La herencia soviética en La Habana

Putin desembarca en Cuba

La Habana, Reuters

Ese es uno de los secretos que encierra este enorme edificio de casi 20 pisos, en forma de torre de control, que recuerda aún las tres décadas de presencia soviética en Cuba.

Según los trabajadores de la embajada, «en los tiempos felices soviéticos» había mucha gente, pero ahora en este peculiar edificio, visible desde casi toda La Habana, trabaja sólo una decena de diplomáticos cuyos pasos resuenan en los inmensos y fastuosos salones.

La embajada, construida cerca del mar a mediados de la década de 1980 en el más característico estilo soviético, es ya una figura familiar, casi una atracción turística, algo así como un souvenir de la Guerra Fría, en el barrio residencial de Miramar.

«Es como una nave espacial, la gente decía antes que era para espiar o que tenía un misil escondido arriba», recuerda pensativo un parqueador del cercano supermercado frente a esta mole que parece salida de una película de ciencia ficción.

Centro estratéagico de Inteligencia rusa en el Caribe

Sin embargo, las labores de Inteligencia –al menos gran parte de ellas– se realizaban y aún se siguen realizando en la base de Inteligencia electrónica de Lourdes, situada a las afueras de La Habana y considerado uno de los principales centros de este tipo en el hemisferio occidental. Lourdes es un inmenso campo de antenas, conectadas entre sí por kilométricos cables que trazan una gigantesca telaraña electrónica surgida de la vegetación tropical y rodeada de campos de cultivo.

A pesar de la apariencia de abandono, este centro, construido en la década de 1970 en plena Guerra Fría, tiene aún gran importancia para Rusia y para «la esfera estratégica internacional», asegura el embajador ruso en La Habana, Andrey Dmitriev. «Tiene la función de darle a Rusia un medio para observar el cumplimiento por parte de Estados Unidos de los acuerdos de limitación y reducción de armamentos estratégicos», señaló el embajador recientemente en entrevista con Reuters.

«Los Estados Unidos tienen varios centros como éste en las fronteras de Rusia (…) Sirve además como medio de comunicación de nuestras representaciones en América Latina y para funciones de navegación», explicó.

Mientras que Lourdes sigue en funcionamiento, otras grandes obras soviéticas, como la central nuclear de Juragua, la refinería de petróleo de Cienfuegos o la planta de níquel de Las Camariocas, se quedaron a medio construir y están a la espera de recibir nuevas inversiones.

Además de estas singulares construcciones, hay otras huellas de la larga presencia soviética en gran parte de la isla (desde 1961 hasta 1993, cuando se retiraron las últimas tropas). Putin, el primer presidente ruso que visita Cuba –el presidente soviético Mijaíl Gorbachov visitó la isla en 1989–, podrá ver por las calles de La Habana innumerables coches Ladas y Moskovichs, algunos renqueantes y otros en perfecto estado.

Y gran parte de la maquinaria de la isla, de los camiones y de los aviones –como los Antonov y Tupolev– sigue siendo soviética. No en vano la Unión Soviética y los demás países del bloque socialista fueron los primeros socios comerciales y grandes abastecedores de la isla, que vivía literalmente subsidiada, algo que llevó al colapso económico cuando cayó la URSS.

«Todo era soviético, las malas lenguas dicen incluso que se les compró hasta máquinas quitanieves», comenta con la característica sorna cubana una habanera que prefiere no revelar su nombre.

Putin se encontrará también con muchos cubanos con nombres rusos –en la isla abundan nombres como Boris, Vladimir, Aliuska, Niurka e incluso Lenin– y con muchos de ellos podría incluso discutir en ruso sobre los clásicos de la literatura y cine de su país.

Pero a pesar de todos estos vestigios de los entonces intensos intercambios entre ambos pueblos, los soviéticos no influyeron mucho en los bulliciosos cubanos.

«Son pueblos con una cultura y una idiosincrasia tan diferentes que la fusión era imposible y la influencia mínima», afirma un empresario ruso que lleva 13 años viviendo en Cuba.

Este empresario, que prefiere mantenerse en el anonimato, es uno de los alrededor de 1.500 rusos que aún residen en Cuba, una cifra ridícula comparada con las decenas de miles que vivían antes en la isla, donde tenían sus propios barrios, escuelas y tiendas. Los cubanos, a pesar de que aún recuerdan con cierta nostalgia las tiendas bien abastecidas de productos soviéticos a precios asequibles, se empeñan en dejar claro que los tiempos soviéticos ya pasaron al olvido.

«No quedó nada, no bailamos como los rusos, no comemos como los rusos y ni siquiera bebemos vodka», afirma tajante un ama de casa de La Habana.

Paradójicamente ahora, a pesar del embargo impuesto por Estados Unidos sobre la isla justo después de que La Habana se acercara a Moscú en 1961, en casi todas las tiendas se ven productos norteamericanos.

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