La amenaza iraní: Los estados que están por encima de la ley y los peligros nucleares

Alivio y esperanza en todo el mundo por el acuerdo nuclear.

armas-nucleares-iranIntroducción de Nick Turse

El primer debate republicano de 2015 –televisado en horas de máxima audiencia–, centrado en Oriente Medio, fue toda una revelación. Por ejemplo, después de abogar enérgicamente por la interrupción de las negociaciones para el acuerdo nuclear con Irán, el gobernador de Wisconsin, Scott Walker, soltó un torrente de palabras casi indescifrable. “Esto no solo es malo con Irán”, insistió, “esto es malo con el Estado Islámico (EI). Están juntos; de una vez por todas, necesitamos un líder que se plante y haga algo sobre esto.” Esta receta, tan vaga como incoherente, era más de lo mismo.

Cuando se le preguntó al multimillonario republicano favorito en la carrera presidencial Donald Trump cómo respondería a la información de que el comandante iraní de la fuerza Qods, general Qassem Soleimani, había viajado recientemente a Rusia violando así la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, respondió: “Seré muy diferente de todo lo que usted tiene ahora mismo. Estaremos en polos opuestos”. Después se puso a divagar largamente acerca de negociar la liberación del sargento Bowe Bergdahl a cambio de “cinco de los más grandes jefes de asesinos” talibanes de Afganistán pero en ningún momento brindó el menor atisbo de que tuviera una idea de quién era el general Soleimani ni de lo que fuera a hacer “tan diferente”. Preguntado el ex gobernador de Florida, Jeb Bush, sobre el legado de los soldados estadounidenses muertos en la guerra de su hermano en Iraq, contestó con la misma incoherencia: “Para honrar a los muertos necesitamos… necesitamos parar el acuerdo con Irán”, y después prometió también aniquilar al EI. El senador Ted Cruz da la impresión de que cree que con solo recitar repetidamente el mantra “terrorismo radical islámico” abre un camino infalible para derrotar rápidamente al EI… que la ley de expatriación de terroristas que él propone impedirá que los estadounidenses que se unan al EI puedan utilizar su “pasaporte para regresar y hacer campaña por la yihad en Estados Unidos”. Triunfo total contra el EI.

De los 10 candidatos en el escenario, solo el senador Rand Paul se apartó de la realidad basada en la fe observando que el “EI se mueve con unos Humvees estadounidenses por un valor que ronda los 1.000 millones de dólares”. Y continuó, “esto es una desgracia… por Dios, así no podemos encontrar a nuestros enemigos”. En un escenario lleno de republicanos que echaban humo por un arma inexistente en Oriente Medio –concretamente, una bomba A iraní– solo Paul puso la atención sobre un armamento que sí existe, gran parte de él estadounidense. A pesar de que ningún teleespectador lo sabría a partir del debate de esa noche, en todo Oriente Medio –desde Yemen a Siria e Iraq– las armas de Estados Unidos están alimentando los conflictos y convirtiendo a seres vivientes en muertos. Los gastos militares para Oriente Medio en 2014 llegaron a los 200.000 millones de dólares según el Instituto Internacional de Investigación sobre la Paz, de Estocolmo, que hace el seguimiento de la venta de armas. Esto representa un salto del 57 por ciento respecto de 2005. Algunos de los incrementos mayores se han producido entre los aliados de Estados Unidos, que compraron los ítems más costosos de los fabricantes estadounidenses de armas. Entre ellos, Iraq y Arabia Saudí (90.000 millones de dólares en armas de EEUU entregadas entre octubre de 2010 y octubre de 2014), a los cuales, dicho sea de paso, no les ha ido muy bien frente a oponentes más pequeños y no tan bien armados. Esos países han aumentado la compra de armas en un 286 y un 112 por ciento, respectivamente, respecto de 2005.

Con Estados Unidos alimentando la hoguera de las guerras y muchos miembros de su clase política bufando por unas inexistentes bombas nucleares démos la palabra al indomable Noam Chomsky, colaborador regular de TomDispatch y profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts (el MIT, por sus siglas en inglés) para que haga una incisiva crítica de la cuestión de Irán, Israel, Arabia Saudí y Estados Unidos, el equilibrio de poder regional y las armas (reales o imaginarias). Chomsky se mete de lleno en tanta desorientación y discurseo, y nos ofrece una valoración franca de las amenazas existentes en Oriente Medio; es probable que no escuche nada parecido en ningún debate presidencial entre hoy y el final de los tiempos.

¿Cuál es el peligro más grave para la paz mundial?

En todo el mundo se vive un gran alivio y optimismo en relación con el acuerdo nuclear alcanzado en Viene entre Irán y el grupo P5+1, las cinco naciones que detentan el derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y Alemania. Aparentemente, la mayor parte de los países del mundo comparten la valoración de la Asociación de Control de Armas de Estados Unidos (USACA, por sus siglas en inglés), que el “Plan Integral de Acción Conjunta estable una fórmula poderosa y efectiva para bloquear todas las posibilidades de que Irán pueda adquirir material para [fabricar] armas nucleares durante más de una generación y un sistema de duración ilimitada para verificar, detectar inmediatamente y disuadir cualquier intento iraní de buscar encubiertamente la obtención de armas nucleares”.

Sin embargo, hay sorprendentes excepciones en este generalizado entusiasmo: Estados Unidos y sus aliados más estrechos en Oriente Medio, Israel y Arabia Saudí. Una consecuencia de esto es que las corporaciones estadounidenses –para gran disgusto de ellas– están impedidas de acudir a Teherán junto con las europeas. Sectores prominentes del poder y la opinión de Estados Unidos comparten la posición de los dos aliados regionales y están en un estado de virtual histeria en relación con “el tratado iraní”. Serios comentarios en Estados Unidos que abarcan casi todo el espectro político declaran que ese país es “la más grave amenaza a la paz mundial”. Incluso quienes apoyan el acuerdo en EEUU muestran cautela dada la excepcional gravedad de la amenaza. Después de todo, ¿cómo podemos fiarnos de los iraníes, cuyo historial de agresiones, violencia, revueltas y engaños es terrorífico?

La oposición dentro de la clase política es tan fuerte que la opinión pública se ha corrido rápidamente del apoyo significativo al acuerdo hacia la ruptura. Entre los republicanos, la oposición al acuerdo es casi unánime. Las actuales primarias republicanas muestran las razones esgrimidas. El senador Ted Cruz, considerado un intelectual en la multitud de candidatos presidenciales, advierte de que Irán podría todavía ser capaz de fabricar armas nucleares y un día podría utilizar una de ellas para hacer estallar un Impulso Electromagnético que “dejaría fuera de servicio la red de suministro de electricidad de todo el litoral marítimo oriental” de Estados Unidos y mataría “a 10 millones de estadounidenses”.

Los dos candidatos con más posibilidad de ganar, el ex gobernador de Florida, Jeb Bush, y el gobernador de Wisconsin, Scott Walker, están compitiendo acerca de si bombardearán Irán inmediatamente después de ser elegidos o después de la primera reunión del Gabinete. El único candidato con alguna experiencia en política exterior, Lindsey Graham, describe el acuerdo como “una sentencia de muerte para el estado de Israel”, que sin duda ha sorprendido a los analistas de inteligencia y estrategia israelíes; Graham sabe que eso es un disparate, lo que plantea preguntas inmediatas sobre sus verdaderos motivos.

No debemos olvidar que hace mucho tiempo que los republicanos han abandonado la simulación de funcionar como un partido parlamentario estándar. Según observó un respetado comentarista político conservador, Norman Ornstein, del derechista Instituto Empresarial Estadounidense, los republicanos se han convertido en una “insurgencia radical” que apenas intenta participar en la política parlamentaria normal.

Desde los tiempos del presidente Ronald Reagan, el liderazgo del partido se ha metido tan de lleno en los bolsillos de los muy ricos y del sector corporativo que la única manera de atraer a los votantes es movilizar los tramos de población que nunca antes habían sido una fuerza política organizada. Entre ellos están los cristianos evangélicos extremistas, hoy por hoy probablemente la mayoría de los votantes republicanos; lo que queda de los antiguos estados esclavistas; nativistas temerosos de que “ellos” estén quitándonos nuestro país anglosajón y cristiano; y otros que convierten las primarias republicanas en espectáculos alejados de la corriente dominante de las sociedades modernas, aunque no de la corriente dominante del país más poderoso en la historia del mundo.

Sin embargo, el alejamiento de los estándares globales va mucho más allá de los límites de la insurgencia radical republicana. En toda la gama, por ejemplo, hay un acuerdo generalizado con la conclusión “pragmática” del general Martin Dempsey, presidente del Estado Mayor Conjunto, acerca de que el arreglo de Viena “no impide que Estados Unidos ataque las instalaciones iraníes si los funcionarios determinan que hay trampa en el acuerdo”, aunque un ataque militar unilateral es “muy improbable” si Irán se cuida.

Denis Ross, ex negociador sobre Oriente medio con Clinton y Obama, recomienda que “Irán no debe tener dudas; si nosotros vemos que se mueve en la dirección de [tener] un arma [nuclear], eso disparará el uso de la fuerza”, incluso después de haber llegado al acuerdo, cuando teóricamente Irán será libre de hacer lo que quiera. De hecho, la existencia de un plazo de expiración de aquí a 15 años, agregó, “es el único problema importante del acuerdo”. También sugirió que Estados Unidos proporcione a Israel aviones bombarderos B-52 especialmente preparados y bombas demoledoras de búnkeres para protegerse antes de que llegue la terrorífica fecha.

La mayor amenaza

Quienes se oponen al arreglo nuclear cargan contra él por no haber ido lo suficientemente lejos. Algunos de sus partidarios concuerdan con ellos y sostienen que “si el acuerdo de Viena va a significar algo, todo Oriente Medio deberá deshacerse de las armas de destrucción masiva”. Estas palabras son del ministro iraní de asuntos exteriores, Javad Zarif, quien añadió: “Irán, en su capacidad nacional y con la actual presidencia del Movimiento de Países No Alineados [los países que representan a la gran mayoría de la población mundial], está preparado para trabajar con la comunidad internacional para conseguir estos objetivo y sabe muy bien que a lo largo del camino es probable que se encuentre con muchos obstáculos levantados por los escépticos de la paz y la diplomacia”. Irán ha firmado “un histórico acuerdo nuclear”, continuó; ahora es el turno de Israel, que “se niega a cualquier acuerdo”.

Israel, por supuesto, es una de las tres potencias nucleares, junto con India y Pakistán, cuyos programas de armas atómicas han recibido la ayuda de Estados Unidos y no han firmado el tratado de no proliferación nuclear (NPT, por sus siglas en inglés)

Zarif se refería a la reunión regular –que se celebra cada cinco años– de revisión del NPT, que en el pasado abril acabó en fracaso cuando EEUU (junto con Canadá y gran Bretaña) bloqueó una vez más los esfuerzos para convertir a Oriente Medio en una zona libre de armas de destrucción masiva. Esos esfuerzos han sido liderados por Egipto y otros estados árabes durante los últimos 20 años. Tal como observaron Jayantha Dhanapala y Sergio Duarte, principales figuras en la promoción de esa campaña en el seno del NPT y otros organismos de Naciones Unidas, en su trabajo “¿Hay un futuro para el NPT?”, un artículo en el periódico de la Asociación por el Control de las Armas: “La exitosa adopción, en 1995, de la resolución sobre el establecimiento de una zona libre de armas de destrucción masiva (WMD, por sus siglas en inglés) en Oriente Medio fue el principal componente de un paquete que permitía la prórroga indefinida del NPT”. A su vez, el NPT, es el tratado de control de armas más importante de todos los existentes. De contar con una adhesión total, se podría acabar con el flagelo de las armas nucleares.

La implementación de la resolución ha sido bloqueada una y otra vez por Estados Unidos; las ocasiones más recientes fueron en 2010 y otra vez en 2015 por el presidente Obama, como señalaron Dhanapala y Duarte, “en beneficio de un estado que no forma parte del NPT y del cual existe la extendida convicción de que es la única en la región que posee armas nucleares”, una educada y discreta alusión a Israel. Este fracaso, esperan ambos, “no será un golpe de gracia para los dos objetivos en el largo plazo del NPT, como son la aceleración en el proceso de desarme nuclear y el establecimiento de una zona libre de WMD en Oriente Medio”.

Un Oriente Medio libre de armas nucleares sería el camino más fácil para tratar cualquier supuesta amenaza planteada por Irán, pero hay mucho en juego en el continuo sabotaje estadounidense para proteger a su cliente israelí. Al fin y al cabo, este no es el único caso en el que las posibilidades de acabar con la presunta amenaza iraní han sido saboteadas por Washington impulsando nuevas cuestiones sobre justamente lo que está en juego ahora.

Cuando se piensa en esto es revelador examinar tanto los supuestos no expresados en la situación como los asuntos que casi nunca se piden. Consideremos algunos de esos supuestos, comenzando por los más serios: que Irán es la amenaza más grave para la paz mundial.

Entre los altos funcionarios y comentaristas de Estados Unidos es un virtual tópico que Irán es el ganador de este nefasto premio. También hay un mundo fuera de Estados Unidos; a pesar de que sus puntos de vista no aparecen en la corriente dominante en este país, quizá son de algún interés. Según las principales agencias occidentales de sondeos (WIN/Gallup International), el premio a “la mayor amenaza” se lo lleva Estados Unidos. El resto del mundo lo ve como la mayor amenaza para la paz mundial por un amplio margen. En segundo lugar, muy por detrás, está Pakistán, aunque es probable que su clasificación esté inflada por el voto de India. Irán está por debajo de esos dos, junto con China, Israel, Corea del Norte y Afganistán.

El principal apoyo mundial al terrorismo

Si pasamos a la siguiente obviedad, ¿en qué consiste de hecho la amenaza iraní? ¿Por qué, por ejemplo, Israel y Arabia Saudí tiemblan de miedo por ese país? Sea cual sea la amenaza, difícilmente pueda ser militar. Hace unos años, la inteligencia de Estados Unidos informó al Congreso de que Irán tiene un gasto militar que está en relación con los estándares de la región y que sus doctrinas estratégicas son defensivas. La comunidad de la inteligencia estadounidense informó también de que no tiene pruebas de que Irán esté persiguiendo un auténtico programa de armamento nuclear y que “el programa nuclear iraní y su deseo de mantener abierta la posibilidad de desarrollar armas nucleares es el núcleo central de su estrategia disuasoria”.

La autorizada revista SIPRI sobre armamento mundial sitúa, como siempre, a Estados Unidos en el primer puesto de los gastos militares. China ocupa el segundo lugar con alrededor de un tercio del gasto estadounidense. Más abajo, lejos, están Rusia y Arabia Saudí, que de cualquier modo están bien arriba de cualquier país occidental de Europa. A Irán casi no se le menciona. Hay más detalles en el informe del pasado abril del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés), que comprueba “algo concluyente: que los países árabes del Golfo Pérsico tienen… una abrumadora ventaja respecto de Irán tanto en el gasto militar como en el acceso a armas modernas”.

Por ejemplo, el gasto militar iraní es una fracción del de Arabia Saudí e incluso bien por debajo de los Emiratos Árabes Unidos (UAE, por sus siglas en inglés). En total, los estados del Consejo de Cooperación del Golfo –Bahrein, Kuwait, Omán, Arabia Saudí y los UAE– gastan en armas ocho veces más dinero que Irán, un desequilibrio que dura ya varias décadas. El informe del CSIS agrega: “Los estados del Golfo Pérsico han adquirido –y continúan haciéndolo– algunas de las armas más avanzadas y efectivas del mundo [mientras que] Irán se ha visto obligado a vivir en el pasado y confiar en sistemas de armas entregados en tiempos del Shah”. En otras palabras, en la práctica esos sistemas son obsoletos. Cuando se trata de Israel, por supuesto, el desequilibrio es todavía mayor. Además de contar con armamento estadounidense más avanzado y con una base militar de ultramar, la superpotencia, global, tiene también un gran stock de armas nucleares.

Para estar seguro, Israel se enfrenta con la “amenaza existencial” de las declaraciones iraníes: son famosas las amenazas de la destrucción de Israel hechas por el líder supremo Khamenei y por el ex presidente Mahmoud Ahmadinejad. Éste, por ejemplo, presagió que “por la gracia de Dios [el régimen sionista] sería borrado del mapa”. Para decirlo de otro modo, esperaba que ese cambio de régimen tuviese lugar algún día. Aun así, esto está lejos de los llamamientos directos de Washington y Tel Aviv para un cambio de régimen en Teherán, por no hablar de las acciones emprendidas para materializar ese cambio; por supuesto, esto vale para el “cambio de régimen” real en 1953, cuando Estados Unidos y Gran Bretaña organizaron un golpe militar para derribar al gobierno parlamentario de Irán e instalaron la dictadura del Shah, quien se ocupó de amasar uno de los peores récordes de violación de los derechos humanos del planeta.

Ciertamente, estos crímenes son conocidos por los lectores de los informes de Amnesty International y otras organizaciones de defensa de los derechos humanos, pero no por los lectores de la prensa estadounidense, que ha dedicado mucho espacio a las violaciones iraníes de esos derechos, pero solo desde 1979, cuando el Shah fue destronado (para comprobar estos hechos, léase The U.S. Press and Iran, un estudio muy documentado realizados por Mansour Farhang y William Dorman).

Nada de esto escapa a la norma. Como es bien sabido, Estados Unidos ostenta el título mundial en el campeonato de cambios de régimen, e Israel tampoco va rezagado. La más destructiva de sus invasiones de Líbano, la de 1982, apuntaba explícitamente a cambiar el régimen libanés; también a mantener la seguridad de los territorios [palestinos] ocupados. El pretexto esgrimido era ciertamente débil y se vino abajo inmediatamente. Esto tampoco es inusual ni demasiado independiente de la naturaleza de la sociedad: desde los lamentos de la Declaración de Independencia [estadounidense] sobre los “despiadados y salvajes indios” hasta la defensa de Alemania –emprendida por Hitler– contra el “terror feroz” de los polacos.

Ningún analista serio cree que Irán utilice alguna vez, o incluso amenace hacerlo, un arma nuclear –si la tuviera–, y sufrir entonces su inmediata destrucción. Sin embargo, hay una preocupación real de que un artefacto nuclear pueda caer en manos de yihadistas, no gracias a Irán sino vía Pakistán, aliado de Estados Unidos. En el Instituto Real de Asuntos internacionales, dos destacados científicos nucleares pakistaníes, Pervez Hoodbhoy y Zia Mian, escribieron sobre la existencia de un creciente temor de que “militantes se hagan con armas o materiales nucleares y desencadenen un terrorismo nuclear [que ha conducido]… a la creación de una fuerza de más de 20.000 hombres para proteger instalaciones militares”. No hay razones para suponer que esta fuerza sería inmune a los problemas asociados con la protección de unidades militares normales, que han sufrido frecuentes ataques con “ayuda interior”. Resumiendo, el problema es real y ha sido trasladado a Irán gracias a las fantasías inventadas por otras razones.

Otras preocupaciones relacionadas con la amenaza iraní incluyen su papel de “principal apoyo mundial al terrorismo”, que sobre todo se refiere a su apoyo a Hezbollah y Hamas. Ambos movimientos surgieron con respaldo estadounidense como resistencia a la violencia y agresión israelíes, que excede vastamente a cualquier cosa atribuida a esos villanos, por no hablar de la práctica tan corriente de la potencia hegemónica cuyas campañas de asesinatos con drones, ellas solas, dominan el panorama del terrorismo internacional y ayudan a alimentarlo.

Esos infames clientes de Irán han cometido también el crimen de ganar las únicas elecciones libres realizadas en el mundo árabe. Hezbollah es culpable del aún más abyecto crimen de obligar a que Israel abandonara la ocupación del sur de Líbano, una ocupación que violaba lo dispuesto décadas antes por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas e implicaba un régimen ilegal de terror y frecuentes excesos de violencia. Independientemente de lo que se piense sobre Hezbollah, Hamas u otros beneficiarios del apoyo iraní, Irán no consigue situarse entre los primeros por su apoyo al terrorismo en el ámbito mundial.

“Alimentar la inestabilidad”

Otra preocupación, expresada en Naciones Unidas por la embajadora de EEUU Samantha Power es, “aparte de su programa nuclear, la inestabilidad alimentada por Irán”. Estados Unidos continuará escudriñando esta mala conducta, declaró la embajadora. En ese sentido, ella se hacia eco de la garantía ofrecida por el secretario de Defensa Ashton Carter en la frontera norte de Israel diciendo que “seguiremos ayudando a Israel para contrarrestar la maligna influencia de Irán”, que apoya a Hezbollah, y que Estados Unidos se reserva el derecho de emplear la fuerza militar contra Irán cuando lo considere apropiado.

La forma en que Irán “alimenta la estabilidad” se puede ver en todo su esplendor en Iraq donde, entre otros crímenes, fue el único país en acudir en ayuda de los kurdos que se defendían de la ofensiva del Estado Islámico, mientras está construyendo una planta generadora de electricidad de 2.500 millones de dólares en la sureña ciudad portuaria de Basra para llevar el suministro de corriente al nivel alcanzado antes de la invasión de 2003. Sin embargo, la utilización que la embajadora Power hace de esto es la estándar: gracias a esa invasión, hubo cientos de miles de muertos y se crearon millones de refugiados, se cometieron atroces torturas –los iraquíes han comparado esa destrucción con la invasión de los mongoles en el siglo XIII– convirtiendo al pueblo de Iraq en el más desgraciado del mundo, según la encuesta de WIN/Gallup. Mientras tanto, el conflicto sectario se encendió, haciendo estallar la región y sentando las bases para la creación de la monstruosidad que es el EI. Y a todo esto le llaman «estabilización».

Pero a pesar de todo, son solo las vergonzosas acciones de Irán las que «impulsan la inestabilidad». Este discurso en ocasiones llega a ser casi surrealista, como cuando el comentarista conservador James Chace, que fue redactor de Foreign Affairs, explicó que Estados Unidos trataba de «desestabilizar a un Gobierno marxista libremente elegido en Chile porque estábamos decididos a buscar la estabilidad» bajo la dictadura de Pinochet.

Hay otros que están indignados porque creen que Washington ni siquiera debería negociar con un régimen tan «despreciable» como Irán, con su horrible historial de violación de los derechos humanos, y en su lugar nos instan a buscar «una alianza patrocinada por Estados Unidos entre Israel y los estados sunníes». Eso escribe Leon Wieseltier, redactor del venerable periódico liberal The Atlantic, que a duras penas puede ocultar su odio visceral hacia todo lo iraní. Con semblante serio, este respetado intelectual liberal recomienda que Arabia Saudí, que consigue que a su lado Irán parezca un paraíso, e Israel, con sus atroces delitos en Gaza y otros sitios, se alíen para enseñar a ese país qué es un buen comportamiento. Quizá la recomendación no sea del todo descabellada si tenemos en cuenta el historial de derechos humanos de los regímenes que Estados Unidos ha impuesto y apoyado en todo el mundo.

Si bien no hay dudas de que el Gobierno iraní es una amenaza para su propio pueblo, lamentablemente no hay registros en este aspecto, no al menos descendiendo al nivel de los aliados preferidos de Estados Unidos. No obstante, eso parece no preocupar a Washington, ni por supuesto, a Tel Aviv o Riad.

También podría ser útil recordar –seguro que los iraníes lo hacen– que desde 1953 no pasa un día sin que Estados Unidos haga daño a los iraníes. Después de todo, en cuanto derrocaron al odiado régimen del Shah –impuesto por EEUU– en 1979, Washington declaró su apoyo al líder iraquí Saddam Hussein, que en 1980 lanzó un mortífero ataque contra su país. El presidente Reagan avanzó tanto en ese apoyo que llegó a negar el principal delito del que se acusaba a Saddam, su ataque con armas químicas a la población kurda de Iraq, y en cambio culpó de ello a Irán. Cuando Saddam fue juzgado por sus crímenes con el auspicio de Estados Unidos, la matanza de kurdos iraquíes y otros crímenes de los que EEUU también era cómplice, fue librado de esos cargos, y se le juzgó solo por uno menor, el asesinato de 148 chiíes en 1982, apenas una nota a pie de página de su macabro historial.

Saddam era un amigo tan valioso de Washington que incluso le otorgó un privilegio que antes solo había sido concedido a Israel. En 1987 se le permitió que sus fuerzas atacaran con total impunidad un barco de la marina estadounidense, el USS Stark, y mataran a 37 tripulantes (Israel había actuado de la misma manera en su ataque de 1967 al USS Liberty). Irán prácticamente reconoció su derrota poco después, cuando Estados Unidos lanzó la operación Mantis Religiosa contra buques y plataformas de extracción de crudo iraníes en aguas territoriales de Irán. Esa operación culminó cuando el USS Vincennes, sin ninguna amenaza creíble, derribó un avión civil de pasajeros en el espacio aéreo iraní, provocando la muerte de 290 personas, y la posterior concesión de la medalla al Mérito al comandante del Vincennes por su «loable y excepcional conducta» y por mantener un «clima tranquilo y profesional» mientras se realizaba el ataque contra el avión. En referencia a este acontecimiento, el filósofo Thill Raghu, comentó «¡no podemos menos que maravillarnos ante semejante muestra de excepcionalidad estadounidense!».

Terminada la guerra, Estados Unidos continuó apoyando a Saddam Hussein, el principal enemigo de Irán. El presidente George H.W. Bush incluso invitó a EEUU a ingenieros nucleares iraquíes para que recibieran formación avanzada en la producción de armas, una amenaza extremadamente seria para Irán. Las sanciones contra ese país se intensificaron, incluso contra las empresas extranjeras que tenían alguna relación comercial con Irán, y se iniciaron acciones para bloquear sus actividades en el sistema financiero internacional.

En los últimos años, la hostilidad llegó al sabotaje, el asesinato de científicos nucleares (seguramente muertos por Israel) y la ciberguerra de la que EEUU se enorgullece abiertamente. El Pentágono considera que la ciberguerra es un acto de guerra que justifica una respuesta militar. La OTAN maneja el mismo criterio; en septiembre de 2014 dejó claro que los ataques cibernéticos pueden poner en marcha las obligaciones de defensa colectiva de las potencias de la OTAN, es decir, cuando sean el blanco y no las autoras.

«El principal estado que está por encima de la ley»

Es justo añadir que ha habido interrupciones de este patrón. El presidente George W. Bush, por ejemplo, ofreció varios regalos significativos a Irán, destruyendo a sus principales enemigos, Saddam Hussein y el Talibán. Bush incluso puso a los enemigos iraquíes de Irán bajo su influencia después de la derrota de Estados Unidos, que fue tan grave que Washington tuvo que abandonar su objetivo declarado oficialmente de establecer bases militares permanentes («campos perdurables») y asegurar que las corporaciones estadounidenses tuvieran acceso privilegiado a los inmensos recursos de petróleo de Iraq.

¿Tienen hoy los líderes iraníes la intención de desarrollar armas nucleares? Podemos decidir por nosotros mismos hasta qué punto son creíbles sus desmentidos, pero no cabe duda de que en el pasado tenían tales intenciones. Al fin y al cabo, la máxima autoridad iraní lo afirmó públicamente y comunicó categóricamente a los periodistas extranjeros que su país desarrollaría armas nucleares «antes de lo que se pensaba». El padre del programa de energía nuclear de Irán y ex director de la Organización de Energía Atómica iraní estaba seguro de que el plan del liderazgo era «construir una bomba atómica». La CIA también informó de que no tenía «ninguna duda» de que Irán desarrollaría armas nucleares si sus países vecinos lo hacían (como efectivamente lo han hecho).

Todo esto, por supuesto, fue durante el Gobierno del Shah, la «máxima autoridad» citada más arriba y en una época en la que altos funcionarios estadounidenses (Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Henry Kissinger, entre otros) le instaban a seguir con su programa nuclear y presionaban a las universidades para que se adaptaran a esos esfuerzos. Con tales presiones, mi propia universidad, el MIT, llegó a un acuerdo con el Shah para admitir a estudiantes iraníes en el programa de ingeniería nuclear a cambio de las becas que él ofrecía, con fuertes objeciones de los estudiantes pero con un comparable apoyo docente (en una reunión que sin ninguna duda recordarán bien los profesores más antiguos).

Cuando más tarde le preguntaron a Kissinger por qué apoyaba ese programa del Shah pero se oponía a él más recientemente, HK respondió honestamente que en aquel entonces Irán era aliado de EEUU.

Dejando de lado los absurdos, ¿cuál es la verdadera amenaza de Irán que inspira tanto miedo e irritación? Un lugar lógico al que acudir en busca de una respuesta es el servicio de inteligencia estadounidense. Recordemos su análisis, que sostiene que Irán no representa ninguna amenaza militar, que sus doctrinas estratégicas son defensivas, y que su programa nuclear (hasta donde es posible determinar, no tiene como finalidad el desarrollo de bombas) es «una pieza central de su estrategia de disuasión».

¿Quién, entonces, estaría preocupado por una disuasión iraní? La respuesta es sencilla: los estados parias del mundo, aquellos que están por encima de la ley, arrasan en la región y no toleran límite alguno para su adicción a la agresión y la violencia. En este sentido, Estados Unidos está a la cabeza, con Israel y Arabia Saudí haciendo todo lo posible para unirse al club con su invasión a Bahrein (para apoyar la destrucción del movimiento reformista que está cobrando importancia allí) y ahora su ataque asesino en Yemen, propiciando una creciente catástrofe humanitaria en ese país.

Para Estados Unidos, la caracterización es familiar. Hace 15 años, el destacado analista político Samuel Huntington, profesor de Ciencias de Gobierno en Harvard, advirtió en la revistaForeign Affairs de que buena parte del mundo consideraba que Estados Unidos se «estaba convirtiendo en una superpotencia paria… la mayor amenaza externa para esas sociedades». Poco después, sus palabras fueron repetidas por Robert Jervis, presidente de la Asociación Estadounidense de Ciencias Políticas: «A los ojos de gran parte del mundo, el principal estado paria es Estados Unidos». Como ya hemos visto, la opinión mundial apoya esta visión por un margen considerable.

Por otra parte, los estadounidenses están orgullosos de su actuación. Eso es lo que muestra claramente la insistencia de la clase política de EEUU, que se reserva el derecho a recurrir a la fuerza si determina unilateralmente que Irán viola algún compromiso. Esta política está vigente desde hace tiempo, especialmente para los demócratas liberales, y no se limita a Irán. La doctrina Clinton, por ejemplo, confirmó que Estados Unidos tenía derecho a recurrir al «uso unilateral de sus fuerzas armadas» incluso para garantizar «el acceso sin restricciones a los mercados clave, fuentes de energía y recursos estratégicos», por no hablar de la supuesta «seguridad» ni de las «cuestiones humanitarias». La adhesión a diversas versiones de esta doctrina ha sido confirmada en la práctica, como demuestra la realidad.

Estos son algunos de los asuntos críticos que deberían estar en el centro de la atención a la hora de analizar el acuerdo nuclear de Viena, tanto si sigue vigente como si es saboteado por el Congreso, como es probable que suceda.

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