Rusia, en un giro radical, asimila la agenda anti-iraní de Israel

Foto: Kremlin.ru
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Teherán no sale de su asombro. El espejismo de la “asociación estratégica” entre Rusia e Irán se desvanece, y Moscú pone fin a su corta luna de miel con Teherán: Alexander Lavrentev, el representante especial de Rusia para Siria, ha pedido a Irán y Hizbolá, y otros países que han “ocupado” Siria abandonar el país, al iniciarse el proceso de paz.

Llama la atención que:

La exigencia de la salida de Irán se plantee el 9 de mayo cuando Netanyahu visita por enésima vez a Rusia, y un día después de que Trump rompe el acuerdo nuclear con Irán.

¿Por qué, de repente, coloca a Irán, que fue invitado por Asad, junto a los países que han invadido ilegalmente Siria?

Si Bashar al Asad es el presidente del gobierno soberano de Siria, ¿Por qué no lo pide él mismo?

Paralelamente, Moscú anuncia que no entregará los misiles S-300 a Siria, a pesar de que, después del ataque del 14 de abril de Trump y sus aliados a Siria, había manifestado la entrega “gratuita y a corto plazo” del artefacto a Siria por la “obligación moral”. ¡Ahora que Siria es continuamente atacado por Israel afirma que Damasco no los necesita!

Los motivos de Rusia

Rusia no ha condenado los cerca de 150 bombardeos israelíes realizados sobre Siria, incluidos los ataques a las fuerzas proiraníes en diciembre, febrero, abril y mayo pasados. De las últimas declaraciones de ambos estados, se puede deducir que:

El precio de la cabeza de Asad, el de su permanencia en el poder y el de paralizar los ataques israelíes a Siria, es que Irán se vaya de este país.

Los estados árabes del Golfo Pérsico también normalizarán sus relaciones con Siria, y financiarán su reconstrucción.

Putin ya ha conseguido sus propósitos en Siria, e Israel los respetará si sale Irán.

Los ataques aéreos israelíes a Siria, bajo el pretexto de la presencia iraní, están dañando la infraestructura militar siria.

La expulsión de Irán también es la principal demanda de los opositores de Asad (patrocinados por EEUU, Arabia, Qatar o Turquía), reunidos en la conferencia de paz de Sochi (Rusia). Su segunda exigencia, que Asad deje el poder, también será realizada si tienen paciencia: una vez que separe Irán del presidente sirio, éste tendrá que aceptar el borrador de la Constitución para Siria, redactado por Rusia, en el que el presidente será elegido por el parlamento que no de forma directa.

Rusia necesita un Oriente Próximo (OP) estable y el régimen de Netanyahu es el más sólido. Cada vez que ataca a Gaza, Siria o Líbano, aumenta su popularidad. Que haya conseguido que EEUU traslade su embajada a Jerusalén y se retire de acuerdo nuclear con Irán, e incluso gane la Eurovisión ha convertido al dirigente judío en un héroe.

El factor “Putin”: Nadie en Kremlin había mostrado tanta simpatía hacia Israel que él. La URSS cortó sus relaciones con Tel Aviv después de la guerra del 1967, mientras el presidente de Rusia recibió el 9 de mayo a Netanyahu como invitado de honor (y con la masacre de los palestinos de trasfondo) a la conmemoración del 73 aniversario de la victoria de soviética sobre la Alemania nazi. Su amor es correspondido: en 2014, Netanyahu no respaldó la resolución de la ONU que condenaba a Moscú por la Cuestión de Crimea”, y desde entonces las relaciones económicas, militares y de inteligencia han ido en aumento. En Rusia no existe el movimiento BDS.

Rusia sabe que ofensiva israelí para hacerse con la hegemonía sobre Oriente Próximo, y después de desmantelar Irak, Libia y Siria, alcanzará a Irán. Quizás se está colocando de forma “preventiva” en el lado de los ganadores. El diario kuwaití Al-Jarida publicó, en el mes de marzo, que dos cazas israelíes F-35 habían sobrevolado el espacio aéreo de Irán, tras cruzar Siria e Irak sin ser detectados por los radares. Cierta o no, la noticia muestra la alta tensión entre ambos países. Esta fecha coincide con la maniobra “Juniper Cobra 2018” organizada por el Comando Europeo de los EEUU e Israel, simulando un escenario de guerra con los sistemas Arrow, Cúpula de Hierro, Patriot y Honda de David. Rusia no iba a involucrarse en una batalla que por un lado está un Irán persa-chiita solo, y en el otro, el resto del mundo.

Moscú ve, con razón, peligrosa la agenda regional de los ayatolás, construida en torno a la rivalidad iraní-saudí e iraní-israelí o su enfoque chiita-sunita, pero que no vea la amenaza del expansionismo militarista de Israel es de pensar.

Rusia no tiene una estrategia ni un modelo diseñado para Oriente próximo, y al no implicar una ideología determinada en sus relaciones, tiene alianzas provisionales que no aliados, y su objetivo se limita es conseguir beneficios inmediatos. Es puro pragmatismo. Por ejemplo, en 2017, por primera vez en la historia rusa, un rey saudí fue invitado a Kremlin. La URSS cortó sus relaciones con Riad por patrocinar el terrorismo yihadista, y su conspiración en bajar los precios de petróleo en los años 80 para destruir la economía soviética. La prioridad de la política exterior ruso, por orden, es: EEUU, Europa y China y luego OP.  Siria es el único país con el que tiene relaciones estratégicas.

Moscú (que puede apuntarse a la exigencia occidente-árabe-Israelí a Irán de añadir un anexo al acuerdo nuclear) quizás esté presionando a Teherán para que ceda ante sus enemigos aún más, para evitar una colisión militar de dimensiones bíblicas entre ellos. En tal caso, Rusia comete un gran error: 1) porque Irán ya no tiene margen de ceder (¡lo hizo con la firma del acuerdo nuclear!), 2) el objetivo de EEUU es ir reconfigurando el mapa del OP a medida de sus nuevos intereses, aunque dichos países estén gobernados por sus títeres y aliados.

La confusión de Irán

En Teherán, que siguen mirando al mundo con la óptica de la Guerra Fría, esperaban que los vecinos del norte les defendieran ante los enemigos. ¿No se acordaban de que Rusia apoyó las sanciones contra la nación iraní, propuestas por Bush y Obama en el Consejo de Seguridad, o que no le entregó los misiles comprados S300 hasta que Teherán le amenazó a denunciarle ante los tribunales internacionales?  Y ahora, Lukoil, la petrolera rusa, congela sus contratos con Irán por las presiones de EEUU. Para los actuales inquilinos de Kremlin, EEUU es un socio, y a veces un rival, pero no enemigo. Después del fin de la URSS, no hay bloques. Es la guerra de todos contra todos, con alianzas dinámicas y cambiantes. El amigo de hoy mañana puede ser linchado, y literalmente.

Teherán jamás se hubiera imaginado que los siete años del esfuerzo de apuntalar al gobierno de Asad, sacrificando cientos de vidas (iraníes, libanesas, afganas, iraquíes, etc.), y decenas de miles de millones de dólares, incrementaría su vulnerabilidad en vez de su seguridad. Desde la rabia, su respuesta no se hizo esperar: “estamos en Siria desde el 2011 luchando contra las fuerzas anti Asad, antes de que llegasen ustedes, y será Asad que no Putin quien nos pida salir”.  Pero, Asad tampoco ha renovado su confianza con Irán. Por lo que los ayatolás traicionados le han pedido desembolsar cuanto antes su billonaria deudas a las arcas públicas iraníes. Y ¿cómo Asad piensa recuperar el país, si su ejército depende de las milicias dirigidas proiraníes? ¿O es que, como revela sirialeaks, el plan para balcanizar el país ya está en marcha y se ha resignado?  Rusia y EEUU no deben menosvalorar a Asad: Unos 70 líderes tribales árabes sirios se reunieron la semana pasada en Deir Hafer, cerca de Alepo, con el fin de formar una amplia milicia para expulsar a los ocupantes “ilegales”. ¿Lo harán con el dinero iraní?

Parece mentira que la coalición Irano-siria (aun, con el apoyo puntual de Rusia) realmente pensara que iba a ganar la guerra a una veintena de países que incluyen: Occidente, Israel, Arabia, Qatar, o Turquía. El pentágono ya cuenta con al menos 15 bases militares en Siria y puede volver a llenarlo con cientos de miles de hombres armados.

Es paradójico: Irán no puede irse de Siria, ya que perdería la última barrera de la defensa de Irán frente a un ataque israelí, pero tampoco puede quedarse: Y esto ha sido justamente el plan de Obama: no eliminar a Asad y convertir Siria en un pantano para sus enemigos y rivales. 6 junio 2018

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*Nazanín Armanian es iraní, residente en Barcelona desde 1983, fecha en la que se exilió de su país. Licenciada en Ciencias Políticas. Imparte clases en los cursos on-line de la Universidad de Barcelona. Columnista de Público.es. Fuente: //www.nazanin.es/

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Anexo:

Los costes de la política de Trump hacia Irán

Por Ana Palacio*

La posición del presidente de EE UU sobre el programa nuclear iraní presenta riesgos graves en el entorno actual de cambio constante

Con el anuncio del presidente Donald Trump de que Estados Unidos volverá a imponer sanciones a Irán, la breve y extraña vida del acuerdo de 2015 sobre el programa nuclear iraní, conocido formalmente como Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), ha entrado en una nueva y peligrosa fase.

Trump cree que al retirarse del PAIC puede presionar a Irán para que acepte un nuevo pacto más amplio, que además del programa nuclear incluya los ensayos de misiles balísticos, la actitud provocativa de Irán en la región y las violaciones de derechos humanos. Esta visión fue confirmada por el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, una semana después de que Trump anunciara su retirada del plan. Pero, como los socios y aliados de Estados Unidos han advertido, es una jugada sumamente arriesgada que contradice la lógica subyacente al acuerdo.

En principio, la decisión de retirarse del PAIC —a pesar de que Irán ha cumplido todas sus obligaciones conforme al acuerdo— dificulta la búsqueda de una solución al programa nuclear iraní, en particular porque fortalece la postura de los sectores más intransigentes. En general, la retirada amenaza con privar al mundo de un instrumento innovador en materia de gobernanza global y diplomacia multilateral, cuando más se necesita.

Trump afirma que el PAIC fue un fracaso desde el inicio, porque solo aborda el programa nuclear, dejando de lado muchas otras cuestiones. Incluso lo denominó “una de las peores y más unilaterales negociaciones” de la historia de Estados Unidos.

Involuntariamente, los partidarios del PAIC también han contribuido a esta interpretación. Por citar un ejemplo, el presidente francés, Emmanuel Macron, propuso respaldar el acuerdo con pactos complementarios referidos a otras áreas. Al aceptar la premisa de que se trata de un acuerdo incompleto, tanto sus partidarios como sus detractores lo han abocado al fracaso.

La verdad es que el PAIC nunca fue pensado como una única “transacción” —un acuerdo—, sino como el primer paso de un largo proceso de negociación. La palabra “integral” en su nombre oficial, hace referencia al levantamiento de las sanciones aplicadas al programa nuclear y a las medidas de verificación que garantizan su cumplimiento. Interpretarlo como la solución a los desacuerdos existentes entre la comunidad internacional e Irán es un error.

Con el objetivo de establecer las condiciones para avanzar en otras áreas, el PAIC pretendía sacar de la mesa de negociación una cuestión particularmente complicada y urgente: la creciente capacidad de enriquecimiento nuclear de Irán. Si todas las cuestiones se hubieran negociado de una sola vez, nada indica que hubiera sido posible llegar a un acuerdo, y mucho menos en un tiempo razonable. Al fin y al cabo, los intentos previos de negociar con Irán (en particular durante el gobierno del presidente Bill Clinton) fracasaron precisamente porque intentaban abarcar demasiado, y demasiados actores estaban interesados en impedir un acuerdo.

El PAIC no solo era un precedente para ulteriores acuerdos, sino que de hecho, los exigía. Las conocidas sunset clauses, que estipulan la fecha de caducidad de algunas de las restricciones al programa nuclear iraní, y de las que Trump y otros opositores tanto se han burlado, eran fundamentales porque requerían más negociaciones.

El levantamiento de las sanciones conforme al PAIC permitiría negociar en un contexto de mejora de la economía, que convencería a la población iraní de los beneficios tangibles de un planteamiento moderado y de cooperación. Eso alentaría al gobierno iraní a alcanzar acuerdos en otros temas controvertidos, precisamente el efecto opuesto al que producirá la retirada unilateral de Trump del PAIC.

En síntesis, el PAIC era la piedra angular de una solución de mayor alcance. Tal vez no debería sorprendernos que Trump se haya propuesto acabar con él: es bien sabido que la conciencia sistémica no es una característica del “maestro de la negociación”, cuya visión del mundo puede resumirse en tres palabras: quid pro quo. Pero que estemos concienciados de su concepción transaccional del mundo no la hace menos nociva.

La filosofía de Trump presenta riesgos particularmente graves en el entorno actual de cambio constante. Por un lado, el poder se ha desplazado y se ha dispersado, y la mala gestión —e interpretación— de la globalización ha motivado un aumento de la incertidumbre. Por otro lado, ningún país puede enfrentarse por sí solo a los grandes desafíos que asolan al mundo (desde el terrorismo transnacional hasta el cambio climático) sino que requieren soluciones basadas en la cooperación.

Ya se ha puesto de manifiesto que no podemos seguir confiando en las estructuras verticales dominadas por Occidente que han apuntalado el orden mundial cimentado en reglas durante los últimos setenta años. Aunque no debemos prescindir de esas estructuras, y mucho menos del orden construido sobre el principio de legalidad, necesitamos desarrollar nuevos instrumentos complementarios que promuevan la cohesión y creen las condiciones para una cooperación eficaz.

Y esta panoplia debe incluir mecanismos ad hoc, flexibles, sobre cuestiones concretas, complementarios de los acuerdos tradicionales más amplios y vinculantes: se concentrarán en áreas relativamente estrechas, buscando crear condiciones para avances posteriores. En esta línea, serán discretos componentes de un proceso más amplio. Llamémoslo gobernanza a lo Marshall McLuhan: el medio, o instrumento, es el mensaje.

El Acuerdo de París sobre cambio climático de 2015, del que Trump retiró a Estados Unidos el año pasado, es un buen ejemplo de lo anterior. Nadie cree que los modestos compromisos que los países firmantes adquirieron voluntariamente vayan a frenar el aumento de la temperatura global por debajo” de 2° Celsius (3,6° Fahrenheit) respecto a los niveles preindustriales. Pero aun así el acuerdo es valioso: llama a actuar mientras sirve de plataforma para futuros compromisos.

Con el PAIC se pretendía alcanzar un efecto similar y facilitar, de hecho exigir, esfuerzos para resolver los innumerables desacuerdos entre Irán y el resto de la comunidad internacional. Estados Unidos era una parte esencial del proceso. La total incapacidad de Trump para comprender esta estrategia innovadora es una mala noticia para Irán, para el mundo y para el futuro de la gobernanza global.

 

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