en la Iglesia Metodista las mujeres avanzan

n el siglo XVIII, producto quizás de un contexto favorable, coinciden y se consolidan fundamentalmente en Inglaterra movimientos de mujeres que «se organizan para participar en lo religioso no oficial». La Iglesia Metodista, que justamente surgiera como un movimiento no oficial, «daba espacios para que las mujeres se pudieran integrar», asegura la presidenta de la misma en Uruguay, Inés Simeone.

En reuniones sociales para leer la Biblia, orar, «relacionar esa lectura con la vida personal y hacer de eso algo vivo en sus vidas», las mujeres, que estaban en situaciones difíciles de violencia, abuso en las relaciones laborales, pobreza, fueron encontrando » espacios de contención».

El movimiento metodista, «de alguna forma, no sé si intencionalmente o no, dio espacios y descubrió a las mujeres que tenían un perfil para el liderazgo», las ayudó a formarse, a alfabetizarse y alfabetizar, colaboró en el desarrollo de las prácticas de cuidado de los otros en la comunidad, tan arraigadas en las mujeres a lo largo de la historia.

«Era una nueva forma de expresar la fe», afirma la reverenda Simeone, evocando las actividades que realizaban aquellas mujeres: enseñar a leer, acompañar a huérfanos, luchar contra el comercio de esclavos, visitar a quienes se encontraban presos, comenzar escuelas populares, entre otras.

 

ESPACIOS Y CONQUISTAS

La pastora Simeone, quien realizara precisamente su tesis de maestría en Inglaterra enfocada en el papel de la mujer en la Iglesia Metodista, relata que el porcentaje de participación femenina al realizar este trabajo era del 58% del total de integrantes, lo que confirma que dentro de esta institución, las mujeres tienen su lugar.

Y no se trata de un espacio menor, pues muchas de ellas ­entre las que se cuenta Inés Simeone en Uruguay- ocupan los más altos grados de liderazgo que la institución posee. Aunque esto se logró «no sin sacrificio»: al principio, si bien la mayoría de las integrantes eran mujeres, ellas «no participaban de las asambleas, sino en la cocina, cosiendo los pantalones a los predicadores (se ríe) o curando a enfermos».

Que el movimiento metodista ayudara a las mujeres para que pudieran prepararse y ejercer su liderazgo, trajo como consecuencia un mayor nivel de formación, lo que les permitió más adelante ocupar espacios de más decisión. A la interna de la Iglesia, esto fue acompasándose con otras luchas sociales: la disputa por el voto femenino en Estados Unidos, por ejemplo.

A la par de la integración a las luchas feministas, dentro del movimiento ya conformado como Iglesia, las mujeres comenzaron a demandar la oportunidad de su ordenación, «porque era impensable, hasta el siglo XIX que una mujer pudiera ser sacerdote, aunque vocación entre las mujeres para esa tarea hubo siempre. A pesar de que oficialmente no estuviera permitido y fueran quemadas como brujas», asevera Simeone.

«Más que lucha, fue un proceso, una conquista a través de participación y formación», agrega. Explica, asimismo, que dentro de la Iglesia no se realizan acciones positivas para asegurar una cuota de participación femenina, sino que simplemente se manejan de forma «muy democrática» y creen en las relaciones de género con justicia: «no tenemos estrategia y quizás ese es el secreto».

Actualmente, la Junta está integrada por seis mujeres y tres varones; tanto la vicepresidencia como la presidencia de la Iglesia Metodista en Uruguay están ocupadas por mujeres, además de tener una pastoral exclusivamente dedicada a la mujer, donde se trabajan temas como la salud sexual y reproductiva, las adicciones, la situación de las adultas mayores, entre otros.

 

NO JUZGAR, ACOMPAÑAR

La vocación de acompañamiento ha sido parte de la práctica cotidiana de Inés Simeone, a partir de su primera pasión con el servicio pastoral en Brasil, trabajando con niñas en situación de calle, acercándose de ese modo también a la realidad de la prostitución infantil.

Sin embargo, afirma, «no lo hice por curiosidad sino porque me parecía que era parte de mi tarea, aunque tuvo un costo alto porque son tareas que exigen mucho y frustran mucho; si vas con el sueño de resolverle la vida a todas las personas a las que te vas a acercar, ni empieces la tarea».

De lo que se trata, aclara, más que de dar respuestas certeras es de estar abiertos a conocer distintas realidades, «estar dispuesta a escuchar, a entender y ponerte en el lugar del otro», enfatiza la reverenda que habla con cariño de sus años de servicio, pues la ayudaron «a crecer y a ubicarme».

 

COMO TODAS, TRIPLE JORNADA

Simeone decidió estudiar teología «por vocación», ya estando casada y siendo madre de tres hijos. Fue en tierras brasileñas donde comenzó su carrera, en la Universidad Metodista de San Pablo, realizando más tarde una maestría en el área de teología e historia de la Iglesia.

Asegura que » no es fácil conciliar la vida pastoral con la vida familiar», pero sabe que en todas las profesiones las mujeres vivimos lo mismo: «por un lado, tenemos nuestros talentos que durante siglos los tuvimos que tener escondidos y ahora, cuando los podemos hacer reales, tenemos que renunciar a muchas cosas o hacer muchas cosas al mismo tiempo».

De hecho, «la culpa es una de las cosas que uno vive al igual que en todas las profesiones», reconoce Simeone, porque «una sola jornada te exige pasar de ser una ejecutiva, a ser mamá, abuela, amante, etc., y llegas al fin del día sin poder más, a la vez que lo disfrutas».

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