cómo detectar el abuso sexual infantil

l relato de los niños, niñas y adolescentes. Informes Periciales» fue el título de la exposición de Sandra Baita, docente responsable del Curso de abordaje interdisciplinario en abuso sexual e infantil de la carrera de Especialización en violencia doméstica y secretaria de posgrado de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Argentina.

Con sentido didáctico y apoyada en ejemplos de su propia experiencia, la experta desarrolló un aspecto crucial para el abordaje del abuso sexual infantil y adolescente, como es la detección del problema, con todas las dificultades que ello supone.

Convencida de que nunca está de más repasar los conceptos básicos de los que se parte, Baita definió el abuso sexual como «todos los actos o todas las conductas sexuales que un adulto impone a un niño o una niña, desde un lugar de autoridad, de dependencia del niño respecto del adulto», incluyendo el aspecto emocional de esta última que, cuando el abuso se actúa dentro de la familia, aumenta el grado de vulnerabilidad de las víctimas. Recordó, asimismo, que niñas y niños de corta edad carecen de la madurez necesaria para comprender la conducta en la que se los está involucrando, lo que descarta la posibilidad de que puedan aceptar libremente estar inmersos en la situación.

 

UNA CARRERA DE OBSTACULOS

Para Baita, detectar el abuso sexual es como una carrera de obstáculos. «No hay una cantidad de indicadores psicológicos que muestren que, por ejemplo, si se cumplen cinco criterios, entonces estamos frente a una situación de abuso sexual infantil», aseguró, descartando simplificaciones.

La presencia de determinados síntomas -trastornos del sueño o en la alimentación, resistencia a regresar al hogar o fugas del mismo, entre ellos- pueden también obedecer a otras razones, pero la docente prefiere no desestimarlos en ningún caso. Su propuesta es » interactuar con la criatura a efectos de componer una suerte de rompecabezas. Aún en situaciones en las que lo que me plantean no cierra, antes de concluir que es poco probable, poco viable o insólito que pase, debo avanzar un poco más. Por cualquier razón que sea, ese chico se encuentra en una situación de riesgo y debemos ver de qué riesgo estamos hablando».

Un indicador bastante específico de abuso sexual es, a su juicio, el conocimiento sexual no acorde a la edad. No obstante, eso no excusa de investigar quién se lo enseñó, dónde lo aprendió o dónde lo vio.

Lo que Baita afirma con absoluta certeza es que «los niños, especialmente cuando son muy chiquitos, por su propio desarrollo evolutivo y por lo que corresponde al conocimiento que una criatura debe tener sobre la sexualidad, no saben que existe la penetración pene-vagina o la eyaculación«. El ejemplo prototípico es que hablan de «pis blanco», porque al no conocerlo no lo pueden nombrar como semen y para ellos lo único que puede salir del miembro masculino es pis.

 

DE LA SOSPECHA AL DEVELAMIENTO

Baita distingue entre la sospecha y el develamiento del abuso. Se sospecha cuando hay una serie de indicios, y supone un trabajo de investigación mucho mayor, que también pasa por conocer el contexto familiar. El develamiento es la revelación del abuso sexual a través de un relato -que seguramente no será «como un cuento» sino que aparecerá de golpe y de manera fragmentaria- o a través de una conducta explícita. «La sospecha es siempre externa al niño -generalmente proviene de algún adulto, que puede ser la mamá, la abuela, la maestra o una hermana mayor que también hubiera sido abusada- mientras que el develamiento proviene directamente de la criatura». No obstante, el adulto es el primer transmisor del mismo.

Lo que menos quiere contar la víctima es que está siendo abusada sexualmente, porque «El chico sabe y es consciente de todas las cosas que le pueden suceder si cuenta, porque una de las características del abuso es la coerción como forma de obtener el silencio. El chico debe tener una motivación muy fuerte para contar lo que le está pasando y muchas veces esa motivación es muy inocente», dice Baita y ejemplifica con el caso de un niño que le pidió a su madre, mientras ésta lo secaba después de bañarlo, que no lo hiciera tan fuerte como su papá, que le metía los dedos… Tratándose de adolescentes mujeres, con más conocimiento de la sexualidad, el temor a un embarazo puede determinarlas a hablar.

 

UN PROCESO QUE LLEVA TIEMPO

La experta insiste en que el develamiento «es un proceso, porque el chico necesita que así sea y no importa si nosotros estamos apurados por determinados tiempos procesales, de intervención o porque nos hayan indicado que debe ser en 25 minutos, en 48 horas o en 3 días».

Ninguna persona, ningún ser humano, quiere recordar un suceso duro».

Y lo primero que necesitan las víctimas es recordar, buscar la información donde está guardada; no es menor que se trate de una información además de dolorosa, incomprensible para ellas, «que tiene que ver con una situación altamente confusional y generada por una persona de la que se depende absolutamente».

Baita explica también que el estado emocional y físico en que nos encontramos es el que dicta la forma en la que guardamos la información en nuestra cabeza: «En las situaciones de abuso sexual infantil el peligro se percibe de una manera crónica, permanente y altamente distorsionante, por que sucede en un lugar donde supuestamente no debería percibirse ningún peligro». Esa información queda en las estructuras más primitivas del cerebro, pero «cuando queremos que un chico nos cuente qué fue lo que le pasó, le estamos hablando a las estructuras más desarrolladas de su cerebro», aquellas con las que piensa.

Por eso no hay que descartar las expresiones del cuerpo de la criatura: saltar en la silla, levantarse e irse, orinarse, ya que «muchos de los recuerdos y fragmentos de estas situaciones están codificados en otro idioma, en el lenguaje de las percepciones, de las sensaciones, de las respuestas fisiológicas».

 

LA RETRACTACION POSIBLE

La retractación es un fenómeno inherente al abuso sexual. «¿Qué hace la nena si tiene una madre que cuando se entera de la situación, por lo que la chica le cuenta, le dice: ‘!Pero cómo’ ¡Ahora a tu padre lo van a poner preso y nosotros nos vamos a morir de hambre!»? ¿Puede una criatura de siete años soportar el peso de que toda su familia se muera de hambre porque su papá abusó sexualmente de ella y a ella se le ocurrió contarlo? No. Enconces, se retracta», ilustra Baita, advirtiendo no obstante que los técnicos bien preparados pueden saber cuándo esto va a pasar, ya que basta con escuchar a la mamá cuando empieza a plantear necesidades más importantes para ella que la protección de su hija.

 

LA LOGICA DEL ABUSADOR

«Hemos sido educados en una comprensión de lo que se espera sobre el desarrollo de los niños a una determinada edad, pero como lo que no se espera es que los niños sean abusados sexualmente, nadie nos enseñó a trazar el puente que conecta el desarrollo evolutivo de los chicos con lo que pasa cuando son abusados sexualmente», constata Baita.

Por otra parte, la lógica del abusador no es la lógica de quien no lo es. «Sabemos que el abuso sexual es tan corrosivo, que un abusador puede abusar de chicos muy pequeños, hasta de bebés. Aun cuando a uno no le entre en la cabeza esta posibilidad, recuerden: no es nuestra lógica, es la lógica del abusador», insiste Baita.

Enfatizando la importancia de aprender a preguntar, a escuchar y a observar, la experta señala que el primer obstáculo con el que hay que lidiar en la práctica psicológica o pericial es el personal: «El impacto que esta situación tiene en cada uno de nosotros como persona, también tiñe nuestras acciones para bien o para
mal».

 

EL MIEDO Y LA CULPA

Baita afirma que hasta los siete y ocho años un niño no está en condiciones de comprender la intencionalidad de la conducta abusiva. Además, el abusador nunca dice lo que quiere para sí mismo sino «yo te estoy haciendo esto porque te quiero» o «hago esto con vos porque sos especial para mí«. «El niño compra esto porque no tiene el desarrollo suficiente como para entender que es algo que no se condice con la conducta de la cual está siendo objeto. Por esto y otras razones, el niño puede ser fácilmente manipulado y no a través de cualquier cosa sino por medio del miedo y de la curiosidad».

Asimismo, pese a que en los niños modernos el pensamiento mágico tiene menos lugar, existe, no es lógico y hace que puedan considerar real cualquier consecuencia que les anuncie el abusador si revelan los hechos, por más absurda que sea, como que les va a crecer un cuerno en la oreja…

Sobre todo si son pequeños, para infundirles miedo hace falta bien poco. Baita recuerda el caso de una niña que contaba que hacía lo que le pedía su padre porque le decía llorando que si ella no accedía, él se iba a morir de tristeza.

«Recién entre los 7 u 8 años y los 11 o 12, el niño empieza a comprender que la conducta sexual en la que está siendo involucrado es algo que no está bien», explica la docente, lo que no excluye que siga responsabilizándose por lo que le pueda pasar al adulto. Muchos de ellos no cuentan porque tienen miedo de que su papá o su padrastro vayan a la cárcel.

 

EN UN MUNDO DE ADULTOS

La credibilidad de los niños está devaluada, es resistida, y con ese argumento muchas veces se desecha la principal o única prueba que puede tenerse de los hechos. «La sociedad está hecha para los grandes, no para los chicos, aunque nosotros pensemos buenamente en nuestros niños», recuerda Baita, advirtiendo que «El abuso sexual pone de manifiesto cómo una criatura puede tener en jaque al mundo adulto, es decir cómo puede plantear que hay un adulto que está cruzando una frontera que jamás debería cruzar y que llega un punto tal que lo puede colocar tras las rejas. Todo eso depende de una criatura».

Igual, es más fácil creerle a un niño que cuenta que el papá lo castiga físicamente porque no hizo la tarea escolar, que si dice que el mismo papá lo abusa sexualmente. Y en esto incide la sacralización de la familia, que lleva a justificar: pudo haber sido un traspié del adulto que no amerita disolverla, encima con la duda de si será cierto lo que el niño cuenta… «La ideología es absolutamente nuestra y está puesta exclusivamente al servicio de sostenernos a nosotros mismos», sentencia Baita.

 

SUPUESTA COMPLICIDAD DE LAS MADRES

Respecto de la presunta complicidad de las madres, «Hay que ser muy cauteloso», afirma Baita. «No siempre es cierto que las madres no ven porque no quieren. Son muchas las razones por las cuales una madre puede no ver, y muchas de ellas se sienten tremendamente culpables por no haber visto, por haber elegido a esos hombres como esposos y como padres de sus hijos».

En cualquier caso, recomienda entender dónde está parada la madre, porque se la necesita como referente de apoyo y confianza para la criatura.

 

REHABILITACION IMPROBABLE

Basada en información e investigaciones, Baita concluye que es poco probable modificar la conducta de un abusador sexual: «La población de ofensores sexuales es tan heterogénea que los criterios de predicción se nos escapan de las manos y el nivel de reincidencia en la conducta es bastante alto».

Sin quitar importancia a la prevención, asegura que «en los últimos tiempos se está viendo que las mejores acciones de prevención están teñidas de mucha buena voluntad pero, lamentablemente, no terminan de evitar que los chicos caigan en situaciones de abuso». «La información sobre la sexualidad no alcanza para revertir todo el patrón de acercamiento previo que el abusador crea para poder después acceder a la sexualidad. La selectividad que el abusador utiliza está radicada en el nivel de sumisión y vulnerabilidad que tienen los chicos».

A juicio de Baita, «El primer elemento de la prevención radica en la concientización permanente de los adultos. Si lo adultos no tenemos los ojos abiertos, es irrelevante que se les enseñe o que se concientice a los chicos». Para eso, hay que «continuar bombardeando a la sociedad en cuanto a que estos hechos suceden y a qué nos vamos a enfrentar en el futuro».

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