La niña que sobrevivió en Hiroshima
«Para sobrevivir había siempre que buscar algo para comer. Yo robaba en los huertos tomates, pepinos, berenjenas. No me daba vergüenza. Y tan pronto oía hablar de abastecimiento salía corriendo descalza hacia el lugar donde repartían víveres», cuenta ahora la señora Park, de 72 años.
Mientras hacía la fila ante una tanque de salsa de soya con un balde en la mano vio dos cadáveres flotando dentro. «No me dio miedo, todo el mundo sacaba salsa», dice sin mucha emoción aparente al contar esta historia.
Los dos hombres, quemados en último grado, se tiraron probablemente al tanque a causa del insoportable ardor.
De regreso a su casa vio los restos carbonizados de un congelador del ejército. Lo abrió, agarró un pedazo de carne y le echó salsa de soya.
«Lo cociné, era muy bueno, una delicia», dice saboreándose aún 60 años después.
Coreana, su familia fue, antes de la guerra, objeto de represión por parte de la policía militar japonesa. Se les prohibía, por ejemplo, hablar coreano en público.
Corea se hallaba bajo ocupación nipona desde 1910 y numerosos coreanos fueron reclutados a la fuerza para trabajar en Japón.
El padre de Park Nam-Joo había emigrado para buscar trabajo en las fábricas de Hiroshima (sur de Japón) donde aún vive una gran colonia coreana. De los 140.000 muertos a causa de la bomba, 27.000 eran coreanos.
Como sus compatriotas, Park Nam-Joo se vio obligada a ponerse un nombre japonés, Namiko Arai.
Cuando el emperador Hirohito anunció por radio la capitulación de Japón el 15 de agosto de 1945, su padre murmuró en coreano: «Ha llegado la hora de la liberación». *
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