No existía ni el Estadio ni el Palacio Salvo ni el Empire State

Los 80 años del Palacio Legislativo, una maravilla edilicia con absoluta vigencia

Durante la última década del siglo XIX el tema fue de constante apremio: después de todo el Poder Legislativo necesitaba una sede definitiva, para exhibir un país joven, pero consolidado. En 1902 finalmente por Ley se llama a concurso público internacional para construir «la sede del Poder Legislativo». Durante una década el proyecto avanzará, aunque en medio de fuertes apremios debido al retaceo constante del Estado que ya en ese entonces, «recortaba» el presupuesto.

En 1912, para su segundo período presidencial, José Batlle y Ordóñez, uno de los defensores de la obra, aprobaría fondos con que dotar al edificio que se estaba construyendo «de la magnificencia, nobleza, y riqueza artística de terminaciones, que su trascendente destino reclamaba», según reza en la página oficial del Palacio Legislativo. A partir de 1913, el arquitecto Cayetano Moretti acelera una obra que finalmente se inaugurará un día como hoy, el 24 de agosto de 1925.

 

Del fin de siglo

El cambio del siglo XIX al XX quería ser festejado por los orientales, con algo que realmente valiera la pena. El Estado joven y floreciente deseaba rendir homenaje a sus ciudadanos, tanto como a su sistema legislativo, apostando a una obra emblemática en el entonces inescrutable futuro, así como dotar a los legisladores de un espacio adecuado para la función.

Como en tanto a lo largo de la historia, había desacuerdos, desde quienes opinaban que la obra debería ser de tal envergadura que alcanzara para instalar a los tres Poderes del Estado; pasando por quienes deseaban gastar exactamente lo contrario y simplemente ampliar un poco el Cabildo de Montevideo, para que los legisladores sesionaran y punto; hasta quienes finalmente tuvieron razón los que impulsaban un palacio con destino específico para ambas cámaras.

En 1896, cuando todo hacía suponer que la más económica de las posturas sería la opción, el gobierno dispone, nada menos que en la Ley de liquidación de un banco (el fundido Banco Nacional), la construcción de un edificio para el Poder Legislativo. Pero no en su actual ubicación: estaría en la avenida Agraciada, frente a la Iglesia de la Aguada, entre las calles Nicaragua y Venezuela, donde actualmente está el Instituto de Profesores Artigas (IPA). La cuestión parecía decidida, no obstante lo cual siguieron llegando propuestas para otras ubicaciones rechazadas una tras otra por ambas cámaras hasta entrado el año 1902, cuando se dispuso el llamado a concurso público internacional.

Se creó una comisión parlamentaria «del palacio», y una asesora, integrada por notables de la época, para decidir el asunto. De la primera nómina de proyectos, ninguno obtuvo «satisfacción plena con el programa establecido en las bases del concurso», quedando desierto el primer premio. Los proyectos más aceptados pautaban la difícil decisión: el Hispania 11, de ideas revolucionarias para la época, «era el mejor como grandiosidad de planta, pero de fachada inadmisible para un edificio representativo de uno de los Poderes del Estado». El proyecto más tradicionalista, el «Agraciada», absolutamente conservador, de arquitectura neoclásica, respondía al gusto de la época y estaba inspirado en el Parlamento de Viena. La Comisión del Palacio laudó finalmente por el proyecto del seudónimo «Agraciada», dotándolo de modificaciones, no por considerarlo mejor al otro, sino por ser «el que mejor se ajusta al presupuesto previsto, y el que tiene en su aspecto exterior la magnificencia exigible en este tipo de edificio».

El proyecto elegido correspondía al arquitecto italiano Víctor Meano, radicado en Buenos Aires, y que había diseñado el Congreso Nacional de la República Argentina, que en esos momentos se construía. Meano no llegó ni siquiera a saber que su proyecto había sido el elegido, moriría trágicamente en Buenos Aires, dos meses antes de la decisión oficial.

Casi simultáneamente con la decisión del proyecto se resuelve el cambio de ubicación. Las razones apuntaban a la necesidad de un entorno mucho más amplio que el original, para permitir que la magnificencia del edificio tuviera el encuadre adecuado, además de resolver los problemas de aglomeraciones de público y del ya creciente tránsito urbano.

En 1905 se decide ubicarlo entre las calles Sierra, Guatemala y Agraciada, donde tampoco será edificado, dadas básicamente las carencias paisajísticas del entorno.

Será definitivamente el arquitecto Cayetano Moretti, a quien se confió en 1914 la terminación del edificio, el responsable de la actual ubicación, así como de su entorno, un perímetro de edificaciones que «aislara» la majestuosidad del edificio. Habrá que esperar hasta 1958 (si, 1958) para que el actual concepto de enjardinados y canalización de la circulación vehicular, cobrara vigencia.

La adjudicación de la obra fue en 1904, y los trabajos comenzaron en 1908, sin grandes cambios salvo la contratación de Moretti quien culminó la obra. Junto al arquitecto uruguayo Eugenio Baroffio, introdujeron cambios al proyecto original (como la bóveda y el crucero del Salón de los Pasos Perdidos, o el Lucernario) que dieron majestuosidad a la obra.

Aunque alguna tradición afirma que todos los materiales son uruguayos, ciertamente que todos los mármoles lo son, aunque la gran mayoría de los revestimientos de maderas finas, provienen desde Eslovenia a Paraguay. Tampoco lo es el oro que aún lamina los capiteles interiores. *

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