BALOTAJE

“Lo que viene lamento decirlo, ya está más o menos escrito. Es crisis”

Pasaron otros 30 años y vuelve un blanco ruralista, conservador y reaccionario a ser candidato. El niño rubiecito de la foto. El hijo de Luis y Julita.

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Hace 30 años, en 1989, mi padre no podía creer que fueran a ganar los blancos. Su mirada era la del batllista que había sufrido la victoria del 58, cuando se dio la alianza entre los ruralistas de Nardone y el herrerismo. Ese gobierno, según la memoria de mi padre (que después yo mismo corroboraría leyendo diversos libros y análisis históricos) barrio con lo que quedaba en pie del batllismo (que por cierto estaba en crisis) y sobre todo con el llamado «comunismo chapa 15”, en un arrebato conservador y anticomunista propio de los conservadores nacionalistas y ruralistas y simpatizantes de uno de los bandos de la guerra que había arrasado Europa apenas 15 años atrás (Herrera admirador de Franco, sin ir más lejos).

La crisis política e institucional uruguaya de los 60 y los 70 no es responsabilidad, ni mucho menos, de la izquierda que buceaba una estrategia de unidad, ni de los sindicatos, ni de los estudiantes ni de los comités de ayuda a Cuba, ni tampoco de la aventura tupamara. Hay mayares responsables en esos blancos anticomunistas y ruralistas que trajeron un discurso reaccionario que derivó en formaciones como la JUP y en alianzas con el riverismo colorado, que no titubearon después del 68 en violar la Constitución, en meter Medidas Prontas de Segundad y en allanar el camino a una dictadura que –como dijo Guido Manini hace muy poco- “fue necesaria”. Pero bueno, no quiero desviarme demasiado.

En aquel 1989 los más jóvenes (yo tenía 20 añitos) festejamos la victoria del Frente en Montevideo y nos daba más o menos lo mismo que ganaran blancos o colorados. Bueno, debo decir que la peor opción era el peligro del retomo de Pacheco en la interna colorada (lo que daba más «miedo» con su histórico «sabemos cómo hacerlo y volveremos a hacerlo), dentro del juego posible de la ruleta rusa electoral que jugaba Uruguay con la penosa Ley de Lemas. Pero no fue más a menos lo mismo. El gobierno de Lacalle fue durísimo. Pésimo. Arrogante. Tanto o más represivo que el de Sanguinetti. Y se robaron bastantes cosas (muchas de ellas probadas en la justicia), con especial implicancia en la familia tan preciosa y pituca que aparecía en un spot electoral. Allí conocimos a Luisito, por ejemplo. Y conocimos a Julita. Y a Luis Padre (por cierto admirador de Franco) cuando todavía no se caía de la escalera. Y supimos después del vaciamiento de algún que otro banco y corruptelas vanas (denunciadas no orgánicamente por el propio Partido Colorado, por ejemplo, si tenemos en cuenta la filiación cercana a esa tienda política de las revistas Posdata y 3).

Lo de Sendic con su tarjeta corporativa seria un cambio, apenas monedas. Y lo digo en serio, y sin entrar en los enchastres en que se metió el segundo gobierno de Sanguinetti con el Cangrejo Rojo y asuntos como del impresentable Noachas.

Vuelvo al gobierno de Lacalle. Pésimo. Y gracias al empuje de las organizaciones sociales (y en segundo lugar al Frente Amplio) se impidió que se vaciara el Estado y que lo liquidaran en sus afanes neoliberales espejados con el desastre menemista en la orilla de enfrente. No lo lograron, pero si sentaron las bases para que unos años después se produjera el mayor cataclismo de la historia uruguaya: La crisis del 2002, que no es entera responsabilidad de Batlle ni mucho menos, porque buena parte del problema tuvo que ver con la gestión de los ministros de Economía de Lacalle. Y todo esto sin hablar de Berríos, uno de los escándalos más bochornosos que se recuerden.
Pasaron otros 30 años y vuelve un blanco ruralista, conservador y reaccionario a ser candidato. El niño rubiecito de la foto. El hijo de Luis y Julita. Les cuento a mis hijas (que andan por los 20) lo que me acuerdo de los 90. Me escuchan y entienden, tanto como yo entendí a mi padre cuando me hablaba de los males provocados por Chicotazo.

No necesitan que les cuente lo que pasamos en los últimos años, porque los vivieron y lo van a defender a su manera, y con sus herramientas. Me refiero a defender derechos, a defender conquistas sociales, la salud pública, la educación pública, los Consejos de Salarios. No se podrá, por el momento y hasta nuevo aviso, profundizar en avances «progresistas», o plantear cuestionamientos que están muy en el debe, relacionados con temas como el medioambiente, el animalismo, etcétera. Uno de los temas en el debe es renovar y reinventar esa maravillosa herramienta que se lama Frente Amplio. En fin.

El balotaje

La ruleta democrática del 2019 es la del balotaje. Si en el 58 y en el 89, y en las otras elecciones de ese período, el tema era la Ley de Lemas y el funcionamiento de los grandes paridos catch all como bolsa de votos de diversos extractos ideológicos, ahora el tema es el balotaje. La aplicación del balotaje en el sistema uruguayo puso en jaque al bipartidismo tradicional y el Frente Amplio se transformó en un exitoso catch all (imbatible en tres elecciones consecutivas, para pesadilla de su creador Sanguinetti), y ahora se llega a una perversa modalidad de catch all suprapartidario (ni más ni menos que el sueño de la JUP: la bandera uruguaya unida contra los comunistas) No estoy diciendo nada disparatado: el mayor éxito electoral de la coalición es “Loquenosune» es el odioso (y por cierto exitoso) hashtag “se van”, es puro odio y resentimiento. Y por supuesto un cheque en blanco que más o menos es posible presumir qué es lo que tiene adentro.

No quiero entrar acá en la racionalidad o irracionalidad del voto. Ese es tema de especialistas. Ya lo dije en otro texto que no tengo especialmente miedo. No me da miedo alguno lo que pase o deje de pasar. Lo que siento es que no me dan ganas de que suceda este procedimiento masoquista de una comunidad que parece no entender de lecciones que pueden leerse en los libros y son historia.

Y lo que viene lamento decirlo, ya está más o menos escrito. Es crisis. Es vaciamiento del Estado. Es discurso retrógrado. Es el triunfo, una vez más, de la derecha. En otra forma (ahora en un frágil envase catch all que incluye desde Manini hasta Talvi), pero es la misma derecha que no le hizo muy bien a este país desde el 58 y sus derivaciones que terminan en el 84, y que después volvieron a agudizarse con el embate herrerista del 89 y que termina en la crisis del 2002. Contada así parece un horror. Y en parte lo es.

REFLEXION FINAL

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