lucha por el socialismo.

Compartió con nosotros, los actuales y circunstanciales dirigentes del Pit-Cnt, su experiencia y capacidad.

Durante años discutió su franqueza, respetó nuestras opiniones sin hacernos sentir jamás la enorme diferencia en trayectoria y capacidad que teníamos con este gran compañero.

Nos alentó y nos criticó de frente. Varias veces nos dijo en el Secretariado Ejecutivo «para ustedes parecería que no existiera la estrategia, están tan preocupados por la inmediatez de los problemas que se olvidan que la lucha de clases exige elaboración a mediano y largo plazo».

Muchas veces hablamos sobre la estrategia a llevar adelante en la lucha por la verdad y justicia; tuvimos muchas coincidencias y algunas discrepancias, pero en unas y otras siempre aprendí de este maestro de la lucha y de la vida, valga la redundancia.

Salú, Pepe y ¡arriba los que luchan! *

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