Proclama de varios colectivos a 26 años de la muerte de «El Bebe» Sendic

1989 / 28 DE ABRIL / 2015

Recordar a Raúl «Bebe» Sendic a 26 años de su muerte, salvarlo de la desmemoria y los renunciamientos, es una acción de reafirmación de los ideales más justos y nobles que existen, y, también, un acto de salvaguarda de la moral revolucionaria agredida por tristes apostasías y mil golpes enemigos.

Intentar saludar hoy al Compañero «Bebe» como él se lo merece, es hacerlo con sencillez, reencontrando al hombre que vive y lucha gracias a nuestra memoria sensitiva, pero también a su todavía palpitante capacidad cuestionadora que le dejó ver más lejos de lo que permite la inmediatez de lo circunstancial.
Rescatar palabras suyas que parecen dichas ayer nomás y colocarlas frente a este presente nuestro, es una manera de demostrar la vigencia de su visión revolucionaria sin caer en un culto a la personalidad que él rechazó toda su vida.

Decía en una entrevista de Hoenir Sarthou hecha unos meses antes del fallecimiento:
“(…) Hace 20 o 30 años el primer punto de todas las plataformas de los movimientos avanzados, era la reforma agraria; hoy en día hay una conspiración de silencio en torno a este tema y nadie habla de reforma agraria (…) creo que porque no es redituable. El éxodo rural ha sido tal que no hay electores en el campo (…) es poca gente como para hacer oír su voz (…) Ha venido esta atenuación (…) de todas las plataformas políticas, incluso las de la izquierda (…)“ y «(…) las causas del silencio son dos: que no haya una enorme cantidad de pueblo reclamando por la tierra y esa especie de desmonetización de las plataformas (…)”.

En una nota periodística previa, había sentenciado:
“El sistema tiende un cerco sobre el peón y el pequeño productor rural y los obliga a emigrar, para hacinarse en las grandes ciudades. El sistema arroja a la desocupación a un sector en aumento de la población. Si busca defenderse con la venta callejera, el sistema lo persigue. El sistema enseña a robar y matar desde la televisión. A la delincuencia la crea una clase social, pero afecta a toda la población. Para terminar con la delincuencia hay que terminar con el sistema”.

Y apenas salido del campo de concentración, ya había advertido:
«(…) Es que no hay que confundirse, la situación económica actual no se parece a nada que haya sucedido antes. Por ejemplo, antes nos desgañitábamos por la expropiación de los latifundistas y los grandes industriales. Hoy muchos de ellos están a punto de, o ya están, expropiados… por los Bancos. Ha llegado la hora en que sólo queda expropiar a los expropiadores (…)».

El dramático presente confirma con creces la acertada mirada del «Bebe» de los ´80:
Entre el 2000 y el 2011, la cantidad de asalariados rurales se redujo en un 26 % y la población rural en un 46 %; un 27 % de los predios desaparecieron y un total de 12.500 productores con menos de 100 hectáreas también desaparecieron como tales.

Entre 2000 y 2011, poseedores de más de 200 hectáreas se enriquecieron en ¡60.000 millones de dólares!!!, únicamente por concepto de renta y valorización de la tierra, y 8.000 personas y/o empresas, eran dueñas del 80 % de la tierra.
Dos transnacionales celulósico-extractivistas con socios locales, disponen hoy de ¡medio millón de hectáreas del mejor suelo del territorio!!!.

A 26 años de su muerte, los expropiadores siguen expropiando olímpicamente y la burguesía sigue privilegiándose con su impúdica concentración de riquezas.
La contracara es el también gigantesco crecimiento de la marginación social y la inevitable delincuencia que hoy campea como expresión de verdadera condena de la inmensa mayoría de la población pobre.
El conjunto de la sociedad padece un disfrazado retroceso en todos los planos de la existencia.

Básicamente, la visión de la realidad del “Bebe” de los `80, era la misma que empezó a adquirir a los 20 años, cuando el mundo se estremecía pisoteado por la bota militar capitalista en su extrema y más cruel expresión: la guerra, la segunda guerra interimperialista por el dominio absoluto del planeta y la expropiación total de la mayor fuente de riquezas de la humanidad: la tierra, los territorios del mundo entero, con sus bienes naturales y sociales que a los ojos del capital son solamente mercancías.
«El Bebe» completó esa visión con el contacto directo y comprometido con aquellos peludos analfabetos y mal alimentados de Bella Unión, sometidos por cavernícolas que pagaban miserables salarios en una forma que era el anticipo descarado de nuestra actual «inclusión financiera»: la tarjeta magnética de mediados del siglo pasado era un pedazo de papel de astrasa donde se anotaba una cifra equivalente al mísero sueldo y con él se iba a los comercios de los mismos empresarios a levantar el paupérrimo surtido con que poder alimentarse apenas (y endeudarse) para seguir deslomándose en el corte de caña o cualquiera otra tarea zafral.
“El Bebe” no predicó la resignación, y cuando hubo que jugarse el pellejo secuestrando a los chupasangre en las instalaciones de Cainsa hasta firmar un compromiso de pago en regla, él fue uno más… Llegó al Norte para enseñarle a los peludos a leer y escribir y a conocer sus derechos, hasta el de rebelarse y armarse contra los abusadores cuando el atropello burgués así lo impone con la violación de sus propias leyes y la más salvaje represión.

Al momento de su muerte, al “Bebe” ni se le ocurrió insinuar la posibilidad de volver a empuñar las armas en la cortita para contribuir a que se asumiera la necesidad de rectificar la línea de entreguismo enseñoreada de toda América Latina. Pero Raúl no era ningún tonto; no esperaba nada, por supuesto, de quiméricos arrebatos de comprensión humanitaria de la clase dominante, ni, tampoco, gestos de valentía política de parte de quienes (él lo había olfateado, también) ya se relamían imaginando cómo transarían con los enemigos del pueblo en una supuesta estrategia de acumulación cuyo desenlace funesto sería la apatía y el desconcierto de un pueblo nuevamente cautivado por falsos liderazgos, mientras los expropiadores seguían adueñándose de todo, incluso de las palabras que antes eran de los revolucionarios.

El mal de Charcot contraído en los cuarteles fascistas se llevó al Compañero Sendic y no pudo verificar lo que sí verificamos hoy nosotros a 90 años de su nacimiento y a 26 de su muerte: la insaciabilidad propia del sistema, aquella que la generación del “Bebe” percibió dramáticamente como el acabóse de pautas de vida fundadas en el abuso de poder, la estafa organizada y la violencia llevada al extremo de las guerras y el genocidio, es percibida ahora por millones y millones de seres humanos en todo el mundo como una aberración inadmisible y una amenaza para la misma especie humana.

Quienes hoy recordamos al “Bebe”, lo hacemos en la convicción de que no debemos dejar que especialmente las y los más jóvenes, no lo conozcan. Lo hacemos repitiendo su nombre y difundiendo su pensamiento sin descanso, porque la juventud debe tener la oportunidad que el sistema y sus mandaderos jamás le brindarán: la oportunidad de saber que las cosas no ocurren por que sí o por designios divinos, sino por esas causas sencillas que Raúl, junto a muchos miles más, nos enseñaron a ver a los que tenemos más veteranía y tuvimos esa oportunidad: la de comprender y luchar por la justicia social y contra una pobreza que nace de la riqueza malhabida de los opresores.
Debemos contribuir a plena conciencia a que Raúl Sendic Antonaccio no sea un innombrable, aunque su nombre siga quemando o empiece a quemar en las malas conciencias que temen que la juventud rebelada diga ¡basta! nuevamente.
Hombres como “El Bebe”, siguen viviendo y luchando porque sus vidas y sus ideales son el mejor ejemplo de cuál es el camino de los pueblos: el de las trabajadoras y los trabajadores, el de los que viven del sudor de su frente, el de los desplazados por la avaricia y el abuso, el de la lucha intransigente por una vida digna y humana que también nos ha sido expropiada por los expropiadores de siempre.

¡Se escucha, se escucha, “El Bebe” VIVE Y LUCHA!!!

“BEBE” SENDIC VIVE. LA LUCHA SIGUE!!!.

28 de abril de 2015, Cementerio de La Teja, Montevideo.-

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